ANOTACIONES AL MARGEN

Otros Jeckill and Hyde

Estanislao Giménez Corte

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No mejor idea que concebir para sí un seudónimo y desdoblar su vida de escritor tuvo el innominado protagonista, tras fracasar en un concurso de literatura por enésima vez y sopesar que sus esfuerzos como investigador sumaban, apenas, reveses y siniestras.

No otra posibilidad entrevió, anoticiado de lo oneroso de su pretendida vida intelectual, que le estallaba sobre facturas impagas y vencimientos urgentes.

No otra alternativa avizoró en la noche que recurrir, con la vergüenza del que lanza su último golpe, a anotaciones y pensamientos más bien desvariados, que se le revelaban antes de dormir, torpes como el humor negro en una situación incómoda, raptos absurdos, que el protagonista innominado desechaba hasta ayer nomás, con la altura con que un alto gramático se espanta ante un desafortunado neologismo.

No mejor resolución tomó que enviar esas columnas y textos delirantes, misceláneas de relato rosa, policial clase B, resonancias al “pulp fiction”, escritos al correr del teclado, que le fluían lo mismo que acordes disonantes, a periódicos, revistas del corazón, empresas de cómics más o menos impresentables, publicaciones pseudo-eróticas, bien fijados por su nombre ficticio, el seudónimo, en el sitio del remitente.

No otro resultado que un modesto gran suceso tuvieron sus escritos “impublicables”, y con esas minucias ganó dinero y recibió pedidos y trabajo a destajo contra demanda.

No peor desenlace podría haber acarreado esa desesperación, suerte de divisoria existencial interna, macabra oscilación entre una faceta pública de escritor comprometido y grave y un rostro oculto detrás de fingidos caracteres, relator de penosas escenas amatorias, una vez que el seudónimo fue ganando terreno sobre las espaldas del autor y merced a la percepción del primero de que su tiempo era asaltado por el intruso, que basaba sus diálogos en realities-show, comedias hollywoodenses y sit-coms.

No poca perplejidad experimentó el protagonista innominado al comprender que su seudónimo era un suceso y su nombre real, poco menos que una inexistente referencia en las severidades de los recintos académicos; una seca angustia lo corroyó al verse involucrado en la disputa autogenerada de desdoblamiento al interior de su yo, en la que, claro, ganaba su peor parte.

No poca tristeza lo embargó al asistir a la muerte del novelista trágico, su yo anhelado que se le escurría, a manos de un impostor barato y chismoso de nombre falso, que era requerido, por incontinencia creativa, en foros de Internet y publicaciones quincenales. No lo dejó morir, empero, sin intentar una última posibilidad: contó, con hondo conocimiento de biógrafo, la historia de un personaje agobiado que crea otro yo -detestable e impresentable- que, sin embargo, lo supera, lo domina, lo disuelve a la nada, lentamente. No otra historia podría contar. ¿No?