HOTEL EDÉN

Un Titanic encallado en La Falda

Un Titanic  encallado  en La Falda

El hotel recibía, a principios del siglo XX, visitas de renombre. Por sus escalinatas desfilaron apellidos destacados, como Anchorena, Bunge, Montes de Oca, Lavalle, Torquins, Aleman, Blaquier. El Che Guevara, en su niñez, también se alojó allí con su familia.

Foto: ARCHIVO EL LITORAL

Su historia esconde sueños exorbitantes, desvanecidos con el paso del tiempo. Por sus habitaciones pasaron desde Einstein hasta los nombres más destacados de la oligarquía nacional de principios del siglo XX. En ruinas, soportó saqueos a lo largo de años. Pero su magia, que aún conmueve, parece haber triunfado sobre cualquier miseria humana.

DE LA REDACCIÓN DE EL LITORAL

[email protected]

La neblina de la primera mañana contribuye a generar el clima. Allí, donde la montaña desfigura su forma natural hasta convertirse en soporte de la urbanización, se erige majestuoso un símbolo de La Falda: el Hotel Edén.

Los pasos sobre el rocío desembocan en una ancha escalinata, desde la cual los guías intentan transmitir con palabras algo que se respira en las partículas del ambiente. La historia está allí, compuesta de mitos, de grandezas y miserias, de utopías y derrotas. Cada paso retumba en el silencio y depara un encuentro cara a cara con el pasado.

LA GLORIA

Durante la primera mitad del siglo XIX, el clima de Córdoba había ganado fama por ser curativo de males pulmonares. La tuberculosis producía en ese entonces una psicosis colectiva en todo el mundo. Todavía no se había inventado el antibiótico capaz de enfrentar dicho mal.

La medicina comenzó a recomendar a las familias de la aristocracia argentina la permanencia durante algunos meses en esta zona.

En 1897 Roberto Bahlke, un viajero alemán, compró la estancia en La Falda. Su idea era instalar allí un hotel con todo el confort que exigía la aristocracia de entonces. Unos 500 obreros trabajaron a sol y sombra para terminar la obra. El negocio se basaba en una clave de oro: asegurar la salud a las familias más adineradas de la época. El 26 de diciembre del año siguiente, el Edén abría sus puertas.

Las innovaciones tecnológicas de Europa fueron importadas para dotar al lugar de todas las comodidades: grupos electrógenos que proporcionaban al hotel de energía propia, máquinas para fabricar hielos, cremas heladas y todas las novedades que el Viejo Continente ostentaba.

El predio original del hotel era de 900 hectáreas: la mitad de lo que es hoy La Falda, con dos cerros incluidos. El hotel se abastecía solo: contaba con sus propias quintas, producción de manteca, leche, queso. Todo se hacía en casa.

Pero los réditos no estuvieron a la altura de las expectativas. El hotel no había sido lo suficientemente publicitado, y las temporadas eran más que bajas. En 1903 llegó la quiebra.

Una germana, María Krautner, decidió hacerle frente a la situación. Para 1911 había logrado levantar todas las hipotecas que pesaban sobre la propiedad. Tentada de volver a su país natal para reencontrarse con su familia, decidió vender. Los compradores fueron dos hermanos, también alemanes: Walter y Bruno Eichhorn.

Después de la temporada estival de 1913, viendo que las ganancias seguían siendo insuficientes, ellos decidieron lotear la estancia. Así nació el primer plano de urbanización, se dividieron los lotes correspondientes y, en setiembre de 1914, se celebró la primera escritura de un terreno vendido.

Muchos alemanes, porteños y santafesinos comenzaron a invertir en fracciones de la estancia. Suntuosos chalets dieron forma a lo que sería, primero, un barrio de Huerta Grande y, veinte años después, el pueblo de La Falda. Era, por ese entonces, una semicolonia alemana enclavada en las sierras cordobesas.

LA SOMBRA ALEMANA

La Primera Guerra Mundial favoreció al hotel: la oligarquía argentina no podía veranear en Europa, y los europeos buscaban paz lejos del castigado continente.

El hotel comenzó a recibir visitas de renombre: desde Albert Einstein hasta el príncipe de Gales o el duque de Saboya; presidentes argentinos como Julio Roca, José Figueroa Alcorta. Las habitaciones se poblaron de apellidos como Anchorena, Bunge, Montes de Oca, Lavalle, Torquins, Aleman, Blaquier. El Che Guevara, en su niñez, también se alojó allí con su familia.

Fue la época de oro del edificio, que se extendería hasta la Segunda Guerra. Al transitar esos muros parece escucharse aún, como un eco, el compás de los valses, los roces de los trajes, la vajilla tintineando en el gigantesco salón.

En 1945, diez días antes de que Alemania se rindiera, el gobierno argentino le declaró la guerra al Eje. Paralelamente se incauta la propiedad, por ser alemana, a los hermanos Eichhorn.

En 1947, ya en la presidencia de Perón, el gobierno concedió nuevamente el edificio a sus antiguos dueños. Pero el tren del esplendor ya había pasado, y los hermanos decidieron no seguir al frente del establecimiento. Los motivos eran varios: a mediados de los ‘40 aparecen los primeros antibióticos contra la tuberculosis, con lo cual se desvanecía uno de los pivotes que le dio auge al lugar en el siglo XIX. Por otra parte, a partir del peronismo, la Argentina comenzó a evidenciar una serie de cambios sociales: el mapa de clases se modificó y los sindicatos empezaron a invertir en predios en la zona, para levantar sus colonias de vacaciones y hoteles.

Los dueños también habían perdido prestigio por estar estrechamente vinculados al nazismo: amigos personales de Adolf Hitler habían contribuido desde aquí con importantes sumas de dinero, para que el nacional-socialismo llegara al poder. De hecho, serían condecorados años más tarde por el partido, en agradecimiento a sus aportes. Las atrocidades del régimen comenzaban a salir a la luz cuando los hermanos decidieron desaparecer de la vida pública. Entre los mitos que dan forma a la historia del Edén figuran la presencia en sus habitaciones de personajes como Mengele y Eichmann, entre otros nombres nazis de alto rango.

Así se cierra un período de 50 años de capitales alemanes en el establecimiento. La época de gloria entra en su ocaso. El hotel sería explotado desde entonces por manos nacionales, que lo llevarían a la etapa siguiente, la de la decadencia.

EL OCASO

El edificio comenzó a hundirse, de sociedad anónima en sociedad anónima, de pérdida en pérdida. En 1964 tomó posesión María Teresa Carbone de Autilio, a nombre de la sociedad anónima Hoteles y Parques Edén, cuyo representante y apoderado fue Armando Balbín, hermano del ex presidente.

Ya en la década del “60 comenzó una declinación de la que no se repondría jamás. El 1965 quedó registrado como el año de la última temporada oficial del hotel.

El lugar fue cerrado, pero todos los elementos (vajilla, cristalería, mobiliario) permanecieron en su interior. En 1970 se decidió reabrir, para instalar un casino. Se eligió la planta baja del edificio para llevar adelante la obra y se inició una serie de refacciones, que incluyeron tirar abajo paredes originales.

Diferencias políticas provocaron a que el casino jamás funcionara. Desde 1971 hasta 1990, el edificio soportó la peor etapa: 20 años de saqueos, que lo dejaron en el estado lamentable en el que se encuentra hoy. Las responsabilidades apuntan, fundamentalmente, a los vecinos de la zona.

En 1988 al hotel se lo declaró Monumento Histórico Municipal y, un año más tarde, Provincial. Ahora se siguen los pasos para la declaratoria a nivel nacional.

En diciembre de 1998, el municipio de La Falda tomó posesión del Edén, por las deudas de impuestos que había de por medio. Los fondos para restaurar este patrimonio eran insuficientes; entonces, se lanzó una serie de licitaciones. En 2006, un grupo de inversores de La Falda decidió hacerse cargo.

LA ESPERANZA

El desafío era casi imposible. Se logró ambientar el salón de fiestas, recuperar el bar y las cocinas, y terminar con uno de los principales problemas: el ingreso permanente de agua por los techos.

Limpiar el parque, recuperar la fuente de mármol de carrara y llevar adelante el mantenimiento de los leones que adornan la fuente, fueron algunas de las tareas concretadas hasta ahora. También se cambiaron cañerías, se restauraron baños y se puso en condiciones una sala de juegos.

Según advierten los guías, el fin de esta restauración no pretende que el lugar vuelva a su funcionalidad original, sino que sea un complejo recreativo histórico y cultural, sujeto a visitas guiadas, con parques temáticos y algunos museos. También se apunta a instalar, en un sector, una especie de hotel-spa.

Para la gente que conoce palmo a palmo cada espacio del edificio, las paredes del hotel reflejan los últimos cien años de historia argentina. Guarda entre sus muros la ilusión de aquel país que prometía ser, y también la decadencia de lo que finalmente fue. Y aloja la esperanza de que, alguna vez, la balanza alcance el estado ideal del equilibrio.

///

ADEMÁS

Palabra del poeta

En la sala de pocker se encuentra el libro de pasajeros, en el que se puede ver la firma de presidentes y familias de la aristocracia.

Uno de los visitantes ilustres fue, en 1901, el gran poeta nicaragüense Rubén Darío: “Este álbum recoge en sus páginas blancas los nombres de ingenuos que hacen sonreír y ostenta los versos de poetas que en ancas de Pegaso al Olimpo pretenden partir. Los unos creen con firma sonante pasarán de seguro a la posteridad; los otros confían en que musa clemente no los mate al ver tanta barbaridad. Aspiración de humano es esta creencia. Lector, si tú tienes también ambición, pon nombre y poesía, ten mucha paciencia y te dirán tonto con toda razón”.

Después de esta dedicatoria, en la que con ironía critica a las clases que se hospedan en ese lugar, arma sus maletas y se sube al tren, previendo el ofuscamiento de dueños y huéspedes.

En el lugar también hay una carta dedicada a los Eichhorn, en la que el partido nacional-socialista agradece la ayuda recibida. Lleva la firma de Adolf Hitler.

También se puede ver un archivo del FBI, en el que se sospechaba que el Fhürer no se había suicidado en Alemania, sino que estaba alojado en la Argentina, en el Valle de Punilla, más precisamente en la casa de los Eichhorn, en La Falda. La información nunca superó el estatus de leyenda.