expedición amazonas

EL TUCUNARÉ, ESTRELLA DEL RÍO NEGRO

Internados en plena selva amazónica, como si se tratara de otro mundo, descubrimos la acción en la “pesca-caza” de uno de los ejemplares representativos de agua dulce carioca.

Textos: VHE

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Fue una decisión acertada, una experiencia inolvidable, sin dudas. Haber aceptado la invitación para unirme al grupo de empresarios que seducidos por la acción de la pesca, encontramos la paz y serenidad que soñamos siempre que la vorágine nos envuelve en nuestro quehacer cotidiano.

Lo que me pasó es el típico caso del “no es lo mismo contarlo que vivirlo”. Desde el momento en que llegamos a Barceló después de haber hecho escalas en Brasilia y Manaos, todo se transformó mágicamente.

El objetivo del viaje era el tucunaré, pez emblemático del Brasil, como lo son nuestros dorado y surubí. Está posicionado como uno de los peces más atractivos para la pesca deportiva en aguas interiores. Es muy característica su forma de cazar en la cual emprende una larga persecución de sus presas y pocas veces desisten en intentar su captura. Este comportamiento es uno de los atractivos, especialmente cuando los señuelos utilizados son de superficie, y se puede anticipar el ataque por la aproximación que realiza casi fuera del agua.

La nave, con todas las comodidades para alojar hasta 30 personas como máximo, significó nuestro refugio durante 8 días. Equipada con instrumental de última generación albergó las 13 personas que decidimos conocer uno de los paisajes más bellos e inexpugnados del planeta. A medida que nos internábamos en los diferentes brazos que depo-sitan sus aguas en el Amazonas –recorrimos unos 160 kilómetros río arriba para el lado del límite con Venezuela- , el delta ganaba en magnitud, imponencia.

A pescar con el alba

La temperatura era la que marcaba la actividad que debí-amos desarrollar a lo largo de la jornada, la que daba inicio bien temprano. A las 5.30 de la mañana ya estábamos arriba y después de un desayuno opíparo, salí-amos distribuidos en lanchitas de aluminio rarísimas, equipadas con GPS para evitar perderse y volver donde estaba el barco. Aún con guías lugareños era difícil ubicarse, porque el paisaje es igual en todos lados; un día estuvimos preocupados porque uno de los chicos no volvía y era que el guía se había perdido, por mas baqueano de la zona que era.

Internados definitivamente por los estrechos canales del delta –donde nos encontrábamos siempre con varios yates colmados de turistas principalmente europeos-, explorábamos los lugares donde el tucunaré estaba buscando su comida y ahí probábamos. Según nos comentaban nuestros guías, no había horario en especial para el pique, así que siempre teníamos que estar bien atentos. Después de un par de horas, el sol ya no te dejaba estar arriba de la lancha, así que volvíamos al barco, almorzába-mos y dormíamos un poco la siesta, ya que a las 4 salíamos al segundo turno diario, el que terminaba alrededor de las 6, porque a esa hora empezaba a oscurecer.

Generalmente elegíamos el río Negro (el más caudaloso de los afluentes del Amazonas, cuyo nombre deriva del hecho de que se ve negro desde lejos), nave-gable desde Manaos, cuya agua es totalmente negra después de los primeros 20 o 30 cm. En su superficie es tan clara que parece agua de lluvia, después se transforma en oscura totalmente. Como la pesca generalmente es en parejas, uno tira un señuelo de superficie y otro de media agua o de profundidad, aunque en este caso el que llevaba todas las de ganar era el primero, que ve el señuelo y por ende al pez cuando viene a la caza, preciso instante en que comenzaba la provocación, empezando a hacer ruido con el lanzamiento.

Pesca y devolución

Después de verlo aparecer y merodear a su inquieta “presa”, la combatividad al momento de la toma del señuelo irrumpe la tensa calma, la caza se transforma en especialmente violenta, con largas persecuciones.

Fueron siete “batallas” que se transformaron en capturas personales; la más importante fue una pieza de unos 40 cm de longitud, con 4 kilos de peso. Con caña liviana, La lucha al inicio se presentaba siempre tenaz, agresiva, hasta el momento en que lográs tomar control de la situación enrollando rápido, evitando que escape para los lugares que usa de refugio, principalmente árboles y ramas caídas. El tiempo promedio de captura fue de unos 5 minutos. La foto no se hizo esperar. Misión cumplida.

Entre las enseñanzas que nos dejó esta experiencia, se destacó la pesca con devolución. En este caso lo que llamó mi atención fue que esta práctica es al revés que acá, se devuelve el pez grande y se come el chico. Ellos tienen la consigna que el grande va a producir más huevos que el chico, este último tiene toda una evolución para producir, el mayor ya esta produciendo. Todo lo que pescábamos, devolvíamos. De todos modos nos dimos el gusto de saborear el tucunaré –su carne es similar a la del pacú-, en sus distintas modalidades: al horno, a la parrilla, estofado tipo “guiso” con papas y cebollas.

Lo recomendaría, sin dudas. La experiencia de estar en un lugar totalmente virgen, que el hombre todavía no invadió. Un dato importante para la idiosincrasia de los santafesinos: no hay mosquitos, ni insectos, que interrumpan el momento. Practiqué la supervivencia a mi estilo, nada de celular, de internet, el único contacto que tuve durante diez días fue con lo natural, que te provoca ver las cosas desde otro punto de vista, al menos hasta que el trabajo y lo cotidiano te fagocita nuevamente.

“Fueron siete batallas; la más importante fue con una pieza de unos 40 centímetros de longitud, con 4 kilos de peso”.

La nota

Trofeo amazónico. El Tucunaré, después de una ardua lucha y antes de la devolución.

fotos: vhe

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Su hábitat. Entre ramas y troncos en lagunas de aguas quietas.