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¿Dios existe?

En el año 2000, quien sería el Papa Benedicto XVI, entonces cardenal Joseph Ratzinger, y el filósofo ateo Paolo Flores d’Arcais, mantuvieron un debate sobre los temas más candentes de la fe, la religión y los valores cívicos. Parte de ese debate y las dos ponencias se han publicado ahora bajo el título “¿Dios existe?” (Espasa).

Abre el volumen la ponencia de Joseph Ratzinguer titulada “La pretensión de la verdad puesta en duda”, en la que discute la crisis en la que está inmerso hoy el cristianismo en Europa, y que depende de dos dimensiones: “en primer lugar, se plantea cada vez más la cuestión de si realmente es oportuno aplicar el concepto de verdad a la religión; en otras palabras, si les está dado a los hombres conocer la auténtica verdad sobre Dios y las cuestiones divinas. Para el pensamiento actual, el cristianismo en modo alguno está mejor situado que el resto de las religiones. Al contrario: con su pretensión de la verdad parece estar especialmente ciego frente al límite de nuestro conocimiento de lo divino”. Y concluye: “El argumento más profundo debe consistir en que el amor y la razón coinciden como verdaderos pilares fundamentales de lo real: la razón verdadera es el amor, y el amor es la razón verdadera. En su unión constituyen el verdadero fundamento y el objetivo de lo real”.

Sigue parte del debate, en el que Flores d’Arcais insiste en los conflictos de la fe con la razón, mientras que Ratzinger defiende la razón que encierra el dogma, y también lo que la fe sabe que va más allá de la razón, no por antirracional sino, como dice San Pablo, porque excede a la razón. Se tratan también temas como la caída del comunismo, los derechos humanos o la autocrítica de la Iglesia ante ciertos errores del pasado.

En la tercera parte, Flores d’Arcais se refiere a “Ateísmo y verdad”, siempre sobre el tema de la “verdad -incluso la verdad “racional’- de la fe”, que proclama la Iglesia católica. Concluye con una proclama en pro del trabajo conjunto de creyentes y no creyentes en pos de la dignidad de todos, aunque esto suponga “para el cristiano de hoy, el desgarro entre fe e Iglesia, entre obediencia al Evangelio y obediencia a la jerarquía. (...) para el ateo, esa acción exige algo mucho más difícil de afrontar: el círculo vicioso por el que practicar la solidaridad efectiva (...) la primacía del “tú’ se convierte en un deber de sacrificarse que en general tiene éxito sólo teniendo fe en el Otro -entendido precisamente como Dios padre”.