Crónica política

El destino de los Kirchner

El destino de los Kirchner

En campaña. Néstor Kirchner, ex pingüino, recorre ahora la provincia de Buenos Aires, su nuevo terruño.

Foto: Agencia DYN.

“Muchachos, no digan que no podemos estar peor, porque podemos”. Geno Díaz

Rogelio Alaniz

 

Los Kirchner son los responsables de colocar a la sociedad en la alternativa de hierro de votar por ellos o el caos. No son los primeros en usar este recurso. Menem, en su momento, hizo algo parecido y muchos titulares del poder hacen lo mismo. Son incorregibles. El planteo de la alternativa “Yo o el caos” es tramposo en cualquier caso. Si supuestamente gobernaron hasta ahora con tanta sabiduría y prudencia, una rutinaria elección legislativa no podría poner en juego las “formidables” transformaciones realizadas. Si se produce el caos no va a ser por la derrota electoral sino porque las condiciones para el caos fueron creadas antes. Pero la alternativa “Yo o el caos” es también una mala táctica por sus efectos y sus precedentes. Por sus efectos, porque la sociedad no suele aceptar estas opciones; y en caso de aceptarlas, en general el voto se tiñe con el color opositor, no oficialista. Por sus precedentes, porque por lo general recurren a esa opción de hierro los gobiernos que están al borde de la derrota.

Yo no sé, ni tengo manera de saberlo, si los Kirchner van a perder en estas elecciones; de lo que estoy seguro es de que no van a ganar. También estoy seguro de que lo más importante ya lo perdieron, más allá de un voto más o un voto menos. Las elecciones son un termómetro. No son las elecciones las que enferman a un gobierno, son sus errores y su incapacidad para corregirse. Después vienen las elecciones. O las puebladas. Para el caso es lo mismo. Lamentablemente es lo mismo.

El gobierno ha perdido poder real y lo sigue perdiendo todos los días. Para un gobierno que hizo de la acumulación brutal del poder el centro de su estrategia, ésta es la peor de las noticias. Como “Santos Vega”, los Kirchner fueron derrotados por el progreso. Se enfrentaron con la versión más moderna y extendida de la burguesía nacional, en nombre del capitalismo de amigos y el clientelismo político. Invocaron una causa demasiado grande para defender intereses miserables y mezquinos.

Si en 1945, los antiperonistas calificaron de aluvión zoológico a los obreros, en 2007 los peronistas procedieron a calificar de oligarcas terratenientes al sector más dinámico y transformador del capitalismo argentino. Con sus excesos y torpezas, los antiperonistas justificaron el 17 de octubre. Con sus excesos y torpezas los peronistas inventaron al “campo” como entidad política popular. El acto en Rosario y la multitud en el Monumento de los Españoles en Capital Federal fueron su certificado de bautismo. El año pasado los peronistas perdieron la calle; este año van perder las urnas. A los errores de la Unión Democrática, los antiperonistas los pagaron caro. Ahora, a los Kirchner les pasa algo parecido. Y todavía la cuenta no está saldada. En estos temas la historia es impiadosa: no perdona.

La “guerra gaucha” ha sido el Waterloo de los Kirchner. Lo demás son consecuencias más o menos previsibles de lo mismo. Por un camino o por otro, el ciclo político del kirchnerismo está agotado. Lo que se discute en los ambientes políticos es si se van en el 2011 o si se van antes. Así de sencillo, así de patético. Esto, por supuesto, lo conversan los opositores, pero también los oficialistas, muchos de ellos diestros en el oficio de la traición y la puñalada por la espalda. El 29 de junio las tapas de los diarios empezarán a escribir el responso. Lo van hacer con gusto.

La decisión de irse o quedarse después del 28 de junio depende de ellos. En un país civilizado, lo deseable es que los plazos electorales se cumplan. En un país civilizado. En la Argentina, esto sigue siendo un deseo. Alfonsín no lo pudo hacer; De la Rúa, tampoco. Algo parecido le pasó a Duhalde. El único que concluyó sus mandatos fue Menem, aunque después fue a la cárcel. Los Kirchner pueden no concluir el mandato y terminar entre rejas. Hay buenos motivos para que ocurran las dos cosas.

En homenaje a la verdad, diría que el 28 de junio los Kirchner no van a sacar tantos votos como ellos pretenden, ni tan pocos como imaginan sus adversarios. Si la sociedad no estuviera tan alborotada y la política tan crispada estos comicios deberían desarrollarse con relativa tranquilidad, porque lo que se resuelve en términos institucionales es la renovación de legisladores. Sin embargo, fueron los Kirchner los que iniciaron la marcha hacia esta suerte de plebiscito que los obliga a transitar al filo de la navaja con el riesgo cierto de desangrarse ante el menor movimiento en falso.

La tragedia del oficialismo es que, aunque pierda por poco, la derrota va a ser vivida como una catástrofe. El drama de los gobiernos cesaristas es su rigidez. La menor fisura los desequilibra. Mientras todo va bien, no hay problemas, pero al menor inconveniente descubren que no tienen margen de maniobra y que no les queda otra alternativa que jugar el poder al todo o nada.

Un gobierno sensato convocaría a un primer ministro consensuado con la oposición para continuar gobernando. Un gobierno sensato. Los Kirchner no van a hacer -ya no pueden- lo que nunca hicieron y nunca se interesaron por hacer. La oposición, por su lado, tampoco quiere dialogar. Estas cosas ocurren. Un gobierno que siempre interpretó la realidad en clave de amigo-enemigo hoy empezará a saborear la medicina con la que indigestó a sus adversarios.

A fines de 1954, Perón propuso una tregua a sus adversarios. Hoy se sabe que el ofrecimiento llegó tarde. Para esa fecha los opositores no querían dialogar con Perón, querían que se fuera. ¿Estaba mal? Claro que estaba mal. Pero fue así. Y en estos temas nada se gana con lamentarse, elevar oraciones al cielo, o ponerse a llorar sobre la leche derramada.

Se sabe que después del voto de Cobos, Kirchner le exigió a su mujer que renunciara. El mes pasado, Pérsico declaró algo parecido. Al clima “destituyente” no lo creó la oposición, lo creó el gobierno, al pretender colocar a la sociedad entre la espada y la pared. El problema es que el que ahora está contra la pared es el gobierno, trágico prisionero de las opciones que él mismo contribuyó a crear.

La otra alternativa que se le presenta a los Kirchner es cerrar los ojos e imaginar que no pasó nada. Pronto los rigores de la política se encargarán de devolverlos al planeta Tierra. La señora presidente debería saber -ya es hora de que lo sepa- que la realidad no se corrige cerrando los ojos; los precios y la inflación no se disfrazan dibujando las cifras del Indec, y a las arrugas de los años no se las detiene con cirugías estéticas. Este principio elemental de la sabiduría política, los Kirchner no lo han aprendido. Y no hay motivos para sospechar que lo vayan a aprender en los próximos meses.

Por último queda la posibilidad de irse, inventando el martirologio de haber sido derrocados por la oligarquía, el imperialismo y la derecha. En los pasillos de la Casa Rosada y en algunos recovecos de Olivos se habla de que su destino sería Venezuela, donde los aguardaría un exilio dorado. No hay que olvidar al respecto que los Kirchner serán recordados en el futuro como la pareja presidencial que más se enriqueció ejerciendo el poder.

La historia tiene esas tretas y astucias. También la tendencia a sincerar los hechos. Si por los Kirchner fuera, el futuro los debería recordar como los gestores de un proyecto nacional y popular fundado en la justicia social y la distribución de la riqueza. Como dijera la señora Cristina “... después de 200 años de fracasos, la Argentina se dignifica”. En la volteada cayeron además de Perón e Yrigoyen, Roca, Sarmiento, Rosas y el propio Mariano Moreno. Eso se llama tener una autoestima un tanto sobrevaluada. Pues bien, es la vida con sus contrastes y sus péndulos, con sus azares y contradicciones, la que se encarga de poner las cosas en su lugar.

Al clima “destituyente” no lo creó la oposición, lo creó el gobierno, al pretender colocar a la sociedad entre la espada y la pared. El problema es que el que ahora está contra la pared es el gobierno.

 

A los errores de la Unión Democrática, los antiperonistas los pagaron caro. Ahora, a los Kirchner les pasa algo parecido. Y todavía la cuenta no está saldada. En estos temas la historia es impiadosa.