SOCIEDAD

Por cada zapatilla una esperanza

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Las zapatillas, encontradas por miles en pares sueltos, son el símbolo de la tragedia.

 

A 4 años de la tragedia de República Cromañón, van estas líneas in memoriam de las 194 vidas truncadas en aquella madrugada.

TEXTOS. M. DE LOS ÁNGELES ALEMANDI. FOTOS: DYN.

Tengo memoria de todos los silencios, hondos silencios, de las piedras de aquella plaza traspasando las suelas de mis zapatos, de las miradas distantes, de los cuerpos cansados e inclinados hacia el suelo y de los abrazos extensos. Siento aún la brisa de la tristeza golpeándome la cara.

Aquel domingo de noviembre me senté en un banco de la Plaza de la Memoria, miré alrededor y aunque no viví en carne propia esa pena, la sentí como si fuera mía. En aquel lugar estaban dando una misa porque se cumplía otro mes conviviendo con la ausencia de 194 personas que murieron la madrugada oscura del 30 de diciembre de 2004, cuando se incendió el boliche República Cromañón mientras tocaba la banda Callejeros.

La plaza está al lado de la estación de tren de Once y junto a las ruinas de un lugar que no debemos olvidar por la simple razón de que no queremos que esta historia se repita. Es larga y angosta. Conduce al infinito. Sobre una de sus paredes están todas las fotos de quienes se fueron esa noche, con sus nombres y con pequeñas ofrendas que con el paso del tiempo van dejando aquellos que siempre los amarán.

Mi cuerpo se tensaba en medio de tantas almas y una lágrima se atrincheraba. Sentí que las escenas se superponían y se repetían.

Una joven se acercó a una de las fotos, la besó, sacó un pañuelito de papel de la cartera y la empezó a limpiar. Una y otra vez. Miraba fijo los ojos de ese otro, le decía algo con la mirada y seguía insistiendo con el pañuelo. Cuidaba y protegía ese minúsculo lugar. Dejaba todo el cariño que tenía para dar y le regalaba su amor de la única manera posible.

Al fondo, la misa continuaba. En ningún momento logré concentrarme en las palabras del cura, pero entendí que los familiares allí encontraban fe porque necesitan no tener que ver para poder creer.

Desfilaban madres, padres, hermanos, tíos, abuelos, sobrinos, ex-novios, amigos de las víctimas y sobrevivientes. Algunos llevaban sobre su pecho las fotos de ese ser que ya no está, otros vestían remeras que reclaman justicia o sostenían pancartas que piden a gritos que esto no suceda nunca más.

Cientos de ofrendas

El santuario está a pocos metros, sobre calle Mitre al 3060. Allí los familiares levantaron un altar. No pasará jamás otro colectivo por un pedazo de asfalto que se hizo sagrado. Es un recinto impresionante, donde las fotos se mezclan con mensajes de amor, rosarios, y cientos de zapatillas.

Hay bancos para sentarse y ahogarse en los recuerdos. Muchos rezan, lloran o hablan con sus muertos. Junto a mí, una joven de cabello oscuro mantenía la mirada fija sobre un punto que no descifré. Le toqué el hombro con miedo de interrumpir su ritual, pero ella soltó una sonrisa tímida. No era su naturaleza sino su convicción. Roxana era la novia de Ezequiel Agüero, un joven que había cumplido los 25 dos días antes de que Callejeros empezara su fatídico show en Cromañón.

Aunque le cuesta mucho ir al cementerio, todos los 30 está en el santuario “porque lo siento como una necesidad, aquí es donde él estuvo por última vez”, me decía Roxana mientras se corría el flequillo para poder ver el futuro. Recientemente se recibió de psicopedagoga y reconoce que, gracias a la carrera y a los afectos, pudo reconstruir su vida. Quizá la herida esté cerrando, pero son innegables las cicatrices. A casi cuatro años ella sigue allí y es casi una anécdota que ese día esté cumpliendo años.

No hablamos mucho porque estaba por comenzar la marcha, pero quise saber por qué tantas zapatillas. Me explicó que eran un símbolo, pues aquella noche habían quedado desparramados por todos lados miles de pares.

Marchar hacia adelante

“Por los pibes que no están, por los pibes sobrevivientes, contra la impunidad, por los derechos humanos de ayer y de hoy, juicio y castigo a Ibarra, Chabán y a todos los responsables. Cromañon ni olvido ni perdón”. Con esta consigna se iniciaba un camino ya transitado 47 veces en reclamo de verdad, memoria y justicia. Cuando las calles que unen Plaza Miserere -en el corazón de barrio Once- con Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, se llenaron nuevamente de voces levantando este reclamo, se cumplieron cuatro años de este acontecimiento que marcó la historia de los argentinos.

El 30 de noviembre pisé el asfalto caliente junto a familiares de víctimas y sobrevivientes. Durante la caminata conversé con Diego, hermano de Julián Rozengardt: un ausente siempre presente en cada uno de sus actos. “Nosotros necesitamos encontrarle una explicación a lo que pasó porque esto no fue un accidente. La pregunta que tenemos que hacernos no es cómo un pibe prende una bengala en un lugar cerrado, sino cómo puede ser que la prenda y mueran 200 personas. Por eso peleamos contra la idea de que fue accidente, catástrofe o tragedia, y decimos que esto fue un crimen. Porque hay gente que violó la ley y que tiene responsabilidades”, explicaba este joven, mientras nos abría una puerta hacia un horizonte que muchos desconocemos: la familia Cromañon.

La unión que nos hace fuertes

Cuando Diego dice “nosotros” habla de una comunidad formada por sobrevivientes, familiares y amigos de las víctimas que surgió en el momento más doloroso de la vida de una persona. “Somos un colectivo muy heterogéneo, con edades que van desde los 10 años hasta los 80, con diferentes historias de vida y con variado nivel económico. Todos participamos en distintos grupos: algunos ligados a realizar actividades que tienen que ver con la memoria, otros más relacionados con la causa penal o con la atención de los sobrevivientes, y una vez por semana hacemos reuniones de articulación. Es gracioso que algunos crean que estamos divididos, pero tiene mucho que ver con el maltrato que recibimos de ciertos medios. Y lamentablemente la gente nos ve a través de ellos. Así es como, por un lado, se muestra a la víctima como una pobre persona a la que le pasó algo terrible; y, por otro, cuando esa persona plantea que esto no fue una casualidad, sino una concatenación de elementos diversos que generan responsabilidades concretas, hay un intento de silenciamiento y de deslegitimación de palabra. Dicen que somos violentos, que no pensamos y eso es algo contrario a la realidad”, explicaba Diego Rozengardt, harto de repetidas injusticias.

Los hijos que no están y los que vendrán

Rita. Escribo su nombre y otra vez me corre un escalofrío por la piel. Es la mamá de Esteban Lucas. Un Esteban que vive en su corazón, en las arrugas de su frente, en cada lágrima que se le resbala y en todos sus gestos, sus actos y sus recuerdos.

Pero Rita Anca de Lucas tiene dos hijos más y sabe que debe seguir, porque vale la pena. Junto a un grupo de familiares organizó en octubre, para el Día de la Madre, la Maratón de las Zapatillas: “por todos los hijos que no tenemos y que ese día nos hacen tanta falta. No fue un evento con fines competitivos, sino para que la gente viera hacia afuera a todas las mamás que perdieron a sus chicos. Llegamos a Tribunales como lugar simbólico en reclamo de justicia. Ese día yo hice mi caminata con Esteban y por Esteban. El lema fue: por los que no están, por los que sí están y por los que vendrán. A nuestros hijos no nos los devuelven, pero las cosas tienen que cambiar. Sus muertes tienen que haber servido para algo, porque los chicos merecen vivir su adolescencia sanamente y uno a los hijos debe dejarlos volar. Por eso esto va más allá de las 194 personas que no están, esto tiene que ver con el futuro que queremos para los hijos que vendrán”, decía Rita con un hilo de voz.

Futuro incierto, pero futuro al fin

Las actividades en defensa de la memoria son inagotables. Este movimiento que surge desde el dolor se proyecta hacia el futuro y siembra esperanza. Durante el mes de diciembre, en el santuario armaron el arbolito navideño con los rostros de las víctimas “como estrellitas que iluminan el universo”. El 10 marcharon contra la impunidad en el Día Internacional de los Derechos Humanos. Tres días después participaron en el Congreso de Salud Mental y Derechos Humanos de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo. El sábado 20 estuvieron homenajeando a los chicos víctimas del incendio en la discoteca Kheyvis, a 15 años de este antecedente directo de Cromañón; el 23 organizaron el Recital de la Ausencia en el Obelisco y el 29 hicieron una vigilia para esperar juntos la llegada del 30 y convocaron a la gran marcha al cumplirse el cuarto aniversario.

De fondo o en primer plano, depende la mirada, continúa el juicio. Se espera que finalice para marzo o abril de 2009. Diego Rozengardt decía que “una buena sentencia que analice la complejidad del crimen y castigue a los responsables le va a permitir a la gente llorar en paz, aunque para mí la verdad social no es la verdad penal, por eso me gustaría que cada uno de los ciudadanos sea capaz de ponerse un segundo en nuestro lugar”.

Por su parte, Rita de Lucas manifestaba algo que quizá ya hemos escuchado, pero que no deja de tener validez: “yo era de las que creía que nunca me iba a pasar y ahora aprendí a salir a la calle y entendí que es correcto reclamar para que se cumplan los derechos. Nosotros sostenemos una lucha que es por justicia y para que esto no vuelva a pasar nunca más”.

Escribo estas líneas finales y vuelo a ver zapatillas por todos lados, de diferentes marcas y colores, talles pequeños y grandes, manchadas con barro, escritas con birome, pisoteadas, rotas.

Las veo colgar desde los cables frente a lo que fue el boliche, enredadas en el santuario, acompañando las fotos, protegiendo un pasado y forjando otro mañana.

Cada una de esas zapatillas pide memoria para recordar, para aprender de lo que pasó, para que no se repita jamás; exige justicia para los pibes de Cromañón, siempre presentes en el corazón de los que los aman, y trae también la esperanza de otro futuro posible y lleno de vida.

ENTRELÍNEAS

“Una buena sentencia que analice la complejidad del crimen y castigue a los responsables le va a permitir a la gente llorar en paz”.

Familiares de las víctimas.

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“Nosotros necesitamos encontrarle una explicación a lo que pasó porque esto no fue un accidente”, no se cansan de repetir los familiares. a la der., omar chabán.

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Padres, familiares y sobrevivientes cumplieron una vigilia al cumplirse 4 años de la tragedia.

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Qué ves cuando me ves

La realidad no es lo que muestran algunas pantallas de TV ni lo que se lee en muchos diarios. La realidad es la que vi en la plaza, la que escuché en el santuario, la que sentí durante la marcha. Es la cara de esa madre que camina sabiendo que tendrá que inventarse nuevos sueños, es la voz de esa niña que grita presente y la mano del hombre que levanta firme una bandera argentina.

Es también un libro. Durante 2007 este movimiento realizó un ciclo de charlas-debate: Pensar Cromañón “con el propósito de analizar y desgranar por vez primera, y de manera seria, los hechos que el 30 de diciembre de 2004 masacraron la vida, los sueños y el futuro de 194 personas” según reza la página www.lospibesdecromañon.org.ar.

En el B.A.U.E.N (hotel recuperado por sus trabajadores) se realizaron seis encuentros de discusión y diálogo para tratar de comprender qué pasó esa noche. Participaron como panelistas reconocidos intelectuales, periodistas, sociólogos, filósofos y politólogos e incluso el último encuentro se hizo en el santuario y estuvieron invitados familiares de las víctimas del incendio del supermercado Ycua Bolaños de Paraguay como también del atentado de Atocha de España.

De este ciclo nació un libro que hace pocos días salió a la calle y que pretende “hacer un poco más de justicia sobre el verdadero perfil del grupo de familiares y llegar a las escuelas, a las universidades y que lo lean los jóvenes, porque si no discutimos lo que pasó, por un lado es muy posible que se repita y, por otro, que no hayamos aprendido nada”, decía Diego, mientras explicaba que este proyecto está hecho a pulmón y sin apoyo financiero.

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Trasformar el dolor

Alfredo Moffat se define como un psicólogo-cartonero-piquetero. Otros le llaman “médico del alma”. Lo importante es que este discípulo de Pichón Riviere ha forjado experiencias terapéuticas alternativas, entre las que podemos nombrar el grupo Cooperanza -del que luego nació la Radio Colifata-, y espacios como Bancavida, de contención psicológica gratuita para los pibes de Cromañón.

Este señor de barba extensa, anteojos pequeños y sonrisa indemne a la tragedia, que había sido convocado para trabajar con los familiares y sobrevivientes del incendio del supermercado de Asunción, nunca imaginó que pocos meses después, muy cerca de su casa, sucedería la masacre en Cromañón. Esa noche Moffat estuvo ahí y luego continúo ayudando a través del proyecto Bancavida. Él considera que muchas personas intentan desviar la angustia y el dolor hacia la bronca y la exigencia de justicia, pero que lo imprescindible es elaborar adecuadamente el duelo, porque “si se supera el tema de la muerte, el ser querido que se ha ido se convierte en un recuerdo profundo, que sigue vivo en el corazón”. Y cuando uno está en paz con las personas que nos dejaron, puede recuperar la esperanza y tener nuevos proyectos en esta aventura de la vida que continúa.

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Por la vida

Sueños como estandarte

En su intento de reconciliación con el futuro, la familia Cromañón parió su propia murga: Los que nunca callarán. Florencia Noriega es una de los sobrevivientes que integra su elenco. Niña de ojos brillosos quizá de tantas lágrimas que ha derramado o de tanta luz que irradia su devenir.

Los que no callarán

“La idea de la murga nació hace tres años como una herramienta de lucha a través de la alegría y porque muchas víctimas, además de escuchar rock and roll, eran murgueros, entonces éste fue un modo de continuar lo que ellos hacían -cuenta Florencia-. Está formada por veinte personas: sobrevivientes, amigos y la mamá de Pablo Fuchi -otro pibe ahora y siempre presente. Una de las presentaciones más emotivas fue en la marcha del primer año. Con Los que nunca callarán, yo volví a sentirme viva”.

Para volver a cantar

Esta murga “eligió cantarle a la vida; es la murga que no olvida ni perdona, que siempre va en busca de la luz y siembra esperanza”.