EDITORIAL

La diplomacia como relato imaginativo

El viaje de Cristina Fernández a Cuba fue duramente cuestionado. Más aún, cuando el resultado de su presencia en la isla tuvo como único corolario oficial, una foto junto a Fidel Castro. A su regreso a Buenos Aires, Fernández no pudo dar ninguna explicación, aunque aprovechó un acto en Olivos para cuestionar, con contumacia recurrente, a la prensa independiente, por haberse hecho eco de esas dudas y por pedir esa explicación.

Desde las usinas de la cancillería argentina se alentó un razonamiento rocambolesco. Según el mismo, el encuentro con Castro y las palabras optimistas respecto de Barack Obama pronunciadas en La Habana, permitirían que sea Buenos Aires, y no Brasilia, la que intermedie en eventuales gestiones de acercamiento de EE.UU. con el gobierno de la isla.

Un funcionario de cancillería, dio carnadura a esa ficción, diciendo que “lo que países como Brasil ofrecieron hacer por vía diplomática, nosotros lo hicimos por vía presidencial.” La frase refiere a la mediación que el gobierno de Lula da Silva ofreció al Departamento de Estado, para crear un puente entre la nueva administración norteamericana y el régimen cubano.

El argumento del funcionario evidencia el círculo vicioso en el que da vueltas la diplomacia kirchnerista, que al parecer pasa por alto que desde Henry Kissinger en adelante, EE.UU. ve a Brasil como la única potencia emergente en el sur del continente y, por lo tanto, el único país con el que puede dialogar de tú a tú.

Constreñido a una visión del mundo que atrasa medio siglo, el núcleo duro del oficialismo cree poder influir internacionalmente con una retórica antiimperialista fondeada en los años 60 del siglo pasado.

En tanto, Brasil es sede temporal de Unasur, es el eje central en la formación de una fuerza armada sudamericana, es la nación que se ha comprometido a desarrollar la industrialización de Venezuela y Bolivia, además de asegurarle a Cuba que no le faltará petróleo. Todo eso, logrado mientras mantenía una equilibrada relación diplomática con EE.UU. durante la administración Bush.

Otro funcionario citado por el periódico ya mencionado, mostró su urdimbre cortesana. Dijo: “Ahora, todo el mundo diplomático nos pregunta por las percepciones de la presidente sobre Cuba. El viaje no pasó en absoluto desapercibido”.

Veinticuatro horas después, Barack Obama llamó por teléfono a Lula da Silva. Hablaron 22 minutos y oficialmente se informó que coincidieron en trabajar en conjunto sobre la realidad política y económica de Sudamérica. Obama le pidió que lo tutee y, al paso, también lo invitó a que vaya a visitarlo a Washington.

Al finalizar la charla, no cortaron la comunicación, sino que el diálogo continuó entre la secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el canciller Celso Amorim. En esa charla se tocó el tema del embargo a Cuba.