Ante el cine que no supimos merecer
Ante el cine que no supimos merecer
Por Enrique Butti
Tenemos oportunidad en estos días de ver en Santa Fe algunos títulos de los que han dado en llamarse filmes “didácticos” de Roberto Rossellini, filmados para la televisión entre mediados de la década del 60 y finales de la década del 70, y que habían desaparecido hasta hoy de toda circulación.
Son filmes históricos, sobre Sócrates, Pascal, Cartesius, Agustín de Hipona, la época de los Medici, la Edad de Hierro, Luis XIV, la lucha del hombre por su sobrevivencia, los Hechos de los Apóstoles, etc., en los que Rossellini presenta situaciones y personajes instalados en un presente que vibra en su devenir, a la vez crucial (ya que las decisiones de ese presente influirán sobre el futuro) y cotidiano, contingente (en su minucioso registro de las costumbres y de las variaciones culturales en la satisfacción de las necesidades -de amar, trabajar, comer, dormir, vestirse-). Una cotidianidad que bien vista -bien mostrada- se revela tan crucial como las más osadas voluntades a las que sirve de marco.
Si bien estos son “filmes de ideas” (el “golpe de Estado” en Luis XIV; la razón, la intuición y la fe, en Pascal y Cartesius; la paz, el trabajo, el comercio, el arte y la ciencia como fuerzas del progreso en Los Medici, etc.), Rossellini se centra esencialmente en desarrollar esas ideas a través del análisis pormenorizado de lo cotidiano, a través de hechos mínimos pero sorprendentemente significativos porque cumplen dos funciones: documentar la época y constituirse en motivos simbólicos. Es lo que dice Wallace Stevens en un poema: “El alma está compuesta / del mundo exterior... / El vestido de una mujer de Lhassa, / en su lugar, / es un invisible elemento de ese lugar / hecho visible”. Un invisible elemento de ese lugar y de ese tiempo hecho visible.
Todo esto implica una reelaboración lejanísima del documentalismo, porque supone una rigurosa concentración y manipulación de los elementos en juego, y a la vez implica un proceso ajustadamente documental, en cuanto tales materiales en juego han sido respetados en la medida en que los testimonios del tiempo permiten recuperar las manifestaciones exteriores e intrínsecas del pasado.
Quizás la mayor lección artística de estos filmes estribe en la sapiente individualización de lo específico visual y de lo específico verbal. Se muestra todo lo que puede aprehenderse con la visión y se habla todo lo que sólo puede ser aprehendido con el logos.
Si hoy se buscan obras artísticas que sean también “didácticas” suele recurrirse monstruosamente a lo que no sólo no son obras de arte, sino que además son en su estricto término obras demagógicas. Demagógicas porque son elegidas por el pedagogo, teniendo en cuenta que sean capaces de “conformar” al educando maleducado, o demagógicas porque son elegidas por el pedagogo para sostener las consignas que busca insuflar en sus discípulos. El concepto “didáctico” aplicado a estos filmes de Rossellini es algo muy distinto. Se trata de reconstruir algún momento de la Historia y presentarlo con toda su carga de vitalidad, conflicto y trascendencia, con el propósito de iluminar y reflexionar sobre nuestro propio presente.
Rossellini era católico, pero la religiosidad que presenta en sus filmes no es proselitista. En la fragilidad de sus personajes (en el sentido en que todos los humanos lo somos), a Rossellini le interesa la dimensión religiosa como fuerza suprahistórica y trascendente. En “La toma del poder de Luis XIV”, el filme termina con el rey que ha sabido imponerse al caos y la corrupción, meditando una máxima de La Rochefoucauld: “Ni el sol ni la muerte pueden mirarse fijamente”.
Si en verdad hay algo que tienen en común estos filmes “didácticos” es lo que Rossellini mismo declaró alguna vez, respondiendo a las razones que lo llevaban a proyectar una película sobre Agustín de Hipona: “Porque tengo la sensación de que actualmente nos encontramos con el fin de una civilización. Justamente como San Agustín. También Agustín de Hipona se encontró con el fin de una civilización, con la muerte de la civilización romana, de la cual supo, sin embargo, conservar los valores más auténticos y genuinos. San Agustín no rechazó los valores que le ofrecía el pasado, sino que los recuperó en una visión renovada de la Historia y del pensamiento. La idea de una civilización que muere -como la nuestra, repito- y que no obstante conserva y proyecta en el futuro algo suyo, me fascina profundamente”.
Estos filmes, en su reconstrucción de época, son realmente espectaculares, pero bien lejos del espectáculo al que nos acostumbraron las boberías televisivas y las superproducciones hollywoodienses. Son más espectaculares que éstas, en verdad, pero no hay movimientos de masas porque a Rossellini le interesan los individuos, y cada extra, cada cochero, cada sirviente, cada cocinera que aparece (cada utensilio, cada coche, cada cacerola que aparece) tiene una presencia significativa. Otra vez Wallace Stevens: “Hay hombres del Este / que son el Este. / Hay hombres de una provincia / que son esa provincia. / Hay hombres de un valle / que son ese valle”.
¿Sería posible demostrarle a un espectador joven que el cine (y por ende, la TV y la computación), el cine más moderno, más osado, más avanzado, no está realizado con efectos especiales; que es reposado, analítico, con largos parlamentos que hay que seguir con mucha atención? La oportunidad que se nos ofrece en Santa Fe es única para que artistas, intelectuales, pedagogos, padres de familia, religiosos -ya no digamos los jóvenes que hemos sabido maleducar- intentemos reconciliarnos con un cine que no supimos merecer y que estamos dejando perder para las generaciones futuras.
Roberto Rosellini en el set de “La era de los Cosimo”, uno de los excepcionales filmes que ha logrado conseguir Cine-club Santa Fe para su proyección, tras décadas de haber desaparecido de circulación.|
/// EL PROGRAMA
en el cine América,
25 de Mayo 3075.
Viernes 29, a las 22: “Sócrates” (Italia-España-Francia, 1971, 120’). Sábado 30, a las 23: “Cartesius” (Francia-Italia,1974. Primera Parte, 74’). Domingo 31, a las 22.30: “Cartesius” (Francia-Italia,1974. Segunda Parte, 88’). Lunes 1º de junio, a las 22.15: “La era de los Cosimo de Medici” (1972-83’. Capítulo I) Martes 2, a las 22.15: “La era de los Cosimo de Medici” (1972-82’. Capítulo II). Miércoles 3, a las 22.15: “La era de los Cosimo de Medici” (1972-92’. Capítulo III). Lunes 8, a las 22.30: “La toma del poder de Luis XIV” (1966-94’). Martes 9, a las 22.30: “Blaise Pascal” (1972-129’).