Los Alemán

La ganadería, bien de familia

 

Desde sus orígenes, en la estancia La Lucila, la familia Alemán cría vacunos para el norte y caballos criollos con la misma dedicación y esmero que le enseñaron sus mayores.

La ganadería, bien de familia

Federico Aguer

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“Cuando Ricardo Torres enlazaba, toda la estancia paraba para mirar ese espectáculo. Y a Hermito Arce le marcaron la cara con un facón luego de una partida de taba, por haber disputado la lid con la única defensa de una alpargata...”

Las anécdotas brotan en boca del doctor Bernardo Alemán, el “Tata”, como lo conocen sus hijos y nietos. El apelativo implica cariño, respeto y admiración por el pasado vivido por este hombre en la época en que el campo era distinto.

La historia, escrita de a caballo en el paraje La Lucila, se respira en cada rincón de esta estancia del norte santafesino. A cada paso y en cada rincón, se exhiben los vestigios de esos hombres y mujeres, criollos que forjaron una identidad común, dejando para siempre una huella imborrable en quienes los conocieron en vida o a través de esos cuentos.

El comienzo

El romance de esta familia con el lugar nace en 1890, cuando Eugenio Alemán adquiere las 17.000 hectáreas que tenía el establecimiento originariamente, gracias a los dividendos que le proporcionó la venta de hacienda. Ese año, este español nacido en la entonces colonia de Cuba se casó con Nicolasa Acosta, y del matrimonio nacieron doce hijos. Eduardo, el mayor, contrajo nupcias con Mercedes Carranza, y de esa unión volvieron a nacer seis niños más. Bernardo, el mayor, es quien evoca a sus 86 años esas historias con Campolitoral.

A poco de recibirse de abogado, un joven Bernardo se casa con Rosa Herrera Vega con quien se muda a la estancia, cuando el verano de 1948 “derretía” los andenes del ferrocarril y un coro de chicharras les daba la bienvenida.

A su vez, Bernardo tuvo siete hijos con Rosa, quienes les “regalaron” 22 nietos, algunos de los cuales trabajan ya en el establecimiento.

“En aquel entonces, todo era distinto”, cuenta Rosa. “No teníamos luz eléctrica y un sol de noche era un elemento que pocos nos dábamos el lujo de poseer”, añora. El ferrocarril cumplía entonces una función vital, y muchas veces viajaban en familia hasta San Cristóbal para pasear en días de lluvia o feriados. Los días transcurrían entre el charque, los bailes en lo de algún puestero, la compañía de los niños y los amaneceres de trabajo, bien temprano.

Los caballos

La Cabaña nace en la década del ‘50 bajo la firma “Alemán y Fernandez Ocampo” dos grandes amigos unidos por la afición al caballo y las cosas gauchas.

“Comenzamos con un lote de diez yeguas criollas puras de pedrigree provistas por la Cabaña San Pedro de Manuel Solanet, a las que se agregaron otras adquiridas en la Cabaña de Rodríguez Corti en Villa María. El primer padrillo fue “Molle Cañada” que adquirimos en la exposición rural de Santa Fe a la Cabaña Del Sel”, recuerda Bernardo.

“En pocos años se llenó de criollos el campo, obteniéndose caballos sobresalientes para el trabajo”, agrega. Es que, por encima de todo, siempre procuraron mantener la rusticidad característica y original de la raza, criando los criollos solamente a campo, en potreros naturales propios de la zona, con montes, esteros y alturas. Sólo los ejemplares que se destinan a exposición o venta reciben un trato especial unos meses antes.

La Cabaña contó con muy buena sangre de padrillos provenientes de El Cardal de Solanet como “Astuto Andariego” que fue reservado Gran Campeón en Palermo en 1981 y obtuvo el precio máximo en la venta de ese año, y “Astuto Mocoretá”, de La Esperanza de Ballester SRL, o como “Charque Huaso” y “El Nueve Resplandor”. A fines del año 2008 se adquirió un nuevo padrillo a la Cabaña “El Payé” de Silvia Mateucci, quien es el actual reproductor de una de las manadas.

Hoy, el perfil del criollo ha cambiado un poco. Se buscan animales mansos para trabajar, mejoró la eficiencia y el amanse, priorizando el bienestar animal.

La producción

Actualmente, la estancia se compone de unas 3.000 hectáreas de un campo con suelo clase A no muy profundo. Tierra arcillosa ideal para el trabajo ganadero, y luego de la incorporación de la Siembra Directa, también para la agricultura, aunque sólo el 10 % del total se destina a esos fines.

Como casi todos, comenzaron con la raza Shortorn, y a mediados de los ‘70, cuando se intensificó la carga, se lanzaron al Santa Gertudis. Hoy proyectan los vientres con raza Braford y la cría con Santa Gertrudis.

“La actividad ganadera, sujeta a los vaivenes del mercado y la política obligó primero a buscar novillos gordos, después hubo que volcarse a la cría de terneros y a mediados de los “80 volver al gordo”, recuerda Rafael Alemán, hoy encargado del establecimiento.

El 60 % se basa en la cría de terneros, el 90 % de los cuales son Santa Gertrudis, y el 40 % restante se destina a los planteles de toros Braford.

La cría lleva seis años, dos generaciones de animales, por lo que no pueden estar atentos a la coyuntura, y a sabiendas de la creciente demanda de alimentos, se centraron en lograr un buen animal, “caminador, con anteojeras, limpio de prepucio y bien carnicero. La genética no se toca”, afirma Rafael, en referencia a los recortes que obliga a implementar la crisis.

Desde hace 17 años sacan sus mejores animales a la venta en el tradicional remate en Hersilia, junto a la estancia La Turingia.

Cambia, todo cambia

Con el paso de los años, las nuevas tecnologías fueron modificando el manejo y la fisonomía del trabajador rural. Los grandes arreos y los baños contra la garrapata fueron dando paso al trabajo en corrales más acotados. Ahora hace falta menos gente, aunque para Rafael todos están muy capacitados para el trabajo en el campo. Sin embargo para su padre, Bernardo, “El Tata”, el oficio, la baquía y la sabiduría de gauchos como Ricardo Torres o Hermito Arce se han perdido para siempre.

 

 
 

Como casi todos, comenzaron con la raza Shortorn, y a mediados de los ‘70, cuando se intensificó la carga, se lanzaron al Santa Gertudis.

 
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El lote de vaquillas tiene de 13 a 15 meses de vida. Al llegar a los 260 kg., en unos días , serán entoradas.

Fotos: Federico Aguer

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El burro por delante

Una peculiar estrategia de manejo ganadero la constituye la incorporación de un burro en el potrero de los toros. La sola presencia del equino evita que los bovinos confronten entre sí, evitando lesiones. El burro, animal territorial, impone su presencia y “sojuzga” a los toros que, pese a su mayor fortaleza física, prefieren no lidiar con el más testarudo de los cuadrúpedos.

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Aquí comenzó todo. El viejo casco de la estancia data del año 1820. Todavía hoy se utiliza como depósito.

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Los caballos criollos han sido desde siempre una de las actividades más importantes de la estancia. La mansedumbre para el trabajo es hoy la características más buscadas por el mercado.

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El actual casco de La Lucila está marcado por su estampa ganadera y por el pasado ligado a esta actividad.