Al margen de la crónica

“Soy Gardel”

Léase la siguiente situación: dos estudiantes charlan luego de un examen final, y uno le dice al otro: “Si apruebo esta materia, soy Gardel”. Su interlocutor asiente, pues sabe que no ha estudiado. Y ésta otra, quizá un poco más mundana: dos muchachos intercambian expectativas personales acerca del sexo opuesto, y uno de ellos exclama: “Si me engancho una “mina’ como ésa, soy Gardel”. La lista de ejemplos puede continuar ad infinítum.

El habla popular convencionaliza formas coloquiales que refieren al éxito, a la debilidad por trascender socialmente, a la ventaja sacada sin mayores merecimientos, al golpe de suerte. Pero bien podría resignificarse, en este ejemplo particular, la expresión: ¿Qué es realmente “ser” Gardel?

Carlos Gardel es uno de los más grandes íconos de la cultura argentina. Las representaciones populares en torno del cantor han construido la figura de un hombre con smoking riguroso y abundante gomina, deseado por todas las mujeres y admirado por los hombres. El éxito es una marca distintiva.

Pero esta representación exitista del mito gardeliano -legitimada en el habla popular- podría verse desde otra perspectiva. Charles Romuald Gardés -de quien no se sabe con exactitud científica si nació del vientre de doña Berta, o de una prostituta de Tacuarembó- vivió una infancia de mezquindades y privaciones, de soledades y tristezas. Y se convirtió en el gran Carlos Gardel, luego de transitar un camino de arduos sacrificios -se dice que ensayaba durante interminables horas sus técnicas vocales-. Murió como vivió, quizás, estrepitosamente. Y de allí el mito.

Pienso que, por ejemplo, esa maestra que se esfuerza por educar a chicos con hambre, o el obrero que hombrea bolsas todo el día, “sean un poco Gardel”; que todos los que resisten, sufren y luchan con pasión en un mundo impiadoso y hostil, también merezcan el homenaje. Quizás podamos dejar de usar livianamente el nombre del Zorzal y resignificar con él la pasión, el empeño y el sacrificio cotidiano. Sólo así, el “Mudo” nos mirará desde los sacrosantos cielos para devolvernos la gentileza, con una sonrisa melancólica y eterna.