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ANÁLISIS

Una tradición necesaria

Roberto Schneider

Una vez más, la nota distintiva de este acto que se realiza hace ya 16 años fue la alta emotividad de los distinguidos. Los premios, se sabe, son como una pequeña caricia al alma. Y el Premio Máscara -que no es competitivo y no debe serlo, para mantener su esencia-, se caracteriza precisamente por eso, porque se premian trayectorias de incansable trabajo en la escena santafesina, en cada una de sus manifestaciones.

Cabe recordar aquí que el teatro es, entre otras posibles definiciones, una expresión de la emoción humana y que es un medio de evasión aunque sea momentánea; la realidad humana es transfigurada por la magia del teatro, al mismo tiempo que cobran conciencia y plenitud todos los sentimientos que yacen dormidos bajo la capa de los intereses prácticos de la vida actual; el teatro se aparta de la realidad para enriquecerla, va más allá de la filosofía y de la ciencia.

El hacedor encuentra en el teatro el mejor medio de alejarse del tráfago de la vida cotidiana; su quehacer constituye una válvula de escape para sus sentimientos y su imaginación. El teatro cumple una importante función: allí suele sublimar el hombre todo lo que de trágico o grotesco tiene la vida. La obra de teatro es un jirón, un fragmento de la realidad salvado del influjo de la temporalidad, rodea al hombre, es parte de su propia vida; en el teatro se expresan inquietudes, anhelos, sueños, rebeldías, agonías y fracasos. Y quienes este año -como antes, como siempre- fueron distinguidos, construyeron y construyen día a día, año tras año, el encuentro del hombre con su propia obra.