El trágico final del “Malevo” Ferreyra

El suicidio del ex comisario Mario “Malevo” Ferreyra ha dado lugar a comenta-rios de diversa índole. En primer lugar, el hecho de que la decisión de darse muerte la haya efectivizado delante de las cámaras de televisión le otorga al episodio un dramatismo macabro difícil de eludir; también lo tiñe con colores sensacionalistas. La discusión abierta en términos legales y éticos acerca de si co- rrespondía o no divulgar esas imágenes por televisión, está abierta y seguramente ocupará en el futuro la atención de juristas y expertos en comunicación social.

Ferreyra fue un policía controvertido que en su provincia despertó tantas adhesiones como rechazos. Más allá de las modalidades algo pintorescas, algo macabras, de su personalidad, lo que no se debe perder de vista es que fue condenado por la comisión de crímenes que fueron probados. Y que en los Tribunales, Ferreyra dispuso de todas las garantías de la ley, las mismas garantías que él les negó a sus víctimas.

Su participación en la represión ilegal en los años de la dictadura militar fue probada, pero él no fue condenado por esas actividades. Más allá de las expresiones de quienes defienden a policías partidarios del “gatillo fácil” o la “mano dura”, lo cierto es que las fuerzas del orden están autorizadas a prevenir y combatir el delito, incluso con la violencia que indique cada caso, pero en todas las circunstancias estos procedimientos deben realizarse en el marco de la ley. Este punto -nada más y nada menos- es el que distingue a un delincuente de un policía, es decir, de un funcionario estatal a quien la sociedad le confía su seguridad.

El caso “Ferreyra” es representativo de cierta mentalidad colectiva y es curioso observar la reacción de ciertas franjas de la sociedad. Llama la atención que los mismos que reclaman a los jueces que condenen con sentencias firmes a los criminales, en casos como éstos les reprochan su intervención. Tampoco parecería que les importe demasiado que la Justicia pruebe mediante los procedimientos establecidos por las normas los ilícitos cometidos. Para este imaginario popular, Ferreyra opera en el campo de los mitos. Y allí, las valoraciones para juzgarlo no son las mismas que se aplican al común de los mortales.

La presencia de alrededor de tres mil personas en su funeral demuestra cómo operan las mitologías populares en las creencias colectivas. La leyenda del policía duro pero justo; severo, recto y justiciero, se impone más allá de cualquier argumento racional o de cualquier prueba en contrario. Su suicidio, en este sentido, confirma con su inevitable tono trágico la mitología.

Por último, la decisión de Ferreyra de quitarse la vida corrobora dos hipótesis: que siempre recurrió a los medios para publicitar sus actos, incluso el último y fatal; y que, fiel a su estructura mental autoritaria, entendía que las leyes de los hombres no habían sido escritas para él.