Un verano peligroso para

toreros y para Hemingway

José Luis Picón

(EFE)

Ernest Hemingway había llegado a la ciudad española de Málaga hace 50 años para mostrar al público estadounidense el mano a mano entre dos toreros en la serie de reportajes “Un verano peligroso”, que resultó especialmente peligroso para el escritor, que se suicidó meses después de su última visita.

Andrés Arenas, biógrafo de Hemingway y codirector de un encuentro internacional sobre el escritor que se celebra en estos días en Málaga , sostiene que los veranos de 1959 y 1960, cuando siguió los duelos entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, “tuvieron bastante que ver con su locura y su suicidio”.

La revista Life le encargó que relatara ese mano a mano entre Domínguez, el entonces número uno del escalafón taurino, y Ordóñez, el aspirante y con el que Hemingway mantenía una gran amistad. “Planteó ese verano como una lucha a muerte entre los dos, con una visión para los “guiris’ (extranjeros) norteamericanos de que Dominguín y Ordóñez iban a morir en el ruedo para ver quién cogía el número uno. Era un punto de vista con un poco de ficción, porque no olvidemos que los dos toreros eran cuñados y algo tenía de amañado”, sostiene Arenas.

Fueron dos veranos “de locura” que le causaron “mucha admiración, pero tuvieron también consecuencias nefastas”, porque Hemingway sufriría “una depresión paranoide con fuertes brotes de alcoholismo”, que desembocó en su suicidio el 2 de julio de 1961. Según Arenas, fue “durísimo” para Hemingway seguir a ambos toreros por plazas de toda España, escribir el reportaje y seleccionar las fotos, y aunque eso no puede considerarse “el desencadenante principal” de su suicidio, “sí ayudó a que pasase lo que pasó”.

Algunos investigadores consideran que también hubo errores en el tratamiento que recibió en la clínica Mayo, que incluía el electrochoque, “que era lo que se usaba en aquellos años”, a lo que se sumó que el escritor “no respetaba mucho” ese tratamiento y seguía bebiendo, apuntó Arenas.

El propio reportaje fue “una serie de desastres en su concepción”, porque Life le había encargado 10.000 palabras y cuando lo acabó había alcanzado las 120.000. “Como buen periodista, indica que Hemingway no estaba bien, porque no era capaz de comprimir y ya no podía escribir como solía hacerlo. Se montó un lío con la revista, que dijo que eso no se podía publicar y dividió el reportaje en tres partes, con menos de la mitad de lo que había escrito”, añadió el biógrafo.

En aquellos veranos se acentuó la amistad con Ordóñez, que a éste “le venía muy bien, porque Hemingway puso su nombre en todo el mundo, y al revés igual, porque conocer a Ordóñez era para Hemingway estar dentro de los toros y verlos directamente. Pregunté a Antonio Ordóñez en 1996 y me dijo que Hemingway fue como un padre que incluso le curaba las heridas de sus cogidas”, dijo Arenas, que recuerda también cómo el torero proclamaba que “delante de él, no consentía que se hablase mal de Ernest”.

Del suicidio de Hemingway se suele contar la anécdota referida a otro torero, Juan Belmonte, cuando le comunicaron la noticia. “Le dijeron: “Maestro, don Ernesto se ha suicidado’. Belmonte sólo dijo dos palabras: “Bien hecho’, y poco después (en abril de 1962) él haría lo mismo”.

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Ernest Hemingway durante sus últimos años en España.

Foto: Archivo El Litoral