A veinte años de La Tablada

Delirios del iluminismo revolucionario

Rogelio Alaniz

Imposible rehuir a las evocaciones personales. Recuerdo que el domingo 22 de enero a la noche miraba por televisión una película que narraba el momento en que el poeta japonés Mishima programaba un operativo terrorista que concluía con su propio suicidio. La película narraba con detalles los actos de los protagonistas. Todos sabían que iban a morir, pero marchan hacia su destino. Eran hombres jóvenes e inteligentes. Sin embargo decidieron inmolarse.

Terminé de ver la película y me fui a dormir. Era domingo, hacía calor y abundaban los cortes de luz. Digamos que todo conspiraba para que el humor de uno no fuera precisamente optimista. Ignoraba todavía que lo mejor no había empezado. A la mañana temprano un amigo me llamó para decirme que un grupo carapintada había tomado un cuartel. La noticia no era para sorprenderse. En los primeras días de diciembre Seineldín había intentado hacer algo parecido.

Lo primero que hice fue hablar por teléfono con los principales dirigentes del peronismo y el radicalismo de entonces. No importa con quién hablé; sí interesa saber que ambos manifestaron su condena a los carapintadas y le reclamaron a Alfonsín que se pusiera firme contra los alzados en armas.

Casi sobre el filo del mediodía llegaron al diario las declaraciones de Jaroslavsky diciendo que los autores del asalto al cuartel no pertenecían a la extrema derecha sino a la extrema izquierda. Concretamente, el puntero de Alfonsín aseguraba que el viejo ERP era el responsable del operativo y que entre los héroes de la jornada figuraban Burgos, Provenzano, Baños y el propio Gorriarán Merlo.

La noticia nos sorprendió a todos. O a casi todos. Jaroslavsky podía ser un político opinable pero no iba a mentir en estas circunstancias, sobre todo cuando el tema comprometía seriamente a su gobierno. De todas maneras, a mí me costaba creerlo. La revista “Todos por la patria”, el órgano teórico del MTP, parecía ser la expresión de una de las pocas fracciones de la vieja izquierda que se identificaba sinceramente con la democracia. En esa revista escribían radicales, peronistas, intransigentes, cristianos y hasta liberales comprometidos con los derechos humanos. Se sabía que Gorriarán Merlo era uno de sus promotores, pero se suponía que él y sus colaboradores habían revisado sus posiciones de los años setenta.

A favor de mi incredulidad digo que ignoraba, o no había prestado la debida atención a la ruptura reciente en el MTP entre quienes habían compartido el supuesto proyecto de unidad de todos los progresistas y los que se valían de esa propuesta para usarla como un telón detrás del cual la vanguardia guerrillera definía sus objetivos y sus métodos.

Lo cierto es que ese lunes caluroso y húmedo estuvo teñido con sangre y asombro. También con incredulidad y bronca. A medida que la verdad se iba imponiendo supimos que el operativo se hacía invocando la defensa de la democracia. Según los guerrilleros que habían tomado La Tablada, los carapintadas se iban a levantar en armas y por eso ellos tomaban los fusiles. Se trataba de defender la democracia tal como lo señalaba la Constitución.

En esos años yo tenía un programa nocturno de radio en LT 10 en el que, por supuesto, hablaba de política. Habitualmente en el mes de enero en la radio suele haber muy poca gente. Sobre todo después de las doce de la noche. No existía la posibilidad de conversar en la redacción sobre las noticias del día, sobre todo cuando la información disponible todavía seguía siendo escasa y contradictoria. Además, en mi caso particular, me negaba a creer -por ejemplo- que un tipo como Jorge Baños -abogado y militante de la APDH- estuviera liándose a tiros con los militares en un operativo suicida y tramposo.

Sin embargo no me quedó otra alternativa que rendirme ante la realidad. Efectivamente se trataba del MTP, de los viejos guerrilleros del ERP y de los chicos reclutados para la causa. Con algo de vacilación al principio, pero con absoluta firmeza luego, condené el operativo, repudié la maniobra infame y manipuladora de los señores Gorriarán Merlo y sus colaboradores y, en primer lugar, me solidaricé con los conscriptos muertos y los oficiales asesinados a mansalva.

A medida que se conocían los detalles del hecho, la indignación crecía. Ya era un disparate, una verdadera locura tomar un cuartel invocando un levantamiento armado, pero si bien el disparate o la locura pueden llegar a entenderse, no puede hacerse lo mismo con la manipulación. Quienes ingresaron a La Tablada, lo hicieron en un camión de la Coca Cola y en varios autos. Desde esos autos se arrojaron volantes firmados por un comando carapintada. Un grupo de milicianos vestía uniforme y se había pintado la cara. O sea que los muchachos no estaban alienados, eran directamente unos farsantes.

Según la fantasía de Gorriarán Merlo, el cuartel sería tomado sin mayores inconvenientes; la vanguardia montaría sobre los tanques y desde allí organizarían una marcha victoriosa hacia Plaza de Mayo para imponerle condiciones a Alfonsín. Semejante delirio, que transformaba al Astrólogo de Arlt en un pragmático puntero político, había sido planificado por un mercenario de izquierda como Gorriarán con el aval de comandantes nicaragüenses, algún jefe militar cubano, quienes con esa moneda pagaban la política de solidaridad en los No Alineados diagramada por Alfonsín y Caputo.

Lo patético de todo esto es que los supuestos manipuladores de la realidad terminaron prisioneros de una probable maniobra de inteligencia de sus enemigos. Los resultados del operativo están a la vista: 28 guerrilleros muertos, más nueve militares -incluidos tres o cuatro conscriptos- y dos policías. Por supuesto que hubo abusos represivos y actos de violencia innecesarios, pero en esas horas nadie estaba en condiciones de decir nada porque toda autoridad moral se había perdido, la habían bastardeado quienes se ampararon en las instituciones de derechos humanos para protagonizar un operativo marcado por el delirio y la muerte.

¿Cómo entender esa conducta? ¿cómo explicar que hombres como Baños o Burgos se hayan hundido en esta alienación? La única explicación provisoria que tengo es que en el clima de la revolución nicaragüense y en un contexto cultural de idealización de la guerrilla de los sesenta, los muchachos y las chicas estaban convencidos de que el único camino para lograr la supuesta liberación era la lucha armada.

La pulsión hacia la violencia era irresistible en ese grupo. Las reivindicaciones democráticas eran simples coartadas para preparar lo más importante: la lucha armada, la acción de la vanguardia que, contra viento y marea, toma las armas y si es necesario se inmola en nombre de una buena causa. Para Gorriarán Merlo y los viejos combatientes del ERP se trataba de poner en práctica lo único que sabían hacer: tirar tiros y matar. Ahora no se trataba de rebelarse contra una dictadura militar. El argumento para convencer a sus seguidores era la democracia, pero la democracia que debía ser defendida con las armas. Lo más siniestro de todo esto es que la certeza iluminista de una verdad justificaba incluso la mentira más infame. Si no había levantamiento carapintada había que inventarlo. Después de todo, la revolución y la toma del poder justificaban una pequeña mentira, porque cualquiera sabe que un revolucionario que se precia de tal considera que la palabra de honor es un prejuicio burgués y la verdad o la mentira están siempre subordinadas a la exclusiva y sagrada verdad revolucionaria.

El operativo guerrillero cumplió la función de una verdadera provocación política. Siempre la ultraizquierda le hizo el juego a la derecha. Antes y ahora. Los fortalecidos por la maniobra del MTP fueron los carapintadas y el propio Menem. Haciendo ya gala de un estilo cínico y farsesco que los argentinos padeceríamos en el futuro, Menem responsabilizó del ataque a los jóvenes de Franja Morada. En esta suma de juegos perversos Gorriarán Merlo no era el único mentiroso.

 
Delirios del iluminismo revolucionario

 

Cae el telón. Los sobrevivientes del Movimiento Todos por la Patria se rinden en el patio de armas del Regimiento copado el día anterior.

Foto: AFP