Lugares, no lugares: espacios de la sobremodernidad
Lugares, no lugares: espacios de la sobremodernidad
Arq. Mariano Busaniche
Un ser traslúcido cruza veloz la sala marcando un haz rosa que cobra intensidad bajo la luz que ingresa desde los rosetones y cúpulas del nártex principal; más abajo, en torno a la mesa servida, los siete niños cesan de jugar y siguen con la mirada al espíritu ingrávido que se dirige hacia lo más alto, como si deseara escapar del lienzo.
El anciano celador no advierte tal acontecimiento, no le es dado participar. Su rostro severo, la capa negra, la vara corta, siempre lista, y sus dientes amarillos, nos dan indicios y sospechas de la razón por la que no lo percibe. En las paredes, escudos de armas, libros en retablos y pinturas renacentistas distinguen el sitio.
Una mujer esbelta con facciones delicadas y mirada amorosa contempla desde una esquina la cena de los infantes. Detrás de ella, un halo azulino se expande iluminando suave, casi imperceptible, el espacio.
Arrinconado hacia un costado, un extraño y enjuto personaje se espanta, su rostro revela rabia, temor y derrota, es la luz de la mujer la que lo afecta. En segundo plano, un cartel que reza: “Hotel Saint Germain. 1525”, se lee al revés, en el anverso del vidrio de la ventana desde adentro. Por otra abertura se observa una colorida calle donde se ha instalado un mercado exultante de actividad y vida.
Sobre el vano de un tragaluz, desde un pequeño entrepiso que balconea riesgosamente, un hombre con vestido elegante vislumbra con notoria ansiedad la escena interior. Y el cuerpo agazapado, listo para lanzarse hacia afuera... algo dice, está hablando inquieto.
Tal vez sea como dicen... ¿Es el mismo pintor quien aparece autorretratado observando desde el entrepiso, pintándose a sí mismo en el cuadro? ¿Será él quien aguza los sentidos, vehemente, y desde la tela parece decirnos ¡Ayúdenme! ¡Deseo salir! ¡Necesito saltar! y conocer cómo es ese maravilloso siglo XXI?
Colgado en la recepción del hotel Rougemont, de la Rue 25. Saint Marc, se expone “Nuestra Dama en la posada”. El hall, angosto, muy profundo, exacerbadamente elevado, con vitrales en los flancos y hacia atrás un paño fijo en tono rojo claro que enmarca la obra de arte. Pienso en una catedral gótica...
Al apreciar aquella pintura recuerdo haber reconocido sensaciones cruzadas, interpretaciones subjetivas, silogismos sobre el mal y el bien, e intuí desde el ingreso, una actitud diferente de interpretar y “leer” la concepción tradicional en un hotel, ideas que reelaboran y definen al mismo como espacio vivencial multifacético.
Marc Augé, (antropólogo francés) nos ha escrito interesantes apreciaciones sobre lugares y “no lugares”, para caracterizar la transitoriedad y falta de trascendencia para que ciertos sitios sean definidos como “no lugares”. Incluye la ausencia de sensaciones de seguridad, certidumbres, identidad y pertenencia, (entre otros) como elementos conducentes al “no lugar”, y menciona como tales a supermercados, aeropuertos, vestíbulos de estaciones, gradas de estadios, aviones, autopistas, e incluso una habitación de hotel. Los continúa definiendo como espacios ambivalentes que no remiten a atributos familiares de lugar, ni de sitio reconocible y apropiable.
Los no lugares no existían en el pasado, son espacios actuales, generalmente confluencias de “anónimos” donde personas en tránsito coinciden esporádicamente, las interacciones son mínimas, efímeras, al límite mismo de no ser relaciones en absoluto. Apenas generan cruces de miradas entre unos y otros, miradas que tal vez nunca volverán a encontrarse.
Los no lugares convierten a los ciudadanos en meros elementos de conjuntos que se forman y se deshacen al azar, símbolos de situaciones sociales actuales, donde la soledad es muchas veces dominante de la condición humana.
Estas interpretaciones se reflejan en ámbitos y expresiones de lo más variadas, por ejemplo en galerías de arte, donde difícilmente se exhiben retratos. Más habitual es observar figuras indefinidas. El arte contemporáneo es tal vez marcado por ausencias de identidad, el rostro ha comenzado a desaparecer de las pinturas y obras de arte en general.
El rostro es uno de los “lugares más característicos” y, con frecuencia, la exteriorización de una interioridad humana y psicológica. A la vez, es lo más próximo y predispuesto a coerciones públicas.
Estos espejos de una realidad socialmente construida, donde el individuo corre riesgos de ser cada vez más “individuo”, y menos relacionado, asigna características reconocibles, que recurrentemente nos alejan de nociones simbólicas de identidad.
Las personas, como las ciudades, buscan tener elementos a los que asirse a partir de su idiosincrasia y aquello que lo circunda. El hombre, al conocer su historia, puede generar recursos constitutivos de tradición, identificación, cultura, puntos de partida y de retorno... En lo urbano existen, de igual manera, elementos capaces de asignar improntas referenciales. Obras de arquitectura, espacios públicos y monumentos remiten a la historia y pueden ilustrar explícitamente a una sociedad.
Los centros de las ciudades, a escala urbana, pueden considerarse monumentos que identifican y que ejercen un poder institucional sobre quienes los habitan. De modo que tanto los individuos como las áreas urbanas, requieren elementos simbólicos internamente reconocibles y que sirven de identificación respecto de lo externo.
Atendiendo reinterpretaciones sobre cómo descifrar el espacio, podríamos concluir que la sobremodernidad es productora de “no lugares”.
Menciono la temática “hotel” dentro de este contexto de lugares y no lugares, dado que éste es continente de una enorme cantidad de actividades y posibilitante de acciones y relaciones. La amplitud de opciones que un hotel genera, brinda puntos de partida a nuevas reinterpretaciones sobre sus finalidades y alcances.
Independiente de los motivos por los que nos encontremos en un hotel u otro, mas allá de las causas del arribo, detrás de estilos edilicios, “estrellas barrocas”, suprematismos o minimalismos, forma y función, concepto y significado, el hotel tiende a innovarse, a reinterpretar su concepción histórica e indagar los modos de proyectarla. Así de amplio es el concepto, casi tanto como la imaginación del diseñador.
Hoteles, aeropuertos, estaciones, subterráneos, estadios, plazas -lugares, no lugares-, son hechos arquitectónicos y urbanos que difícilmente puedan definirse porque están impregnados de subjetividad. Con el propósito de definir el espacio, el hombre continuará teorizando, hilando conocimientos y percepciones. Y es en esos desarrollos intelectuales e intuitivos donde se refleja desde siempre su búsqueda y donde reside una forma de riqueza.
Los hoteles son “no lugares” donde las personas generan cruces de miradas entre unos y otros, miradas que tal vez nunca volverán a encontrarse. Donde los ciudadanos son meros elementos de conjuntos que se forman y se deshacen al azar.
Foto: Archivo El Litoral