Comprar suelto y con yapa

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Por Ana Bugiolacchio

“Almacén “Las Colonias’”, de Jorge Isaías. UNL, Santa Fe, 2008.

Los relatos llamados “memorias” suelen identificarse con la idea de una especie de archivo, una suerte de inventario que “rescata” tanto los recuerdos vividos por el sujeto rememorante como las fantasías, intuiciones y deseos que van construyendo un diseño particular. Dentro del archivo ingresan, además, elementos inesperados ya que todo relato siempre se construye a contrapelo del presente, configurando sus sentidos a través de él pero en un contraste permanente. El dibujo resultante siempre aparece diferente porque el material constitutivo se recorta desde una mirada distante y transpuesta la del recuerdo- y finalmente enfrentada a lo real.

Existen ciertas marcas gramaticales que son recurrentes a la hora de señalar una etapa más o menos remota o más o menos añorada del pasado como el adverbio “antes” en contraposición al “ahora” o a lo “real” ya que al tratarse de un recuerdo, el relato habría llegado a su fin.

Sin embargo, todo lo que ocurre en Almacén Las Colonias no pertenece a un tiempo anterior o pretérito sino a un “durante” contiguo a nosotros que puede espiarse a través del pequeño espacio que recorta un vidrio grabado y muy sucio. Todo lo que ocurre en un pequeño y animado pueblo pasa por Almacén Las Colonias y en esa ochava se consuma el mayor acto de “resistencia” a lo real mientras los temblores de la sociedad de consumo se estrellan entre las vías de un tren.

En esta nueva colección de relatos, Jorge Isaías nos sorprende con nuevas maneras de problematizar el hecho literario, donde la esperanza le juega un mano a mano a la nostalgia y ambas empatan la partida.

Jorge Isaías logra en este corpus de relatos perfectamente ensamblados poner en movimiento y hacer oír los distintos engranajes que sustentan determinadas categorías que apuntan a nuestra identidad y modos de convivencia. Entender los conceptos naturalizados en nuestra práctica social es condición para volverlos a mirar desde una mirada más atenta o tal vez más sensible. El almacén es un lugar siempre evocado y en extinción en la sociedad de hoy, allí podían comprarse “sueltos” los artículos que hacían a la cotidianeidad y a la necesidad. En la compra se ponían provisoriamente en suspenso historias que propiciaban futuras charlas o encuentros y prometían “yapa” para los niños absortos entre enormes latas que les hacían desear todo su misterioso e inagotable contenido.

En un mundo tan intensamente privado como remoto acuden al encuentro de los mandados mascotas tan indómitas como un tero y una gaviota para quienes las isocas no eran plagas eliminadas por fulminantes pesticidas sino disputados manjares cotidianos. Reaparece el Búho Juan, rebelde mascota de sólo un día y aquel cuis que nunca pudo tener el privilegio de llegar a adulto.

Todo el refranero y los dichos discurren entre personas situadas en un entramado económico, histórico, religioso, interpersonal y cultural donde el almacén es la excusa que permite el encuentro. El surtido ofrece sus mercancías: chismes y novedades, regalos inesperados, sueños de ciudad pero también oscuridad suicida y trenes que llevan hacia la nada.

Nos transformamos en testigos aviesos de simples historias cotidianas en las que el narrador nos empuja a la puerta y nos pone a espiar sabiendo que todo puede entrar en el alma de un niño que espía. Estos recuerdos de “antes” se diluyen en un “siempre” y se cristalizan en un “ahora” cómplice de nuestros sueños en un tiempo posible.

Con una intensa bocanada del aire de ese pueblo pequeño se disparan los relatos, en una esquina en que los parroquianos indistintamente van en busca de sexo o alimento. Algo inquietante sobrevuela el mundo de los adultos y el lector lo intuye, “esas mujeres traídas de no sabemos dónde” semiocultas en la bruma e iluminadas por un farol amarillento y plateado nos advierten de un acto cruel, una tristeza, y un deseo infinito.

Una vez allí, en una lectura intensa de cada detalle de ese almacén en penumbras, tratamos de recordar los nombres de las cosas que nos habían mandado comprar. Mientras revisamos la lista, descubrimos que ya no son las cosas ni el mandado los que importan sino el regreso a esa merienda humeante en la que no hay pregones ni ofertas sino sólo el disfrute que nos da la justa medida de lo que necesitamos. Con ese sabor y esos aromas podemos resistir la velocidad de hoy y entender que todo tiempo pasado no fue mejor o peor, sino distinto. Cuando escuchamos ese rumor en el aire tórrido cercano al Almacén Las Colonias, tenemos la convicción de escuchar nuestra propia voz, en un hablar sin hablar y ver los propios movimientos lentos saboreando una lentitud calma y segura. Y nos quedamos con la yapa y con las cuatro o cinco cosas que realmente son importantes para nosotros en esa lista de los mandados.