Al margen de la crónica
Una peligrosa obsesión
Al margen de la crónica
Una peligrosa obsesión
Las 10.15; una vieja camioneta Ford con patente de seis números avanza como corresponde, por la mano derecha. No tiene paragolpes y sólo se ven agujeros donde antes estaban las luces traseras. El conductor, sin cinturón de seguridad, tiene su celular entre el hombro y la oreja pero, ¡el colmo!, escribe en un anotador usando como escritorio el volante.
Mediodía, Rivadavia y Obispo Gelabert. A esa hora el tránsito es un infierno. Autos y colectivos disputan el paso hacia la mano sana, apurados, sin avisar con la luz de giro, arrojándose sobre los demás. Una señora bastante mayor esquiva, como puede el caos, mientras... no suelta el celular y ¡contesta o lee mensajes de texto!
Las 15: tres autos se desplazan holgazaneando en la pesada siesta santafesina por bulevar buscando la Costanera. Los detiene el semáforo en Marcial Candioti. Un ciclista sigue la misma ruta; de pronto el semáforo se pone rojo, el hombre amaga con detenerse, pero mira y sigue. La rueda delantera del rodado zigzaguea y él trata de equilibrarla con la mano libre porque, con la otra, aprieta un celular contra su oreja.
Cinco de la tarde, dos jovencitas en ropa de gimnasia, intentan cruzar la Costanera a la altura del monumento al Brigadier López. Avanzan dos pasos y retroceden. La senda peatonal a esa altura es ignorada por todos los conductores. Pasan un tiempo de intentos vanos y de pronto, una se atreve y llega hasta la mitad de la calle; mira asustada porque desde Alem un Peugeot entra como por un autódromo. Regresa sin mirar, mientras no se despega del celular y sigue hablando.
Las 20 en avenida Alem: un auto que circula por el carril central, pone luz de giro hacia la derecha, de inmediato se encienden las balizas y se detiene. El señor, rápidamente busca algo a su derecha y... atiende su celular.
Todo esto se sucedió en el mismo día; pero la observación no es una rareza sino pura cotidianeidad. Estamos enfermos de adicción comunicacional. Y para detener esta alienación, las autoridades no pueden hacer demasiado. Es imposible tener un inspector municipal controlando a cada tonto que no pueda aguardar para decir o escribir cosas que, en su mayoría, son necedades que seguro pueden esperar. Pero mientras, esos torpes, por estupideces, ponen en riesgo su vida y la de los demás.