Infancias robadas

Las políticas públicas son las únicas que pueden cambiar las condiciones de fondo.
Foto: Maucicio Garin
Bernardo Kliksberg (*)
DyN
Es difícil ser niño pobre en la Argentina y en América Latina. Si un niño nace en un hogar desfavorecido y sus padres son de limitada instrucción, las cartas están marcadas: habrá muchas posibilidades de que tenga déficits de nutrición, salud precaria y de que pueda verse obligado a trabajar.
Hay 18 millones de niños menores de 14 años trabajando en la región. Por más empeño que pongan, en esas condiciones y con una familia que con frecuencia se desarticula bajo la pobreza, difícilmente terminarán la escuela. Sin secundario completo, no se puede hoy conseguir empleo en la economía. Tendrán que subsistir en labores precarias y sin protección social, ni de salud. Muchos jóvenes pobres no constituirán familia no por no quererlo, sino porque no ven posibilidades de trabajo estable, ni de vivienda. Políticas públicas de inclusión vigorosas y el apoyo de la sociedad, pueden cambiar estos destinos prefijados. No existen niños así en países como los nórdicos, o en Costa Rica. Allí, todos tienen chances de futuro.
Alternativas
En los “90, las políticas practicadas en el país fueron las opuestas, y arrinconaron especialmente a los niños y adolescentes. A fines de 2002, el 75 % de los menores de 18 años eran pobres. La situación mejoró, pero no es hora de triunfalismos. Ocho niños mueren diariamente por hambre. Un 20 % de los jóvenes están fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo. Cuando acorralados, algunos de estos niños y adolescentes, caen en el delito, se levanta un coro implacable: son niños perversos. El circuito se cierra. No tuvieron alternativas desde el inicio, y desde la “mano dura”, se los empuja a ir cuanto antes a la cárcel. Cuando salen de ella, las posibilidades de que consigan trabajo o inserción ya son totalmente remotas. Es posible salvar estas vidas. Organizaciones como Cáritas, la Red Social, la Amia y otras, han transformado la existencia de muchos niños y adolescentes, al abrirles oportunidades. Entre otras, por ejemplo, una experiencia documentada especialmente por la Unesco: el hogar “Nuestros Hijos”, de Jabad Lubavitch, en Buenos Aires, ha logrado un 98% de recuperación, entre 300 niños en riesgo, que rescató. Hizo pedazos el mito de que estos niños no son redimibles.
Necesidad de políticas públicas
Los esfuerzos de la sociedad civil son muy valiosos, pero no bastan. La política pública es fundamental. Es la única que puede cambiar las condiciones de fondo. Se necesita que asegure salud y educación para todos, apoye a las familias pobres para fortalecerlas como núcleos familiares, genere trabajo y espacios de inserción para jóvenes excluidos. Es notable la respuesta que obtuvo un programa del Ministerio de Educación que convocó a que los que no terminaron la secundaria se prepararan, con su apoyo, para rendir las materias pendientes. Nuestra sociedad será juzgada el día de mañana, en primer lugar, por el trato que da a sus niños. A muchos de ellos, hoy, no sólo les está quitando el derecho a la infancia, sino que además, los estigmatiza.
Según un estudio reciente, sólo el 41% de los latinoamericanos piensa que los niños de sus países son tratados con “dignidad y respeto”. Esa cifra se reduce al 33% en la Argentina. Un caso extremo son los millones de niños de la calle. Un sacerdote brasileño, Cesare de la Rocca, definió bien la situación. En realidad, “no existen niños de la calle, es un término falso, sino niños fuera de la escuela, la familia y la comunidad”. No están en la calle por su voluntad. Son niños excluidos. La sociedad entera no ha cumplido sus funciones y los ha empujado allí. Es hora de dejar de inventar mitos para racionalizar la mala conciencia y de devolverles la infancia a ellos y a todos los niños.
(*) Asesor principal del PNUD/ONU para América Latina. Su más reciente obra es “Primero la gente”, escrita con el Premio Nobel Amartya Sen (TEMAS, 2009).




