Rogelio Alaniz
Asif Alí Zardari es el nuevo presidente de Pakistán. El pasado sábado fue elegido a través de una votación indirecta. El dato merece mencionarse porque, según los observadores, en una elección popular el célebre viudo jamás habría obtenido el máximo cargo político de este país musulmán que cuenta con 165 millones de habitantes.
Hasta la fecha, el mérito más importante de Zardari había sido el de casarse con Benazir Bhutto, la máxima dirigente del Partido del Pueblo de Pakistán (PPP) asesinada el pasado 27 de diciembre en Rawalpindi.
De Benazir Bhutto se decía que tenía carisma y prestigio. Era hija de Alí Bhutto, otro presidente de Pakistán ajusticiado por sus opositores en la década del setenta. Benazir ejerció la máxima responsabilidad del poder en la década del noventa. Lo hizo en dos ocasiones y nunca pudo concluir su mandato. La tradición militarista y facciosa tuvo mucho que ver con aquellos derrocamientos, pero en la opinión pública lo que más incidió fue la corrupción, tema que tenía como protagonista central al marido de la presidente.
Al conquistar el poder, Zardari dijo que el sueño de su mujer se hacía realidad. La verdad sea dicha, era hora que le diera una satisfacción a su esposa, aunque más no sea postmortem. Según los entendidos, Benazir con su marido acompañándola en el gobierno, perdió el poder y también el sueño. La figura más escandalosamente corrupta de su gestión fue su esposo, a quien el humor popular calificaba con el apodo de "Mister diez" por los porcentajes que cobraba para la autorización de obras públicas.
Como suelen hacer los corruptos de todos los tiempos y todas las latitudes, Zardari justificaba sus actos diciendo que robaba para la corona. José Luis Manzano, paradigma del funcionario menemista, no había inventado nada nuevo. Hasta el momento de enviudar, la política para Zardari era un pretexto para enriquecerse y disfrutar de la buena vida. Sus ropas, sus mansiones, sus autos, eran considerados los más caros y lujosos de Pakistán, una aprobación que no lo conmovía demasiado, porque para Zardari la felicidad estaba más en Europa que en su propia tierra.
Zardari fue juzgado en dos ocasiones y sus delitos lo llevaron a la cárcel. Nadie en Pakistán tiene dudas de que es un corrupto, pero por esas cosas de la vida o de la política en un país extravagante, hoy es la máxima autoridad política, el hombre que cuenta con el respaldo de Estados Unidos y que dispone del control de la Autoridad Nacional de Mando, la institución que resuelve sobre el uso de la bomba atómica.
La renuncia de Musharraf fue lo que permitió este milagro de la política. Después de casi nueve años en el poder, la situación política de Musharraf era insostenible. En noviembre de 2007, había declarado el estado de excepción. Un mes después era asesinada Benazir Bhutto. Y si bien nunca se pudo probar su responsabilidad en el crimen, lo sucedido lo salpicó y lo salpicó bastante.
En febrero de este año año, hubo elecciones legislativas, y una coalición política de los grandes líderes históricos de Pakistán le quitaron la mayoría. A partir de esos resultados, su renuncia era cuestión de días o semanas. Finalmente se produjo, lo cual fue toda una novedad histórica, porque en este país nadie deja el poder pacíficamente.
En el PPP el liderazgo ya era de Zardari. En realidad, el heredero partidario era el hijo de Benazir, el joven Bilawel, pero debido a su edad y a que está completando sus estudios en Oxford, Zardari se "sacrificó" y se hizo cargo de la responsabilidad de asumir el poder. Comentario al margen: no hace falta ser un agudo analista político para observar los criterios dominantes de la clase dirigente respecto de la resolución de las sucesiones partidarias.
El PPP es el partido de los Bhutto, como la Liga Musulmana (no fundamentalista) es de los Sharif. Algo parecido puede decirse de los líderes políticos de la India y Bangladesh. De los otros países musulmanes, no es mucho lo que se puede decir, entre otras cosas porque allí los partidos políticos no existen, ni siquiera como patrimonio familiar.
La renuncia de Musharraf produjo, al mismo tiempo, la ruptura de la alianza entre Sharif y Zardari. Las diferencias eran muchas, pero el detonante que produjo la explosión fue la descarada ruptura de los acuerdos por parte del Zardari. "La única letra sagrada es el Corán; es lo único que estoy obligado a respetar", dijo el viudo con su habitual cinismo. El problema de fondo, en este caso, estaba dado por el retorno de los jueces y magistrados cesanteados por Musharraf.
En su momento, la Liga Musulmana movilizó a cientos de miles de personas contra de la decisión del dictador de remover a todos los jueces que le molestaban. En una primera instancia, Zardari los apoyó porque la reivindicación era muy fuerte. Una vez elegido presidente decidió desconocer estos reclamos por una razón muy sencilla: muchos de esos jueces fueron los que lo habían procesado en su momento y, a juzgar por sus declaraciones, estaban dispuestos a seguir investigándolo.
Zardari se presenta ante Occidente como el garante de la lucha contra el fanatismo religioso y los talibanes de Afganistán. Su rol, en este sentido, no es diferente al de Musharraf. Estados Unidos necesita de aliados en una región donde lo más popular es hablar contra los yankis. Un personaje como Zardari les viene como anillo al dedo, más allá de su abultado prontuario. Las modalidades de la relación que van a entablar Zardari con Estados Unidos recuerdan a la que sostenían con el dictador de Santo Domingo, Rafael Leónidas Trujillo, a quien Roosevelt consideraba un hijo de p..., "pero (decía) nuestro hijo de p...".
En verdad, los problemas de Pakistán no son pocos ni sencillos. La economía está en recesión desde hace tiempo y sobre el malestar social se montan los grupos terroristas que operan con absoluta libertad en la frontera con Afganistán. Por otra parte, sus diferencias con la India siguen siendo las de siempre y la disputa por el control de Karachi consume armas, recursos humanos y prestigios políticos.
Pakistán se constituyó como nación después de que la India se independizó del Reino Unido al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Hasta ese momento, Pakistán era una región o una provincia de la India. Atendiendo a su mayoría musulmana, sus dirigentes operaron para asegurar la secesión que finalmente lograron en 1947. No terminaron allí los problemas. El régimen político siempre osciló entre la dictadura militar y la gestión civil corrupta y populista.
En 1971, las intrigas de la India lograron que Bangladessh se constituyera en nación independiente.
A partir de ese momento, la India y Pakistán se lanzaron a la carrera por la bomba atómica. Hoy, los dos países la tienen. La disponibilidad de la bomba atómica por parte de la India y Pakistán tranquilizó en su momento a la región porque el equilibrio del terror ejerce su propia pedagogía. Los indios y los pakistaníes estarán contentos en la coyuntura, pero el mundo difícilmente pueda decir lo mismo, sobre todo atendiendo a la calidad de las clases dirigentes de estos países.