Vicente Fidel López y la historia de una clase

Rogelio Alaniz

Vicente Fidel López nació el 24 de abril de 1815 y murió el 30 de agosto de 1903. Cuando nació, la patria tenía apenas cinco años y su futuro era por lo menos opinable. Cuando murió, Julio Argentino Roca estaba por concluir su segunda presidencia y la Argentina ya se perfilaba como el granero del mundo. Cronológicamente, Vicente Fidel vivió el período histórico de formación de la Nación y el Estado. De alguna manera fue un testigo, un testigo destacado por su protagonismo y porque sus observaciones se transformaron en textos históricos, el texto fundacional, junto con el de Mitre, de nuestra historia patria.

Vicente Fidel López nació en un hogar patricio y siempre se sintió un patricio. Su padre fue el autor del Himno Nacional argentino y uno de los políticos que pudo sobrevivir a los avatares de las guerras civiles y las luchas políticas facciosas de esos años, motivo por el cual, el siempre cáustico Paul Groussac lo calificó de “venerable comodín”.

Pertenecer al patriciado, para López era más una responsabilidad que un privilegio. En lo personal siempre fue un hombre austero, de gustos sencillos y costumbres sedentarias, pero desde su juventud siempre estuvo convencido de que su familia había contribuido a forjar la patria y, por lo tanto, su compromiso era velar por ese pasado donde se depositaban los grandes valores de la Nación.

López se formó en el sistema educativo de Rivadavia. Su maestro fue el célebre médico liberal Diego Alcorta, el mismo que aparece en la novela “Amalia” conspirando contra Rosas. Siempre se interesó por la política, y antes de cumplir los 30 años ya estaba militando al lado de Alberdi y Echeverría en el Salón Literario. Los jóvenes intelectuales se iniciaron en la vida pública apoyando a Rosas, un apoyo crítico diríamos ahora; pero al poco tiempo pasaron a la oposición, sobre todo cuando descubrieron que Rosas no estaba dispuesto a dejarse seducir por sus cantos de sirena.

Cuando se inicia el bloqueo francés y fracasan los levantamientos de los hacendados del sur y la rebelión de los Maza, los jóvenes románticos comprenden que no tienen nada que hacer en Buenos Aires y que lo mejor para la salud de sus cuellos era poner distancia con el Restaurador. Algunos se fueron a Uruguay, otros prefirieron Chile. Vicente Fidel eligió Córdoba.

En Córdoba, Vicente Fidel se dedicaría a conspirar contra Rosas. La provincia estaba gobernada por Manuel López, un monigote de Rosas que será desalojado del poder sin pena ni gloria. Las expectativas de los conspiradores eran amplias y generosas. Sobraban motivos para ser optimistas. Las tropas de Lavalle avanzaban hacia el centro de la república; Lamadrid había prometido unirse con él, mientras que en Tucumán, Marco Avellanada había derrocado a Alejandro Heredia y se preparaba para las batallas que se avecinaban.

En Córdoba, López había fundado una filial de la Asociación de Mayo y publicaba un diario en el que escribía incendios contra Rosas: “Caiga la maldición del cielo y de los hombres sobre el tirano de la República Argentina. Caiga la maldición de los niños inocentes y las mujeres virtuosas sobre el asesino de los padres y el violador de la castidad de las madres. Maldición mil veces sobre la cabeza infernal, sobre el corazón feroz del abominable Rosas. Maldito sea de Dios y de los hombres, criatura abominable, hijo dilecto de Satanás”.

Como se podrá apreciar, el joven no se andaba con chiquitas a la hora de criticar al gobierno. De todos modos la verba inflamada no le duraría mucho. Las tropas de Manuel Oribe derrotan a Lavalle en Quebracho Herrado: Marco Avellaneda es vencido y luego degollado en las afueras de Tucumán. López y sus amigos deciden que ha llegado el momento de abandonar Córdoba. Son valientes, son orgullosos, pero no son tontos. En esos años, perder una batalla o entregarse al enemigo significaba también perder la vida. López marcha hacia su exilio en Chile donde vivirá seis años. En Córdoba queda con los ojos llenos de lágrimas Carmencita Lozano, su novia y futura esposa.

En Santiago de Chile, López conocerá a Sarmiento y en algún momento intercambiará ideas con Alberdi. En estos años se inicia de manera sistemática su preocupación por el estudio de la historia. Para 1846 decide instalarse en Montevideo. Allí refuerza sus relaciones con la élite del exilio. En 1848 se casa con Carmen Lozano y el testigo de la ceremonia es Esteban Echeverría. En diciembre de ese año nace su único hijo: Lucio, el futuro autor de “La gran aldea”, muerto a los 46 años en un duelo estúpido.

Cuando el poder de Rosas se derrumba, López desempeñará un rol importante en la consolidación del orden pos rosista. En principio, y para asombro de más de uno de sus compañeros de exilio -que lo consideraban un porteño inclaudicable-, va a adherir a Urquiza y será el ministro de su padre, el flamante gobernador de la provincia colocado en ese lugar por el “dedo” de Urquiza.

En esos meses su actividad política será intensa, y en las famosas “jornadas de junio” defenderá contra la oposición y la barra que lo silbaba desde la tribuna, la adhesión al Tratado de San Nicolás. Ya para entonces la formación política de Fidel López estaba casi definida. Creía en la democracia, pero sobre todas las cosas creía en el valor de la élite gobernante. Lo va a decir en uno de sus discursos cuando le reprochen que son muchos los que no comparten sus puntos de vista. “Declaro que por educación y por principios jamás he ambicionado honores y bienes que provengan de la adulación y las lisonjas del poder, bien sea que se llame tiranía, bien sea que se llame muchedumbre”.

Sin embargo, el porteño orgulloso, el hombre que se honraba de ser un hijo dilecto de la Atenas del Plata, apoyará la causa de Urquiza y se opondrá a Buenos Aires. “ Amo como el que más al pueblo de Buenos Aires donde he nacido, pero alzo mi voz también para decir que mi patria es la República Argentina y no Buenos Aires. Quiero al pueblo de Buenos Aires dentro de la república y en la república, y es por eso que me empeño ahora en que salga del fango de las bajas pasiones que lo postraron en la tiranía en la que se ha mecido durante veinte años”. Nunca un orador en Buenos Aires se animó a decir eso. Nunca a un orador lo silbaron tanto.

Las “jornadas de junio” culminarán con la renuncia de López y Planes y todos sus colaboradores. En poco tiempo Buenos Aires formalizará la secesión y Vicente Fidel López emigrará a Montevideo. Por su oposición a Buenos Aires pagará un alto precio. Veinte años después, cuando las pasiones parecían haberse aquietado, López en el parlamento menciona al pasar lo sucedido en 1853 y otra vez vuelven los silbidos. Los porteños no olvidan los viejos agravios y López como buen porteño decide no insistir más en el tema.

Después de las “jornadas de junio” desaparece por unos cuantos años el político y aparece el historiador, el patricio consultado por la clase alta cada vez que hay que tomar una decisión importante. López será legislador, ministro y en la célebre crisis del “90 sus conocimientos de economía serán indispensables para corregir los errores cometidos por Juárez Celman y sus “mocosos irresponsables”, como los bautizara Roca.

Para esos años su “Historia de la República Argentina” estaba escrita y soportaba las críticas de sus contrincantes. La polémica con Mitre es una de las más aleccionadoras de nuestra historiografía. Básicamente Mitre defiende la historia fundada en documentos y López cree más en la evocación y la remembranza. En su momento los observadores aseguran que Mitre ganó la pelea por puntos. Hoy el fallo estaría algo más dividido. Ni Mitre era tan objetivo, ni López tan subjetivo. Como dirían Alberdi y el viejo Vélez Sarsfield, con los documentos se puede escribir también la historia oficial de la clase dirigente, la historia del poder, porque sólo los que tienen poder pueden escribir documentos”.

Halperín Donghi se refiere a este tema con su habitual lucidez. “Su historia no es la del nacimiento de un pueblo, es a lo sumo la de la creación de un Estado y la del grupo político que dirigió esa creación... en las limitaciones mismas de López puede hallarse su virtud más alta mientras no se busque en su “Historia...” lo que ya se sabe que no se ha de encontrar en ella.... un relato eruditamente objetivo.... pues si bien no es historia objetiva, ni es historia nacional, puede ser lo que es: la póstuma autobiografía de una clase política”.

Vicente Fidel López y la historia de una clase

Un intelectual. Con una sólida formación construida desde sus años mozos, López será junto a Mitre uno de los fundadores de la historiografía nacional.

Foto: Archivo El Litoral