Crónicas de la marcha

Armstrong congregó un reclamo multisectorial que ve peligrar la principal fuente de trabajo de la región. La mirada de tres mujeres distintas.

Federico Aguer

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La conocí recorriendo la manifestación. Levantaba en alto una bandera argentina que decía: ¿el federalismo dónde está?. Me llamó la atención su estampa digna y el brillo entusiasta de sus ojos celestes. “Soy Susana, y soy docente de toda la vida”, me contó mientras el estallido rítmico de los bombos recalentaba el ambiente previo a los discursos.

No me pareció que haya sido una oligarca o miembro de alguna elite. Más bien me la imaginé de guardapolvo blanco al frente de un aula, pero tal vez estaba prejuzgando. Por eso quise saber qué estaba haciendo en una marcha que en apariencia no le pertenecía.

“Estamos obligados a estar en la ruta porque este Gobierno ha liquidado la ganadería y quiere hacer lo mismo con la agricultura”, comenzó. “Este pueblo vive del campo y de la producción metalmecánica. Todos los obreros viven de esa industria. Al no tener el colono la posibilidad de adquirir nuevos implementos las fábricas no venden, los obreros no trabajan y el pueblo se hambrea. Esa es la realidad que nos afecta a todos, como docente, hija y nieta de productores”, concluyó con una contundencia que me dejó sin palabras..

Fabiana trabaja en Apache, en Las Rosas. Me dijo que para ellos la situación es muy complicada, porque hay muy pocas ventas que no alcanzan para mantener a la gente. “Estamos a un 10 % de nuestra capacidad. Tenemos los stocks llenos. Todavía no hubo despidos, pero tememos que comiencen. Estamos buscando mercados externos, pero si bien hay buenas perspectivas no se ha concretado nada porque lleva su tiempo”, reflejó con angustia.

La última opinión me la dio otra mujer, llegada desde La Matanza. Por culpa del estruendo nunca escuché su nombre. Enfundada en un modesto vestir llevaba la insignia de una organización social. “El Gobierno ha decidido de qué lado quiere estar, del lado de la clase gobernante”, alcanzó a decir.

Armstrong tiene algo más de 11.000 habitantes, y ya presenta signos de subocupación. Venía de un período de relativa bonanza que implicaba empleo pleno y horas extra para todos los que tuvieran voluntad de trabajar. Hoy muestra desazón, tristeza y angustia.

El intendente local se negó a recibir la coparticipación de parte de las retenciones. “No voy a hacer alguna obra sobre las ruinas de las industrias de mi ciudad”, dijo.

Cuando empezaban los discursos, Susana me despidió con una frase: “estamos viendo un futuro de hambre. Es la triste realidad a las que nos llevó un Gobierno centralizador; me retrotrae a la época de unitarios y federales”.