De domingo a domingo

La fatalidad de discutir personas y no proyectos

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

A dos semanas de las elecciones, los personalismos le están ganando por goleada a las ideologías. Las discusiones por mostrar los mejores “cómo” destinados a generar mayor inclusión social, institucionalidad y controles republicanos o para definir el rol del Estado, la inserción en el mundo o de qué manera abordar la recuperación económica y la distribución de la riqueza, o aun los pros y los contras del famoso “modelo”, todos elementos propios de una elección legislativa, han sido suplantados esta vez por los “quiénes”, una variante mucho más cercana a una elección presidencial.

Al argentino le seducen las figuras, es verdad, pero esta vez la culpa de la distorsión ha sido de la clase política, oficialismo y oposición en su conjunto, que ha situado la elección en ese campo, con poco margen para la discusión de propuestas.

Y a elegir personas marcha la gente, mientras que algunos de ellos ni siquiera asumirán. Hasta las tiras-sábana de los diputados de todo pelambre se han transformado en fórmulas para recordar y votar: Kirchner-Scioli, De Narváez-Solá, Stolbizer-Alfonsín y siguen las firmas en todo el país. En la semana, la figura mediática excluyente fue Francisco De Narváez, ya que, más allá de su presencia en “Show Match“ junto a su imitador, Néstor Kirchner lo victimizó de tal forma que empezó a aparecer a cada rato, aun nombrado por los opositores que se solidarizaron con él por el caso de la efedrina.

Después, la foto con Julio Cobos lo volvió a poner en el candelero, diatribas mediante de los dirigentes del Acuerdo Cívico Social contra el vicepresidente, tanto que en su entorno calculan que esta constante exposición pública fijó más su imagen que todo el dinero que gastó en la campaña. Al respecto, el vicepresidente de la Nación también tuvo su cuarto de hora de impacto mediático; otro que lo buscó, con dos días de alta presencia en los medios, fue Daniel Scioli, primero con declaraciones de su hermano José contra la operación de enchastre a De Narváez que él salió a relativizar, pero para decir que no tenía voceros y que por lo tanto criticaba casi lo mismo por su boca. Minutos de radio y TV y ríos de tinta dedicados al posicionamiento de los dimes y los diretes de los candidatos, casi al estilo de los programas chimenteros del espectáculo.

Ante la ceguera que les genera tan magra oferta de ideas, en las que alguna parte del periodismo también tiene su cuota de responsabilidad, parece que los ciudadanos esta vez votarán más por sospechas que por certezas. Sólo el olfato parece indicarle a los votantes que ningún candidato se va a oponer, por tomar unos ejemplos, a generar empleo y a darle oportunidad a los excluidos a sumarse a la fuerza laboral o a mejorar el ingreso de los que tienen trabajo.

Ante lo crítico del tema, las diferencias estarán seguramente en la manera en que se puede encarar una tarea tan decisiva en el largo plazo, más allá de los parches del mientras tanto. Alrededor de tamaño esfuerzo, por ejemplo, está el modo de gestionar la educación y la salud como fuerzas motorizadoras de la inclusión y definir si la inseguridad es o no una consecuencia de la situación social o cuál es el sentido de darle más importancia al consumo interno que a la inversión.

Pero, ¿quiénes podrán hacerlo mejor? ¿El kirchnerismo, el PRO, el Acuerdo Cívico y Social, el cobismo o la izquierda? Allí, en la instrumentación, en lo más conservador o en lo más progresista de cada propuesta están las diferencias de fondo o aun los matices de las agrupaciones políticas, pero esto es justamente todo lo que no se ha discutido para saber a qué Congreso pueden aspirar los argentinos, para que acompañe los dos años que le quedan de mandato a la presidenta Cristina Fernández.

Sin embargo, lo único que parece subyacer hasta el momento es una opción válida en política, pero que no por eso puede convertirse en excluyente: destruir al adversario. Todos los opositores quieren dejar al gobierno sin mayoría legislativa para derrumbar así la hegemonía política del kirchnerismo y, de paso, sacar a Néstor de la cancha en 2011.

Por su parte, el oficialismo quiere construir las bases de un modelo nacional y popular con raigambre peronista y de largo aliento. Para ello, dice que necesita seguir gobernando con apoyo mayoritario en el Congreso. En materia de leyes, la oposición, casi en su conjunto, ha señalado que tratará de retrotraer algunas votadas por el kirchnerismo y prometen que van a reformar el Consejo de la Magistratura para que los jueces no se sientan rehenes del Ejecutivo, que avanzarán con la reforma política, que propiciarán una rebaja del IVA en los alimentos, que discutirán el Presupuesto 2010 con otras prioridades en la mano y que se opondrán a seguir con la Emergencia Económica que sustenta el mecanismo de reasignación de partidas sin pasar por el Congreso (superpoderes).

Si algo ha tenido el kirchnerismo hasta el momento es que no ha dejado enemigo sin convocar. Su manejo de la administración, que ha tenido siempre la caja en ristre para apuntalar lo que se necesitara, ha comenzado a flaquear desde ese costado vital, ya que las necesidades fiscales son crecientes y en la ocasión la caja no alcanza para conformar a todos. Por eso, el gobierno ahora tiene que soportar reclamo tras reclamo y advertencia tras advertencia, en las que, a diferencia de los partidos opositores, por detrás sí está implícita una ideología más aperturista que el estándar de los Kirchner. “Quieren volver a la década del 90”, diría el matrimonio.

Y no ha sido sólo el caso del campo, cuyas demandas de menores retenciones continúan cayendo en saco roto, mientras los números de la producción se siguen derrumbado de modo estrepitoso en todos los rubros (trigo, soja, carne, leche), sino que durante la última semana se han escuchado quejas de los exportadores porque no se les paga en término los reintegros y reembolsos, de los importadores porque Guillermo Moreno a algunos de ellos le ha impedido traer mercadería si no exportan, para no complicar la falta de dólares y también de los hombres de negocios más importantes, nucleados en la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que han hecho cargos directos referidos a la inserción argentina en el mundo y a las inversiones empresarias en otros países (caso Techint-Venezuela). Este punto abre otra polémica que tampoco se ha puesto sobre el tapete en la discusión electoral, como es la del rol del Estado y el de la actividad privada, en momentos en que el gobierno pone directores en empresas o impide la distribución de utilidades.

Llegaron durante la semana la presidenta y su esposo, a través de diversos actos multitudinarios con un discurso común que sumó al estilo atenuado que ahora luce el ex presidente, mucha pasión y emoción en el caso de Cristina, con apelaciones de campaña que siempre apuntaron a recordar la recuperación lograda desde 2003 en adelante. Pero como los Kirchner no saben de callarse la boca, ambos redoblaron la apuesta pese a todo y la presidenta dijo que le parece posible “desarrollar un proyecto nacional y popular aún en un mundo global”, mientras que su esposo arremetió con que “se terminó la época en que los empresarios vaciaban las fábricas, vendían el patrimonio, cuidaban sus cuentas personales y dejaban a los trabajadores en la calle”. Ambos estaban promocionando un cambio en la Ley de Quiebras para atender el caso de las llamadas “empresas recuperadas”, una problemática que mantiene las fuentes de trabajo, aun a riesgo del despojo de la propiedad a sus legítimos dueños. “Si hay que morir, que sea con las botas puestas”, parecen decir Cristina y Néstor.

Al argentino le seducen las figuras, es verdad, pero esta vez la culpa de la distorsión ha sido de la clase política, oficialismo y oposición en su conjunto, que ha situado la elección en ese campo, con poco margen para la discusión de propuestas.

Sólo el olfato parece indicarle a los votantes que ningún candidato se va a oponer, por tomar unos ejemplos, a generar empleo y a darle oportunidad a los excluidos a sumarse a la fuerza laboral o a mejorar el ingreso de los que tienen trabajo.