Artes Visuales

“El graduado”

Domingo Sahda

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“Anónimos”, de Liliana Gaston.

Con el título del encabezado ha venido exponiéndose desde días atrás en las salas del Museo Municipal de Artes Visuales Sor Josefa Díaz y Clucellas, una colección de trabajos de distintos autores convocados con la denominación antedicha, la que remite a la idea de un proceso de formación cumplimentado en el espacio educativo de la Escuela de Bellas Artes de la Facultad de Humanidades y Artes, de la Universidad Nacional de Rosario. Los graduados expositores pertenecen a distintos tiempos cronológicos, mezclándose, en una misma muestra, diferentes promociones de plásticos. Los expositores son, a saber: Arminda Ulloa, Julio César Botta, Mauro Nazareno Musante, Rubén Echagüe, Nanzi Vallejo, Liliana Gaston, Julián Usandizaga y Marisa Bigazzi.

La colección en exhibición admite ser aprehendida como sucinto compendio de diferentes miradas y definiciones plásticas, sea en el espacio plano tanto como en el espacio tridimensional, y tal manifiesta diversidad responde esencialmente a diferentes ángulos de concepción creativa por parte de los expositores. Ello exige un constante ejercicio de acomodación frente a la diversidad formal y conceptual a la vista. Tal modo de exponer supone un cierto riesgo ante la inevitable dispersión (que en esta muestra se salva con una cierta elegancia), cuestión resuelta por el acertado montaje y disposición de las obras, que no se superponen ni compiten entre ellas. La disposición de las distancias y los recorridos así lo permite incrementando sensiblemente el nivel de apreciación de los conjuntos.

Nunca mejor aplicado el concepto de “muestra” entendido como señalización de los diferentes lenguajes adoptados por cada expositor, puesto que al tiempo de mostrar acotados conjuntos de cada quien, cada artista sostiene su obra sin perturbaciones por proximidad de terceros.

Una subyacente intencionalidad de difusión institucional se desprende de la propuesta global en sí, hecho que presupone futuras reciprocidades provinciales y aun interprovinciales a modo intencional de cortar el cordón umbilical de dependencia con Buenos Aires, unas veces bienvenido y otras soportado como marca inmovilizadora.

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“Calcinado”, de Julio César Botta.

Así las cosas, Julián Usandizaga destaca la personal excelencia de su oficio en la meticulosa construcción de su identidad, ironizando sobre sí mismo al recortarse de su sombra, fatal acompañante toda vez que la luz lo recorta, objetiva y subjetivamente hablando. El impecable tratamiento de los contraluces tramados remarca su atención obsesiva a cada tramo del dibujo donde nada queda fuera de control, otorgándole al dibujo “D.N.I. Nº 01” una sensación de estar expectante y al acecho de sí mismo y del entorno. Este dibujo se recorta como reflexión acerca de ser y estar en el mundo situado frente a su personal espejo, desprendiéndose solapadamente del plano como sombra de sí mismo apenas desplazada.

Esta Autoindagación cede su paso a otros tres dibujos-color de formato menor en los cuales las luces cromatizadas se carnalizan en un oblicuo y sofisticado erotismo. La madre del dibujo: la línea, participa en estos textos visuales en los que se articula imagen y palabra, corriendo por dos vertientes comunicacionales, la imagen y la palabra escrita con calidad de textura compositiva del plano.

A modo de acotado homenaje —y muy merecido por cierto— se exhiben cuatro piezas de Julio César Botta de formato mayor en las cuales el Expresionismo Abstracto está medido por la concepción del cuadro como formulación explícitamente conceptual que rezuma un fuerte sentimiento emocional articulado con el estallido cromático violento y las texturas corroídas sobre un plano que formulan opiniones del mundo y sus circunstancias obviando el discurso verbal o descriptivo. Son singulares manifestaciones de la contemporaneidad social entorno autocontenidas al límite del arte plástico en sí mismo; las mismas destilan una desangelada opinión política y social de nuestros tiempos. La pintura “Doblada, partida, estrellada”, es una manifestación visible de nuestra historia social, nuestra identidad, nuestra patria, todo a un mismo tiempo y sin concesión melodramática o acomodaticia a literaturas ocasionales o a discursos políticos baladíes.

La nostalgia de ausencias y del infinito; la poesía elusiva se hace presente en los trabajos que firma Marisa Bigazzi, y que tanto aparecen en su instalación “Pequeña Letanía” como en su otra obra vertical que repite el emblema metafórico portador de deseos/sueños. La calidad de ejecución en cada paso no ofrece grietas ni debilidades. Mauro Nazareno Musante participa con trabajos elaborados en el espacio tridimensional con apelación a una imagen a modo emblemático de particular densidad poética. Una vez lo hace con material imperecedero —en su obra en metal— y otra con el elemento convocante en cuestión —una pluma— repetida al infinito que en su particular posición y por proyección de luces crea un imaginario de real poesía plástica altamente logrado, aun con la sencillez de los elementos empleados. Evidentemente, cualquier material es bueno cuando hay algo “que decir”. La instalación “Vuelos” resulta impecable en su formulación y aun dentro de su precariedad. La poética de la libertad es su leit-motiv que aparece en su obra pieza en volumen de impecable resolución técnica.

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“DNI”, de Julián Usandizaga.

Nanzi Vallejo exhibe un trabajo de organización compositiva múltiple cuyas fases se concatenan en un solo tópico expresivo. Una agridulce y melancólica elegía en torno a las ausencias y los despojos trabajada con diversas entonaciones de grises brumosamente iluminados con leves tintes que nunca llegan al contraste neto y tajante. Sinfonía de niebla y brumas que mixtura figuras y fondos en un todo continuo y que a modo de relato unitario se desprende de la pared. Los pliegues desmayados son apenas resplandores de aquello que fue. Verdadero “Tour de Force” de Vallejo en esta compleja obra que anuda la conciencia del tiempo y el espacio en una unidad de sentido encabalgada entre la realidad y la irrealidad.

Rubén Echagüe presenta un trabajo cuya unidad de sentido gira en torno de aquello que constantemente refiere a modo obsesivo: la censura autoimpuesta y admitida desde distintos ángulos icónicos que se enlazan de un modo un tanto arbitrario y desparejo desde lo visual.

Cada elemento compositivo se desprende del conjunto adoptando identidad específica en colisión con la idea de conjunto unitario de sentido. En “La liturgia imaginada” el ojo censor dominante por sobre el resto de lo visible entorno demanda un proceso de atención que se sobresalta en distintos momentos del recorrido. La colección de trabajos que exhibe Liliana Gaston manifiesta el dominio impecable de un oficio que conoce cabalmente y cuyas imágenes explicitan sin ambages una percepción de la condición humana de intensa actualidad. El Sofrenado y a la vez dramático discurso de sesgada opinión política caracteriza sus trabajos con un marcado rigor expresivo, sin descender a obviedades. Una densa plasticidad se manifiesta paso a paso.

Arminda Ulloa presenta trabajos en metal de muy cuidada resolución espacial, sin resquicios ni dubitaciones expresivas dentro de una óptica de geometrización hermética y un tanto elusiva. Mixtura elementos de diverso origen creando unidades plásticas autosuficientes desvinculadas de cualquier entonación emocional o localización precisa, creando íconos que se autorreferencian.