DE DOMINGO A DOMINGO

Inseguridad, inflación y el desgaste presidencial

Hugo Grimaldi

(DyN)

Inexorable, la historia ha consumido un cuarto del tiempo que tiene para gobernar Cristina Fernández de Kirchner, la presidenta que llegó a la Casa Rosada con más de 60 % de imagen positiva y con muchas esperanzas depositadas en ella por gran parte de la sociedad. Un año después, su carisma ha bajado a la mitad (28 %). No es para menos: el miedo a la inseguridad y su secuela de muertes diarias a la vuelta de cada esquina es una perinola que los ciudadanos no saben cuándo les va a tocar, episodios que los funcionarios comentan sesudamente desde la ideología, pero en los que parece que nadie quiere meter mano de verdad. La gente sólo atina a rezar para volver a su casa sana y salva.

Por otro lado, secuela de la inflación, crece la desconfianza en cuanto al manejo de las variables económicas, patentizada en la fuga de capitales. Un mal cóctel para mantener fidelidades y encarar 2009, en medio de la posibilidad de un parate productivo, con las elecciones a la vista.

El último año fue un período que pareció de tránsito velocísimo, por algunos pecados de origen, como que la actual gestión presidencial llegó como furgón de cola de la anterior, lo que la obligó a Cristina a cargar con todas las mochilas de desgaste que le dejó su antecesor y marido, Néstor Kirchner. Aunque también ella misma le echó leña al fuego a su propio deterioro, tras los errores cometidos en la pelea con el campo que, como una bisagra en su tiempo de gobierno, la llevó a enemistarse con las clases medias urbanas y rurales, que poco la toleran a esta altura.

Sin embargo, tras haber perdido aquella singular votación en el Senado y con el deterioro de la relación con el vicepresidente Julio Cobos a cuestas, la presidenta tuvo resto todavía para volver a disciplinar al Congreso, que volvió a funcionar como una escribanía al servicio del Ejecutivo, en leyes clave como el Presupuesto, la apropiación de fondos de los jubilados de las AFJP, la emergencia económica y la reestatización de Aerolíneas Argentinas, entre otras.

Durante los últimos días, en nombre de atenuar la crisis, los diputados avanzaron en la ley ómnibus que contempla la baja de los impuestos al trabajo para los que tomen personal y para las Pymes, una amplia moratoria impositiva, previsional y aduanera que borra procesos y penas y un controvertido blanqueo de capitales que, si no se lo atiende con seriedad, puede convertirse en una probable puerta de entrada a la Argentina para mucho dinero ilegal, presente y futuro. Este aspecto del proyecto, ha vuelto a poner en disidencia a muchos dentro del ya crujiente Frente para la Victoria, mientras que, por izquierda, todo indica se ha empezado a resquebrajar parte del entramado que le daba sustento al kirchnerismo.

“En estas cosas estábamos, cuando de repente apareció el mundo y nos complicó la vida a los argentinos“, acaba de decir Cristina con estudiada ingenuidad, segura por los antecedentes que el argumento es comprable por el grueso de los argentinos, siempre tan ávidos de poner sus sufrimientos y errores bien afuera de su propia responsabilidad.

El libreto oficial está convencido de que durante el último año se han consolidado elementos que hacen a la sustentabilidad de un proyecto que los Kirchner consideran fundacional: el desarrollo con inclusión social, con tipo de cambio alto, apego a los superávits, acumulación de reservas en el Banco Central y activismo del Estado que han generado un crecimiento inédito, creación de empleo y reducción de la pobreza, entre otros ítems. Todo este andamiaje queda, por cierto, en expectativa para 2009, sólo con mirar la depresión de los precios internacionales de las materias primas.

Según la consultora Economía & Regiones, hoy, 16 de los 22 principales sectores exportadores (agrícolas, agroindustriales e industriales) “enfrentan un tipo de cambio efectivo más bajo que hacia finales de la convertibilidad, lo cual se agravó a partir de la crisis mundial cuando el euro y el real se depreciaron fuertemente contra el dólar“. Esta realidad ha llevado al Banco Central a permitir durante los últimos días una suba de varios centavos en el nivel de la divisa, en línea con lo que venía sucediendo en Brasil, lo que puede volver a alentar la compra minorista de billetes esta misma semana, salvo alguna intervención correctiva que desaliente. Pero, si es sólo para tirarlo abajo por un rato y volver luego a permitir su apreciación, el mercado estima que los agentes económicos aguantarán el chubasco y dolarizarán sus portafolios igualmente, ya que los cálculos establecen aún cierto recorrido alcista, hasta llegar al nivel que estaría igualando la escalada del dólar frente al real: $ 3,70.

El principal problema para las autoridades monetarias es saber cuándo parar, para evitar el traslado a los precios internos de la nueva paridad, tal como manda la vieja costumbre argentina de remarcar los precios en función del valor del dólar. La devaluación del peso ya está permitiendo una licuación del gasto medido en dólares, lo que puede tranquilizar a los funcionarios, pero simultáneamente pone en guardia a los trabajadores, porque su salario también se deshace y los empobrece.

Más allá de la ideología, en el esquema de poder se considera que siempre es mejor que los beneficiarios se sientan agradecidos hacia la decisión estatal (automotrices y electrodomésticos), mientras que los se quedaron afuera hagan buena letra para la próxima (el agro). Todo está permitido, antes que generar mecanismos que dejen que sea el mercado el que asigne los recursos. Sobre la necesidad de mostrar un mayor manejo de las variables económicas y para evitar que en medio de un año electoral se hable de estancamiento o directamente de recesión, el lanzamiento del Plan Doble K (keynesiano y kirchnerista) ha servido para mostrar a una presidenta preocupada y con la necesidad de mostrar su manejo de la situación con medidas de impacto. No dejan de ser más que loables las iniciativas, porque además se pone el acento en el nivel de empleo. Pero como se ha dicho desde el minuto uno, el gobierno carga con una cruz extrema que deberá revertir de ahora en más para ganar en credibilidad: cómo hacer para pasar de tan rimbombantes anuncios a una instrumentación efectiva, que no termine en otra promesa inconclusa.