Opinión: OPIN-04
Crónicas de la historia
Marcelo T. de Alvear (III)

Rogelio Alaniz

Alvear entregó el poder en 1928. Lo hizo sin ostentaciones y manteniendo su independencia como presidente de la Nación. En ese momento los yrigoyenistas le reprochaban haber sido el artífice de la división partidaria y el discípulo ingrato y traidor a su maestro, mientras que los antipersonalistas no le perdonaban haberse negado a intervenir la provincia de Buenos Aires.

Si en el balance histórico al radicalismo se le reconoce ser el partido de la legalidad democrática, Alvear fue el exponente más claro de esa tradición. El honor lo puede exhibir con igual o más autoridad que Yrigoyen. Basta para ello observar la diferencia entre provincias intervenidas o las relaciones con el Poder Legislativo para preciar el carácter republicano de la gestión de Alvear.

Los yrigoyenistas, algunos por lo menos, sostienen que don Hipólito no era tan escrupuloso con los procedimientos democráticos porque pretendía una verdadera revolución, mientras que Alvear, más conservador, se subordinaba al legalismo jurídico impuesto por la oligarquía. Estas disquisiciones ideológicas podrán ser muy combativas pero adolecen del problema de no ser verdaderas.

Suponer que Yrigoyen pretendía algo parecido a una revolución social o nacional es un disparate que al primero que asombraría sería al propio Yrigoyen. Puede que en el yrigoyenismo haya habido componentes populistas más definidos que en el alvearismo, pero así y todo en esta afirmación habría que ser prudente porque, como ya lo decíamos en notas anteriores, los Lencinas y los Cantoni eran la encarnación misma del populismo lugareño y al mismo tiempo mantenían pésimas relaciones con Yrigoyen.

"Marcelo es radical" repetía Yrigoyen después del golpe de 1930. La frase se la decía en voz baja a sus seguidores que no le perdonaban a Alvear las disidencias pasadas y mucho menos las declaraciones hechas desde París al diario La Razón dos días después del golpe de Estado. "No tiene mística, pero es radical", insistía el viejo caudillo que siempre tuvo debilidades por Marcelo.

La orden de perdonar a Marcelo viene de Yrigoyen, pero es aceptada porque los radicales comprenden que Alvear es la figura clave para reorganizar el partido después de 1930. Es cierto, sus declaraciones en París fueron injustas, ingratas e imprudentes, pero la política tiene sus propias reglas, y un dirigente como Yrigoyen las manejaba con la exquisitez de un artista.

Vale la pena recordar aquellas declaraciones para entender a Alvear, pero también para apreciar la grandeza de Yrigoyen:

"Tenía que ser así. Yrigoyen, con una ignorancia absoluta de toda práctica de gobierno democrático, parece que se hubiera complacido en menoscabar las instituciones. Gobernar no es payar. Para él no existían ni la opinión pública ni los cargos ni los hombres. Humilló a sus ministros y desvalorizó las más altas investiduras. Quien siembra vientos recoge tempestades. Da pena ver cómo este hombre, que encarnaba los anhelos de la libertad del sufragio, que tenía un puesto ganado en la historia al dejar su primera presidencia, destruyó su propia estatua... A mi gobierno de carácter pacífico y respetuoso, debe Yrigoyen los 800.000 votos de los que se envaneció luego y, tan desdichadamente, que lo cegaron por completo... El que dirigió varias revoluciones, en las que nosotros participamos, no logró hacer triunfar ninguna. En cambio ve triunfar la primera que le hacen a él. Más le valiera haber muerto al dejar su primer gobierno; al menos, hubiera salvado al partido, la única fuerza electoral del país rota y desmoralizada por la acción de su personalismo. Sus partidarios serán los primeros en repudiarlo. Estuvieron a su lado mientras fue el ídolo de la opinión, pero no podían quererlo hombres a los que humilló constantemente. En la primera presidencia debe haber no menos de 50.000 expedientes sin firmar. Mi despacho en cambio quedó al día.... Si se reconoce ahora la bondad en mi gobierno, es por lo mismo que la falta de salud se reconoce cuando aparece la enfermedad... Su gobierno fue neutral durante la guerra mundial, porque era la única manera de no hacer nada en aquellos momentos...".

Entre 1922 y 1928 Alvear e Yrigoyen se vieron una sola vez y fue cuando hubo que ordenar la sucesión del mando. Estas eran por lo tanto las primeras declaraciones públicas de Alvear contra Yrigoyen. Se sabía de las diferencias entre estos hombres, pero convengamos que Alvear no eligió el mejor momento para hacerlas saber al gran público. Por su parte, Yrigoyen nunca respondió una palabra. Era su estilo. Esa era su fortaleza y tal vez su debilidad. Pero la reconciliación la inició Hipólito. Fue él quien vio en Alvear al hombre capaz de expresar la unidad del partido. Esa capacidad para superar enconos personales en nombre de una causa hacen de Yrigoyen un político más completo que Alvear.

Las declaraciones de Alvear a La Razón, además de imprudentes e injustas faltan a la verdad en muchos aspectos. Yrigoyen podría haberlas refutado con comodidad. No lo hizo. Es probable que Alvear luego se haya arrepentido de lo que dijo. Sus amigos dicen que estaba en Europa, su información era incompleta y con los únicos que se relacionaba eran con los antipersonalistas más rabiosos. Si se arrepintió o no, no lo sabemos. Formalmente nunca lo hizo, aunque de hecho su conducta posterior fue respetuosa con Yrigoyen.

Si para los populistas el liderazgo de Alvear expresa la decadencia de la UCR, para los alvearistas, que los hay y no son pocos, la década del treinta son los años de gloria de don Marcelo. Los radicales recuerdan aquella tarde de mayo de 1931 cuando don Marcelo llegó al puerto y allí lo estaban esperando todos, es decir los radicales, el dictador Uriburu y el general Justo. Una vez más el destino lo colocaba a Alvear ante una situación privilegiada y dramática. Para Uriburu, don Marcelo era el candidato confiable, el hombre que se diferenciaba de los yrigoyenistas y podía oponerse en serio a Justo. Para Justo, es el antipersonalista ideal, el candidato que puede legitimar sus aspiraciones. Los otros que lo esperan son los radicales. Allí están mezclados personalistas y antipersonalistas, jóvenes y veteranos. Las desgracias, las persecuciones, el fraude, han empezado a unirlos. En ese momento Alvear toma una decisión histórica, una decisión que lo va a honrar pero le va a costar persecuciones y exilios.

Alvear se va con los radicales. Una vez más Yrigoyen no se había equivocado: "Marcelo es radical". No será el más combativo, el más progresista, pero es sin duda el más representativo. Después demostrará que puede llegar a ser el más valiente y, en algún momento, el más popular.

Su elección a favor del partido en el que militó toda la vida fue coherente con su trayectoria y su temperamento. Alvear podía ser impulsivo, irascible, pero era al mismo tiempo leal, generoso, amigo de los amigos y, por sobre todas las cosas, estaba convencido que el radicalismo era la garantía de la democracia en la Argentina.

Se le reprocha no haber alentado la lucha armada o no haber aprovechado la crisis de los años treinta para profundizar la propuesta programática del partido en una dirección antioligárquica. Los reproches pueden ser válidos, siempre y cuando se acepte que la UCR no tenía la obligación de ser un partido de izquierda o algo parecido.

Marcelo era radical, pero los que lo conocieron aseguran que además era un buen tipo, un tipo querible más allá de sus arrebatos temperamentales, de su lenguaje plagado de palabras cultas y palabrotas. Su amiga, una de las grandes mujeres argentinas del siglo veinte, para mí la más importante, lo describe con su sensibilidad. Ubiquemos el escenario. En 1968, para los cien años del nacimiento de Alvear, se hizo un gran acto público. Allí Victoria leyó este texto. "Ésta , querido Marcelo, es la carta más personal que te habré escrito. Te la escribo como si la fueras a leer porque tu presencia dura. No tengo ya favores que pedirte para nadie, ni miedo de abusar de tu paciencia. Tengo un dato que darte: has tenido amigos fieles. A pesar del lugar y las circunstancias no voy a dirigirte esta carta en un tono extraño al de nuestras conversaciones durante tu vida... Se pueden pronunciar arengas fúnebres muy elocuentes. Pero yo no sabría hacerlo. Vengo aquí con las mismas palabras que usaba cuando vivías; cuando no eras y eras presidente. La Presidencia no te cambió. No sé si transforma a otros porque has sido el único presidente que he conocido en el terreno de la amistad y el único a quien he llamado por teléfono como a cualquier ciudadano sin título. Eras accesible y solías ser impaciente. Nunca lo fuiste conmigo pero te ví serlo. Si hablara de vos hoy, como un ser inverosímilmente perfecto, me parece que te estaría matando de veras en mi memoria...".