Después de la restauración

Felipe IV brilla de nuevo en Santa María la Mayor

La enorme estatua del rey español del siglo XVII que se erige en una de los más antiguos templos de Roma, recobró toda su magnificencia luego que fuera sometida a trabajos de restauración. El diseñador del monumento fue el más grande escultor y arquitecto del Barroco: Gian Lorenzo Bernini.

 

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El deslumbrante monumento de uno de los últimos de los Austrias reproduce al monarca hasta en sus más insignificantes detalles, con sus enormes bigotes y el empinado mentón. El templo que lo aloja se convirtió en uno de los más importantes de Roma con el aporte de los Habsburgo.

Foto: Agencia EFE

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La gran estatua del rey español Felipe IV (1605-1665) erigida en el pórtico de la basílica romana de Santa María la Mayor, siguiendo un diseño del arquitecto y escultor del Barroco Gian Lorenzo Bernini, se puede volver a admirar desde hoy, tras la finalización de los trabajos de restauración.

La obra restaurada fue presentada en una ceremonia especial en la basílica a la que siguió un concierto de música sacra en honor de la Inmaculada, cuya festividad celebra en Santa María la Mayor parte de la comunidad española de la capital italiana.

La estatua, concluida por el escultor Girolamo Lucenti en 1666 (un año después de la muerte del monarca) según la idea de Bernini, presentaba en varias partes un aspecto “fuertemente borroso y cromáticamente alterado”, y estaba cubierta de una capa de barniz negro que deslucía los matices aplicados al bronce por el artista.

Estos daños, producidos por la acción durante siglos del polvo, diversos agentes contaminantes y materiales usados para proteger la estatua, han sido reparados por las labores de limpieza y las intervenciones “quirúrgicas”, que le han devuelto, en un 75 %, el aspecto de la pátina original aplicada por Lucenti.

Como resultado de las operaciones, es posible apreciar los numerosos volúmenes tallados en relieve y cambios de plano “que hacen vibrar la superficie en sofisticados pasajes lumínicos”, según los responsables de los trabajos.

Los trabajos de recuperación de la estatua de Felipe IV han sido dirigidos por el director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, y por el responsable del Departamento de Arte Medieval y Moderno de dicha institución, Arnold Nesselrath.

La escultura de Felipe IV, encargada en 1659 por Giulio Rospigliosi, nuncio del Vaticano en Madrid y futuro papa Clemente IX, es una de las muestras de la especial vinculación de la Corona española con la basílica, templo del culto mariano por excelencia.

Según la tradición cristina, fue erigida en la cima de la colina Esquilina siguiendo una visión del papa Liberio y en el perímetro delimitado por una nevada, caída el 5 de agosto de 358, que “manifestó” la voluntad de la Virgen.

Además, es la única de las cuatro basílicas mayores de Roma que conserva su estructura original y alberga numerosos tesoros artísticos, como mosaicos, cuadros y esculturas.

La relación de España con el templo arranca con el emperador Carlos V y posteriormente, tanto su nieto Felipe III como su bisnieto Felipe IV contribuyeron con numerosas donaciones a acrecentar el esplendor de la Basílica, por lo que se convirtieron en benefactores de Santa María la Mayor.

En virtud de la bula Hispaniarum Fidelitas, se instauró que cada año España entregase el óbolo a la basílica y se oficiasen solemnes celebraciones eucarísticas en la misma con motivo de la festividad de San Fernando (30 de mayo) y en otras ocasiones.

Gracias a estas numerosas aportaciones, Felipe IV fue honrado con la estatua ahora restaurada, así como con un majestuoso y enorme catafalco que nunca albergó sus restos, y la basílica acoge también los sepulcros de dos cardenales españoles.

Además, por una bula del Papa Inocencio X, cuyo retrato pintado por DiegoVelázquez se encuentra en la Galería Doria Pamphili de Roma, todos los reyes de España son protocanónigos de la Basílica.

Como resultado de las operaciones, es posible apreciar los numerosos volúmenes tallados en relieve y cambios de plano

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LA FIGURA

Virtudes

Felipe IV, no obstante su escasa habilidad política, fue hombre de gran cultura y mecenas de las artes; se le considera el mayor coleccionista de pinturas del siglo XVII. Reunió para los palacios de la Corona más de 800 cuadros, la mayoría expuestos o guardados en la actualidad en el Museo del Prado y que se cuentan entre sus mayores tesoros: Rafael, Mantegna, Durero, pintores venecianos como Tiziano y Tintoretto, múltiples pintores barrocos italianos y franceses... Eso, por no aludir a la protección que dispensó a Diego de Velázquez a lo largo de cuarenta años. Sin el apoyo de este rey, el pintor sevillano no hubiese desarrollado una carrera tan brillante. Por esta relación de mecenazgo, el grueso de la producción de este pintor se concentra en el Prado.

También en su tiempo escribieron las más destacadas plumas de la lengua castellana: Francisco de Quevedo, Lope de Vega, Góngora y Tirso de Molina, entre otros.

Finalmente, es el tiempo de Felipe IV el de las aventuras de don Diego Alatriste y Tenorio, el personaje de ficción que la saga novelística de Arturo Pérez Reverte hizo famoso en todo el mundo.

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ADEMÁS

El principio del fin

Fue durante el reinado de Felipe IV (1621-1665) que España empieza a mostrar los signos evidentes de su decadencia como potencia imperial. Hijo de Felipe III, a quien sucedió tras su fallecimiento, y de Margarita de Austria, nació el 8 de abril de 1605, en Valladolid.

Su favorito, el valido Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, contribuyó decisivamente a su formación y aprendizaje del “oficio” real. Inteligente, culto, sensible y capacitado para las tareas de gobierno, Felipe IV adolecía, sin embargo, de falta de seguridad en sí mismo, y era indeciso y débil de voluntad.

Felipe IV se casó con Isabel de Borbón en 1615 (seis años antes de acceder al trono), con quien tuvo, además de otros hijos malogrados, al príncipe heredero Baltasar Carlos (1629) y a la infanta María Teresa (1638), futura esposa del rey de Francia Luis XIV, cuya unión propiciaría, en 1700, el acceso de los Borbones al trono de España. Tras la muerte de la reina Isabel de Borbón (1644) y la del príncipe heredero (1646), Felipe IV se casó en 1649 con su sobrina Mariana de Austria, de cuyo matrimonio sólo dos hijos alcanzaron la edad adulta.

Su reinado, sobre todo en los años de gobierno del conde-duque de Olivares, fue un período de lujo, fiestas y exaltación cortesana.

El reinado de Felipe IV puede dividirse en varias etapas: una primera, hasta 1643, en que el protagonismo esencial le corresponde a su valido, el conde-duque de Olivares; una segunda, en la cual Luis Menéndez de Haro, marqués de Carpio, dirigió los destinos de la monarquía hispánica (1643-1661); y, finalmente, los últimos años de la vida de Felipe IV, hasta 1665.

Con Olivares, la monarquía se implicó plenamente en la guerra de los Treinta Años, y reanudó la guerra de los Países Bajos. El valido pretendía compaginar la ofensiva bélica con las reformas interiores, tendentes a aliviar a la Corona de Castilla del enorme peso fiscal y militar. Tras unos años de brillantes victorias, el fracaso de su política interior, la falta de recursos y la intervención de Francia en la guerra comenzaron a cambiar la situación.

Los años posteriores no pudieron alterar el curso de los acontecimientos. El Tratado de Münster consagró la pérdida de las provincias del norte de los Países Bajos. La guerra franco-española continuó, pero, a pesar de éxitos como la recuperación de Cataluña, el apoyo de la Inglaterra republicana resultó decisivo para la victoria de Francia, consumada en 1659 con la Paz de los Pirineos.

En los últimos años de su reinado, concluidos los grandes conflictos, Felipe IV pudo concentrarse en el frente portugués. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Meses antes de su muerte (ocurrida en Madrid, el 17 de septiembre de 1665), la derrota de Villaviciosa (17 de junio) permitía vaticinar la pérdida de Portugal.