Señal de ajuste
San Martín y “la bebota”

Adriana Brodsky volvió a la tele como una madre en el programa “Mitos”, protagonizado por Germán Palacios.
Foto: Agencia Télam
Señal de ajuste
San Martín y “la bebota”

Adriana Brodsky volvió a la tele como una madre en el programa “Mitos”, protagonizado por Germán Palacios.
Foto: Agencia Télam
Roberto Maurer
“Mitos, crónicas del amor descartable” (América, miércoles a las 22.15) es uno de esos productos a los cuales se le puede llamar “dignos”, y que suelen disponer del apoyo de la prensa, cuya buena conciencia siempre libra una lucha desigual con la tele basura. Esa dignidad se basa en una cuota combinada de buen gusto, inteligencia, originalidad y terminación decorosa, y, como el crimen, nunca paga: son programas que se estrenan apenas con dos puntos de audiencia.
“Todos contra Juan” fue un caso reciente, y ahora la productora de Gastón Pauls insiste con “Mitos”, y la misma suerte: se estrenó con bajo rating y ese primer capítulo fue repetido pocos días después, buscando robar un poquito de audiencia a las caretas de látex de Tinelli. Nadie se ilusiona con que el “gran público” enloquezca con un seminario de Lacan en Louvain, en 1972, que actualmente circula por la pantalla del canal Encuentro. No se trata de ser ingenuo, sólo de desear que un producto “digno” obtenga un éxito moderado en la tele, solamente para conservar la confianza en la raza humana.
BATACAZO Y GUAMPAS
En “Mitos” se narra la historia de Martín Montesalvo (Germán Palacios) un operador de bolsa de lustroso standard de vida que acierta con un batacazo, multiplica sus ingresos y descubre casualmente que su mujer (Florencia Raggi) lo engaña con un tipo de gorra roja. Todo el mismo día. El shock lo empuja hacia atrás, al cuarto de su adolescencia cuyas paredes todavía se encuentran forradas con las imágenes de los símbolos sexuales de los ‘80, especialmente las chicas de Olmedo.
Se reencuentra con esas fantasías, la revista Libre, un Tetrix, el cuaderno donde contabilizaba sus masturbaciones y con aquellos viejos deseos insatisfechos: ha vuelto para recuperar su libido de los 14 años y lanzarse a la acción. Se trata de buscar y conquistar a esas mismas mujeres, hoy, materializando aquellas fantasías con el comportamiento de un seductor serial. En el primer capítulo, su víctima será Susana Romero, la real, a quien comienza a vigilar desde la ventana del edificio vecino, equipado con un telescopio. La visita en su oficina, con una identidad cambiada y finalmente pasa una noche con ella. Luego huye, descarta su disfraz y, sintiéndose vacío, se pregunta “¿Qué será de la vida de Adriana Brodsky?”
LA SEGUNDA PRESA
En la segunda entrega, como en la anterior, él, o el doble que ha elegido, inicia la investigación en el ciber de un gordo desagradable que lo ayuda en la búsqueda en Internet. “La bebota” está retirada, trabaja en la empresa de su padre y lleva su hijo a una escuela que el protagonista infiltra con su otra identidad, diciéndose a sí mismo “esa mujer necesitaba ser liberada, sentí que ella me lo estaba pidiendo”. Hecha la amistad, resuelve con consejos financieros un problema económico de Adriana Brodsky, y participa en un acto escolar donde él interpreta al general San Martín y ella a una dama antigua.
Mientras se prueba el uniforme, se identifica con el personaje histórico: “Hace 188 años puso palabras a lo que siento, seamos libres. Aquí estoy, vestido de San Martín, listo para liberar a Adriana”. Con menos dificultad que el cruce de la cordillera, la seduce y desaparece. Sus próximas presas serán Silvia Pérez, Mónica Gonzaga, Noemí Alan y Silvia Peyrou.
LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD
En su vida doméstica, es un yuppie atrapado por una cotidianeidad rumbosa: su crisis no es conyugal, sino la de un hombre asfixiado por los resultados del éxito, que busca un espacio de libertad concretando las ilusiones de su pasado adolescente.
La idea básica de recuperar las chicas sexy del imaginario argentino de los ‘80, interpretadas por ellas mismas, es un hallazgo desaprovechado, tal vez porque la elección no fue la “comedia brillante”. De los diálogos no brotan chispas, y la narración se apoya en la inexpresiva voz en off del protagonista. El tratamiento, por lo tanto, resulta frío y distante, el del informe de una rebeldía enfocado desde la psiquiatría social, y menos que desde una perspectiva dramática, o sea sin demasiados recursos para derrotar a “Valientes” y “Gran cuñado”.