Hundimiento del Crucero General Belgrano

Se puede servir a Dios y a la Patria

Un ex combatiente escribió un relato sobre vivencias que, pese a no tener su firma, no es anónimo, ya que representa el pensamiento mayoritario, templado a modo de una fragua inagotable en la memoria de sus compañeros.

Oscar Rubén Paúl

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Muchos son los recuerdos y las heridas que dejó hasta hoy, y tal vez por siempre, tanto en los familiares de las víctimas como en los que sobrevivieron. Precisamente hoy, a muchos años de distancia de este hecho, un ex soldado me hizo llegar este relato, en el que pone de manifiesto un aspecto de su vida como ex combatiente y ser humano que cada lector irá descubriendo y de las cuales extraerá sus propias conclusiones con la simple lectura.

“En 1981 estaba en la Base Naval de Puerto Belgrano, realizando el Servicio Militar Obligatorio, cuando un Cabo de la Fuerza Armada se acercó a la formación de conscriptos y preguntó si alguien que no hubiera hecho la Comunión quería realizarla. Rápidamente pensé que sería una forma de salvarme de los “bailes’, de la limpieza de los baños o de alguna otra fastidiosa actividad de la etapa de instrucción, por lo menos una hora por día. Acepté y lo más asombroso es que los ruegos de mi madre no pudieron lograr, por largo tiempo, lo que la frase de un cabo consiguió en un minuto.

Allí había varios capellanes que organizaron todo durante algunos días preguntando, entre los casi 1.500 conscriptos, quiénes habían colaborado en su lugar de origen con parroquias, siendo catequistas o simples colaboradores dentro de ella. De esa convocatoria surgieron los que llevarían adelante la catequesis de grupos de 12 colimbas, aproximadamente. El que nos tocó a nosotros era un gringuito flaco, de la ciudad de Esperanza, que tenía conocimientos sobre ello por haber estado ligado a la Iglesia.

La primera impresión que tuve de él fue la de un muchacho tranquilo, con una voz suave y pausada, de movimientos lentos que transmitían paz y seguridad con una convicción que me impresionó, a tal punto que, con el pasar de los días, esperaba ansiosamente que llegara esa hora de catequesis, ya no por el descanso de la instrucción militar, sino porque me había llegado la palabra de Dios a través de él, que lo hacía con tanta claridad y amor.

Un buen mensajero

Con el correr del tiempo, ese muchachito se había adueñado de toda mi atención: llegaba al grupo, saludaba educadamente, se sentaba y, con su santa paciencia, abría La Biblia, leía y explicaba los párrafos que tenía señalados, todo ello intercalado con preguntas, opiniones y comentarios que para nada distraían mi atención. Realmente, estaba fascinado porque comprendía y sentía el mensaje de Dios, tal vez, pienso, porque el mensajero era bueno.

Cuando se estaba organizando la ceremonia de la toma de la Comunión, nos llegó la notificación de nuevos destinos para 20 conscriptos que fueron afectados a un curso de radiotelefonista que consistía en el conocimiento de códigos y manejo de comunicación naval entre buques de guerra. Dentro de esa lista estábamos los dos, contentos porque nos dieron la tradicional ropa de marinos, dejando la de fajina y trasladándonos a un lugar de mejor calidad dentro de la Base. Sin embargo, pronto nos invadió la tristeza porque no podíamos concurrir a catequesis, razón por la cual le pedimos al oficial de mando permiso para salir una hora por día para terminar la misma. Éste nos miró y, tras unos segundos de suspenso y nos dijo: “¡Miren, conscriptos, aquí se viene a servir a la Patria, no a Dios!’. Nos quedamos muy desilusionados, pero aun así yo estaba contento de tener al catequista a mi lado, ya que era una persona excepcional: muy buen compañero, simpático, con grandes valores humanos y que se hacía querer por todos.

Cuando terminó el curso de comunicaciones, nos llegaron destinos distintos. A él le tocó el Crucero ARA General Belgrano y a mí, otro barco, el destructor ARA Bouchard. A partir de entonces, con el inicio del conflicto de Malvinas, nos separamos hasta que el 2 de mayo de 1982 tomé conocimiento de que su nave había sido hundida y 323 hombres murieron, lista en la que estaba incluido el catequista y amigo que tanto quería y admiraba, el que daba testimonio de la Palabra de Dios, el que con tanta fe nos hablaba.

Yo, tremendamente impactado y dolorido, me preguntaba: ¿cómo chicos tan jóvenes habían muertos brutalmente asesinados, sobre todo el que más quería, el que me había hablado de Dios y encendido mi fe en Cristo? Justamente él, un ser puro. No encontraba explicación y me enojé mucho con Dios. ¿Cómo una persona tan noble, que había sido un leal servidor, no podía ser salvado de aquella catástrofe? No encontré consuelo y dejé de rezar.

Una carta, una dirección

Luego de unos meses, terminada la guerra, recibí una carta de la madre de mi catequista y amigo. En ella me contaba que, entre las cosas que su hijo había dejado la última vez que los visitó, se encontraba un cuaderno con anotaciones y los nombres y direcciones de sus amigos y compañeros. Y yo era uno de ellos. Me sentí muy emocionado por eso, y al ver la estampita con la foto de él, que decía: “Recuerdo de mi paso por la Armada Argentina formando filas del Crucero Gral. Belgrano. Dios y la Patria me llamaron el 2/5/82. Oscar Aldo Colombo. Conscripto Clase 1962. Esperanza (Santa Fe)”. En ese momento vi todo de otro manera y lloré amargamente porque estaba enojado con Dios y comprendí que, si su propia madre, aquella que lo crió, educó y transmitió su fe, creía que Dios lo había llamado, quién era yo para cuestionar su voluntad, justamente yo, un pecador. Le pedí perdón por haberlo ofendido y sentí por primera vez, después de la guerra, un poco de paz, sobre todo por entender que Oscar estaba con Dios porque había cumplido al transmitir su fe a otros y dar testimonio de Él por su conducta ejemplar.

Pasaron muchos años y, de vez en cuando caigo, pero luego pienso en Oscar, en lo que nos hablaba, en su fe, en su ejemplo, y eso me ayuda a levantarme sin importar cuántas veces caiga: él siempre está ahí para ayudarme en los momentos difíciles, dándome fuerza para sobrellevar los tristes recuerdos de aquellos días y de las pérdidas de jóvenes compañeros que dieron su vida por la Patria y que, a veces, no son valorados como corresponde.

Sin embargo, puedo decir que Oscar Colombo cumplió con la Patria y con Dios y que estoy orgulloso de haber formado parte de un pedacito de su vida, de haber conocido a una persona buena, honesta, pura y firmemente creyente en Dios.

Hace años que quería compartir este sentimiento con otros, pero, como siempre, Dios decide cuál es el momento apropiado y no interesa quién soy. Lo que importa aquí es quien murió por la Patria y dio su vida por Dios.

Para finalizar, quiero decir que, años después, tomé la Comunión y luego hice la Confirmación para adultos. También, responder a aquel oficial de la Marina que se puede servir a Dios y la Patria. Mi amigo, Oscar Aldo Colombo, lo demostró”. Firmado: conscripto Clase 1982. Miembro de la tripulación del Destructor ARA Bouchard.

Se puede servir a Dios y a la Patria

El 2 de mayo se recordará un nuevo aniversario del hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, a raíz del ataque artero del submarino británico Conqueror, en el marco de la Guerra de Malvinas.

Foto: Archivo El Litoral

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EL DATO

Los actos

El 2 de mayo, a las 15.30, se pondrá en marcha el acto que recuerda a las víctimas del hundimiento del Crucero ARA General Belgrano, frente al monumento emplazado sobre el sector este de la avenida Pte. Perón de Laguna Paiva que fuera inaugurado por la Asociación Civil 3 de Abril que preside el actual concejal Sergio Cáceres, en oportunidad de conmemorarse el 25º aniversario de ese acontecimiento.

En esta ocasión, y en el marco de una actividad organizada por la Secretaría de Cultura, actuará la Banda de la Policía de la provincia y harán uso de la palabra distintos oradores.