Anotaciones al margen

Ser agua (*)

Estanislao Giménez Corte

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“Así, que el día amaneció, allá, en el mar de la pasión, daba para ver el tiempo morir. ¿Qué es de vos? ¡Qué soledad! ¿Te olvidarás de mí?”. (Djavan, “Océano”, 1989)

1

Después no hubo sonido alguno, ninguna luz, nada, ninguna cosa más que un silencio extático, un lento deambular, una inconcebible masa de agua presionándonos, fuerte como un metal en expansión; allí, nos desgarrábamos, nosotros, las víctimas de tanta infamia mecánica, los números de la tragedia; nosotros, los involuntarios protagonistas de la tormenta, o de lo que haya sido; nosotros, nosotros, las pequeñitas criaturas que andan ahora en el Atlántico para perderse; nosotros, polvo en la sal azul de negrura.

2

Fui aquí y allá, como arrastrado por la fuerza de una multitud enardecida, en la honda oscuridad; vagamos, vagamos, como flotar en la nada, en el aire mismo. Allá los asientos de la nave; allá las maletas, los cuerpos, por Dios, los cuerpos, las ropas, las turbinas; allá las franjas de la corriente marítima, más abajo, frías, cálidas, a oeste y este; allá las corrientes que llevan y que traen, desde hace días, los restos informes de lo que fue, hasta hace nada, hasta antes, ayer, cuando estaba yo sentado plácidamente sobre el asiento 32A, una proeza del progreso humano, una perfecta construcción de las que desafían la lógica con pletórica presencia. No a nosotros nos hizo la suerte tributarios de esa maravilla; ahora nosotros, despojos, húmedos espectros, lentamente nos hinchamos de sal de agua y vamos a la deriva, para no dejar rastros, para perdernos en la tumba líquida e infinita.

3

Yo, espectro, creí ver, a lo lejos, arriba, en la superficie, embarcaciones, sonidos de helicópteros; yo, espectro, los veía desde lejísimo; nada podía, nada puedo hacer, sólo sentirlos; no puedo ver lo que ha quedado de mi cuerpo, sólo, en tanto espectro, percibo, como un ánima, intuitivamente, estar rondándolo, protegiéndolo quizás, no sé de qué; acaso esto es una despedida.

4

Alguna vez leí que, para los cristianos, el limbo se refiere a “dos infiernos”: uno de los patriarcas y otro de los niños. Algo de eso siento cuando me pienso, como ánima, como aura latente de un cuerpo, protegiéndolo tras la caída, en el mar atroz: ¿esto es el limbo, me digo, esto es un purgatorio, un momento, hasta que me encuentren? ¿es mi final devenir, lentamente, parte de esa fría pared gigantesca de agua, de salinas, de alimañas? ¿Vendré a ser, habré muerto para ser, para que mi cuerpo sea, parte del océano? Y cuando eso suceda, ¿qué será de mí, ánima sin cuerpo perdida?

(*) El título hace referencia al conocido cuento de Santiago Davobe “Ser polvo”.