Informe Central
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Artículo ganador del concurso CAPA-Banco Galicia
La lucha agraria ya es un estilo de vida

La premisa del certamen nacional fue “La gente detrás del conflicto”. El jurado consideró que los autores “encontraron una manera original de encarar la noticia: ya no desde el costado político, sino desde las vivencias de la gente”.
Juan Manuel Fernández y Gastón Neffen
Romang. Enviados Especiales
La risa, como mecanismo psicológico de defensa, nos pone a salvo en situaciones dolorosas. De ahí que en los velorios siempre haya un deudo que ensaya un chiste y otros que se permiten una sonrisa. Por el mismo motivo, en las protestas que los productores mantienen en las rutas desde hace 3 meses no faltan la chacota, el doble sentido o las cargadas. Pero la procesión va por dentro: a nadie le gusta estar ahí viendo pasar los días sin que lleguen soluciones y en permanente estado de tensión.
“Cuando se haga la fiesta nacional de los piquetes nosotros vamos a mandar a la Valeria como la Reina del Piquete de Romang para que nos represente”, bromea uno de los productores que, mate en mano, está ubicado en su silloncito cerca de la cocina económica a leña que hace las veces de fogón. La destinataria del piropo es una bonita joven integrante de la policía provincial que justo acertó a pasar por el frente de la carpa camino al asfalto, donde tiene la misión de garantizar la seguridad del lugar.
Tanto tiempo en la lucha ha ido modelando un estilo de vida a la vera de las rutas. En los piquetes más combativos se montaron verdaderos campamentos con todas la comodidades para aguantar lo que sea necesario. Y con el mismo objetivo también se diseñaron cronogramas para garantizar la presencia de productores en forma permanente. Entonces, la cotidianeidad está compuesta de horas frente al televisor, mateadas, amasado de tortafritas, guardias sobre la ruta, rigurosas asambleas, charlas interminables y hasta cumpleaños que se festejan en plena protesta.
Puntal femenino
Más parecido a un campamento gitano que a una lucha agraria, el piquete de Romang luce sobrecargado. De lejos se distinguen las características lonas verdes de los camiones cerealeros que, tendidas sobre tirantes de hierro, hacen las veces de techo uniendo un par de casillas y una casita rodante donde yacen algunas camas cuchetas. También se destaca, como en otros enclaves del mismo tipo, la antena de televisión satelital.
El interior del “campamento” está organizado alrededor de la vieja cocina económica Carelli, sobre la cual descansa una olla con café, una pava renegrida por el hollín y un fuentón plástico en cuyo interior descansa el bollo que luego se transformará en tortafrita, “pata “e chancho” o “donas” (buñuelos con forma de rosca, otra conquista de la globalización).
Ahora, como en las épocas más duras, la mujer asume el rol de sostén espiritual. Como cuando Eva Van de Velde de Masín, líder del Movimiento de Mujeres en Lucha de Villa Ocampo, o Rosa Menna, dirigente de la Red de Mujeres Federadas Argentinas en Villa Minetti, tuvieron que salir a dar la pelea gremial mientras su maridos trabajaban en el campo para saldar las deudas que amenazaban sus familias.
“La gente, solidaria, trae sus cosas sin interés; por ejemplo equipo de mate, los utensilios para la cocina cada uno lo trae de su casa y lo deja acá...”, comenta orgullosa Patricia Píccoli mientras hunde su manos en la masa que en poco tiempo transformará en delicias para todos los presentes, incluidos los camioneros que esperan la liberación del tránsito. A metro y medio, la puerta entornada de una casilla deja entrever paquetes de yerba, fideos, agua mineral y hasta bolsas de harina que les llegan como donación de parte de la gente del pueblo y las colonias cercanas.
Mantener el espíritu no es cosa sencilla. “Hay momentos en que el ánimo decae cuando uno ve tanta negatividad de parte del gobierno o tanta indiferencia, pero en general todos se apoyan y el ánimo es de seguir en la lucha y se ve en la gente”, comenta Patricia. Sin embargo la preocupación existe: “nosotras vemos a nuestros maridos que hay momentos en que se sienten muy nerviosos por tanta incertidumbre; porque uno realmente vive de esto y porque también se ven las consecuencias que tiene en los demás que están alrededor”.
El casino es más seguro
En el cartel escrito con fibrón que cuelga de un tirante se lee que hay “corte total cada dos horas” para camiones con granos y “asienda” para frigorífico. Imperativo, remata: “asamblea todos los días 19:00 horas”.
La organización es fundamental para sostenerse en la lucha. Y por eso los productores se ordenan en grupos para montar guardia en forma rotativa. Participan de todos lados: Campo Ramseyer, Los Laureles y La Esmeralda; Colonia Duran, Colonias Sager, Nueva Romang. “Por ejemplo este grupo que hoy está de las 7 de la mañana a las 7 de la tarde, mañana durante el día descansa y después le toca a la noche y así”, explica la señora Pícoli.
A muchos kilómetros de allí, sobre la ruta 40, a medio camino entre la ruta 3 y Reconquista, en El Arazá se organizan de la misma manera, aunque son 5 grupos en lugar de tres. Si bien no hay tanta infraestructura, también cuentan con sus enseres de cocina y su televisor con conexión satelital para estar al tanto de la noticias nacionales. Allí también hay risas y algunas cargadas, como el mote de “Samid” para uno de los muchachos que por gracia (o desgracia) de la naturaleza se le parece al empresario de la carne ultra kirchnerista. También incorporan algo de humor entre las quejas, como cuando Gustavo Peresón (agricultor) explica que a ellos las medidas del gobierno los afectan mucho más porque producen en una zona marginal. “No estamos en la Pampa Húmeda, nosotros estamos en la Pampa Seca”, dice para señalar que, por efecto de la sequía, a duras penas la soja rindió entre 600 y 800 kilos por hectárea. Más serio, aclara que el costo de indiferencia (el rinde “para salir derecho”) es de 15qq y que las buenas cosechas en campo propio no superan los 17 o 18 quintales , por lo que los márgenes son ínfimos o nulos cuando se descuentan -además de los insumos- el flete, que para descargar soja en Rosario (a $87 la tonelada) representa $2.400 por camión.
¿Por qué se subieron a la ruta ahora y no antes? Peresón se resigna y responde: “porque es como se dijo, que somos mansos, no es que cerraba con el 35% (de retención) pero hasta ahí aguantábamos”. Igual vuelve a recurrir al sarcasmo y explica la gravedad de la situación si no se modifican las cosas: “Nosotros no podemos volver al campo a laburar en esta situación, ¿qué vamos a ir a endeudarnos para fundirnos? Si tenemos un mango más vale vamos al casino que por lo menos tenemos la posibilidad de ganar”.
Jugados el todo por el todo, la decisión es quedarse en la ruta “hasta los últimos días” y para probarlo recuerdan que en la zona hace 6 meses que no llueve, las represas de 8 m de profundidad están secas, “así que podemos aguantar en la ruta un año o dos años, ¿que vamos a ir a hacer al campo, si no podemos sembrar?”.
En El Arazá también hay risas y algunas cargadas, como el mote de “Samid” para uno de los muchachos que por gracia (o desgracia) de la naturaleza se le parece al empresario de la carne ultra kirchnerista.

La presencia de la televisión se repite en varios campamentos; es la forma de estar actualizados sobre la marcha de la protesta a nivel nacional
Foto: Juan Manuel Fernández

El rescoldo permanente y los utensilios de cocina también se repiten en cada uno de los fotones que los productores utilizan para cocinar y combatir el frío.
Foto: Juan Manuel Fernández

Las mujeres ayudan a mantener el espíritu “... y el corazón contento”.
Foto: Juan Manuel Fernández
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“Uy, el tipo cruzó el camión en la ruta”, avisa un productor, en el piquete de Romang, sobre la 1, “ahora no va a poder pasar nadie”, concluye. Y por un rato tiene razón. El jueves a las tres y media de la tarde otra vez se interrumpe el tránsito. Los que venían de Reconquista pegan la vuelta; los autos y camiones que circulaban por la otra mano quedan demorados.
El camionero explica. “Vengo del impenetrable en Chaco y llevo postes. Ya me hicieron esperar varias horas en Villa Ocampo. Estoy cansado, si yo no paso no pasa nadie”, argumenta. En este corte, los productores decidieron que la metodología es interrumpir el transporte de cargas durante 6 horas. “Los autos, ómnibus y ambulancias pueden circular con normalidad”, aclaran.
Los transportistas de la zona, los que trabajan a diario con los productores, acompañan con sus camiones y acoplados el reclamo del sector. “Nosotros vivimos del campo”, aclara Héctor Ambrosig de 58 años. “Sobre todo llevamos granos y hacienda. Hace 80 días que no podemos trabajar con normalidad. El gobierno tiene que solucionar este tema”, reclama Carlos Alfredo, también de Romang.
La situación cada vez es más tensa. Los transportistas, que aquí son autoconvocados, pensaban profundizar los cortes si el conflicto seguía estancado. Es lo que hicieron el martes a la mañana los camioneros de La Criolla. Ese día el corte de tránsito era total, sólo permitieron la circulación de autos y camiones al mediodía. “Nosotros dependemos de la cosecha, no tenemos otra cosa”, aclaraban.
La Criolla es un pueblo de casi 3.000 habitantes. “La situación es desesperante, somos 100 familias que dependemos del transporte de carga y no podemos seguir así”, insistían, mientras las colas de autos y camiones se hacían más largas.
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En cada palabra, con cada gesto, en cada músculo de su rostro se nota el esfuerzo de Patricia Píccoli por hacer entender que no son oligarcas, ni egoístas, ni avaros. “Si uno estuviera tan bien, como se dice, nadie tiene problema en dar, si incluso estamos dando; lo que duele es que te vuelven a pegar el pie sobre la espalda para que no te levantes; eso es para nosotros: no poder levantarte de todos esos años malos que tuvimos”. La indignación surge de saber que, luego de un período histórico-económico de debacle, se empecinan en negarles las posibilidades que el nuevo contexto les ofrece: “después de muchísimos años en los que estuvimos muy mal, endeudados, ahora estabamos queriendo salir y arreglar nuestras maquinaria, meterte en otra deuda porque te estaba yendo un poquito mejor y ves esto acá y duele mucho; entonces eso hace que uno luche con más ganas”, afirma.
Las razones para luchar abundan. Y también las sospechas de malas intenciones. Para Ana María Benítez, que a duras penas cría pollos para vender puerta por puerta en Romang, lo que el gobierno quieren es destruir al pequeño productor. “Quieren sacarnos del campo”, asegura, y recuerda que en la zona se ven muchas “taperas” de la gente que perdió sus chacras y se fueron a vivir al pueblo “con pena, con dolor, porque siempre están pensando en su campo y en lo que perdieron”. Indignada, se defiende de las acusaciones de avaricia de la Presidente: “esta abundancia es la que produce la gente de acá. Por eso no nos da vergüenza. Porque la gente trabaja y todo lo que se consume acá es de la propia gente que trabaja”.
Los piquetes de los camioneros
El desengaño y la desconfianza, el factor común
“La gente, solidaria, trae sus cosas sin interés; por ejemplo equipo de mate, los utensilios para la cocina cada uno lo trae de su casa y lo deja acá...”, comenta orgullosa Patricia Píccoli
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el dato
“No les creemos nada”
La experiencia de Fernando Chicherit, 38 años, productor agropecuario en Romang, es un buen ejemplo de las razones que tienen agricultores, ganaderos o tamberos para no confiar en las promesas de subsidios o reintegros por parte del gobierno.
“En el 2006 yo vendí 500 toneladas de trigo a la molinería en Santa Fe”, relata el productor. “El gobierno me tenía que devolver 50 pesos por tonelada. Yo me pasaba todos los días mirando en el Oncca y nunca me llegó nada; y eso que estoy al día en el Afip, con alguna moratoria, pero en en regla”, se lamenta.
Asimismo, Chicherit insistió en la última campaña con la esperanza de recibir la compensación por el cereal. “Lo mismo me paso este año, no me reintegraron nada. También me presenté en el plan más terneros y todavía estoy esperando que me reconozcan algo. Así que al gobierno no le creemos nada. A los lecheros le paso exactamente lo mismo”, concluye.
A la distancia, la lucha parece un juego de niños
La pelea por la resolución 125 parece un juego de niños frente al panorama que vive actualmente el norte provincial a raíz de la cruda sequía que afecta la región.
Si bien el activismo de los productores que sostuvieron los piquetes no se detuvo, ya que siguen reuniéndose en asambleas en forma periódica, el ánimo es mucho peor que en el momento más álgido de la pelea por las retenciones móviles. “En los días del corte el ánimo del productor no era del todo malo; económicamente no estabamos tan mal porque todavía había liquidez. Pero hoy es malísimo, están sin recursos”, advirtió Carlos Chicherit, uno de los primeros colonos en tomar la ruta en Romang.
El diagnóstico es desolador. Apenas llovieron 500mm cuando lo normal sería el doble. El 70% de los girasoles de la región están rindiendo entre 200 y 700 kilos, contra los 2.700 o 2.800 que se levantaron el año pasado (la media oscila entre 1.700 y 1.800 kilos). Y la soja, que está toda sembrada, necesita antes de fin de año por lo menos 30 o 40 milímetros para sobrevivir los primeros días del 2009; aunque si eso ocurriera luego se necesitarían 300mm entre enero y febrero (históricamente improbable) para afrontar la fase reproductiva, altamente demandante de humedad.
Chicherit explicó que los batateros y ganaderos están más aliviados, pero que “va a quedar bastante gente en el camino”, sobre todo quienes dependen únicamente de la agricultura.
Cada 20 días, aproximadamente, se realizan asambleas de las que participan delegados de los piquetes de la región: Malabrigo, Las Amintas, Villa Ocampo y El Arazá. Dicen que siguen preparados para volver a la protesta si es necesario, aunque hay consenso de no volver a la ruta porque si eso ocurre “sería mucho más violento que la vez anterior”.
Mientras tanto la asistencia no llega o lo hace discriminando a quienes fueron protagonistas en la protesta. Sólo algunos ganaderos recibieron partidas del programa nacional Mas Terneros. “Los cabecillas de los cortes quedaron todos fuera de los beneficios”, aseguró Chicherit, cuya familia lo sufre en carne propia. A otros la represalia también le llega mediante inspecciones de Afip o Senasa.