LA FE Y LA PATRIA

El clientelismo desvaloriza al hombre

MONS. JOSÉ MARÍA ARANCEDO, arzobispo de Santa Fe

En la vida de un cristiano no puede estar ausente el presente, la historia como el futuro de su Patria. Jesucristo amó a su tierra, es más, lloró por Jerusalén. El cristiano debe amar a su tierra. Frente a un panorama no siempre alentador en la vida política y social de nuestro país no debemos olvidar, como nos recuerda Aparecida, que “los cristianos somos portadores de buenas noticias para la humanidad y no profetas de desventuras” (Ap. 30). Esta afirmación es un acto de fe en la fuerza del Evangelio, pero también me habla de mi responsabilidad en las cosas temporales. La fe no me aísla del mundo, sino que me compromete más profundamente con él.

La fe nos enseña que todo cambio, para que sea verdadero, debe pasar por el corazón del hombre. No se trata de cambiar estructuras, sino de cambiar al hombre: sin hombres nuevos no habrá un mundo nuevo. Esta certeza de la fe nos hace realistas, no ingenuos, y nos preserva de utopías sin raíces que no buscan cambiar el corazón del hombre, sino sólo una adhesión exterior que siempre es pasajera. El clientelismo en política desvaloriza al hombre y corrompe la cultura de la sociedad.

La fe nos compromete

El cristiano, como ciudadano responsable, está llamado a participar en la creación de condiciones más justas que eleven el nivel de vida del hombre y su familia, de modo especial, de aquellos hermanos nuestros que más sufren o padecen el drama de la pobreza y marginalidad. Esto, que fue una opción para Jesús, no puede estar ausente en la vida y oración de nuestra cuaresma. Conversión a Dios y solidaridad con el que sufre, son dos caras de la misma fe cristiana.

No todos tenemos vocación política para ocupar un cargo o formar parte de una lista partidaria, esto es muy noble y necesario para la vida de la sociedad; pero sí todos debemos sentirnos responsables de la vida moral y social, sea de nuestro pueblo o ciudad, como de la Patria. La fe en Dios, como la recibimos de Jesucristo, es un hecho que debe tener consecuencias sociales y políticas. La fe no nos aísla, decíamos, nos debe comprometer con el bien común al servicio de nuestros hermanos.