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La fiesta de San Juan

En Santa Fe también se celebra la fiesta de San Juan con la tradicional fogata.

La fiesta de San Juan

La celebración hunde sus raíces en el remoto pasado en que se celebraba el solsticio de verano entre los pueblos paganos de Europa. TEXTOS. ZUNILDA CERESOLE DE ESPINACO. FOTO. M. PARDO

Aún hoy, a comienzos del siglo XXI, se celebran ceremonias, festivales ígneos y prácticas adivinatorias. Una de ellas es el 24 de junio, cuando se desarrolla una ceremonia que ha tomado un tinte cristiano al consagrársela a San Juan Bautista.

Esta fecha hunde sus raíces en el remoto pasado en que se celebraba el solsticio de verano entre los pueblos paganos de Europa. Entre sus simbolismos encontramos la purificación del agua y la alegría por los dones de la naturaleza. En Suecia, en la vísperas de San Juan, gente enferma acude a manantiales santos porque cree que en esos momentos las aguas adquieren virtudes medicinales.

En Rusia era costumbre que las mujeres, sin quitarse la ropa, se bañaran juntas cada 24 de junio mientras hundían en el agua -en representación del santo- un muñeco hecho de ramas, hierbas y verduras, para propiciar la lluvia.

Cómo nació el alerce

Cuenta esta leyenda italiana del Valle de Fassa, que en tiempos remotos, en medio de un torrente vivía una Aguana, dama del agua que se llamaba Marugiana. Era hija de otra Aguana, o sea, de otro espíritu femenino del agua, y de un señor del cercano castillo de Andraz.

Ella había nacido mitad humana -como su padre- y mitad mágica -como su madre-, lo que la hacía diferente a todas. Marugiana era una doncella bellísima, que podía habitar tanto en las aguas como en la tierra, y solía pasear por los bosques adornándose con florecillas silvestres.

Marugiana, que poseía corazón humano, sufría mucho cuando los pastores y los cazadores le contaban las tristezas del mundo y las lágrimas brotaban de sus ojos cayendo como cascadas por su manto de seda.

Un día, un príncipe pasó cerca del torrente y vio a Marugiana. Se enamoró perdidamente de ella. La jovencita del agua también sintió nacer en su corazón, un gran amor por el joven y esbelto príncipe. Comenzaron a verse asiduamente y el príncipe le propuso matrimonio. Marugiana aceptó con la única condición Naturalmente, esto no era posible, y el príncipe ardía de deseo y de desesperación.

Consultó a caballeros, criados y espíritus del bosque, mas nadie pudo resolver su problema. Ya desesperaba cuando una Aguana muy anciana le dio un consejo, expresándole que había un instante en que todo se detenía y la respiración de la tierra salía de las cavernas profundas. Que esto sucedía una vez cada cien años, y que -precisamente- ocurriría ese año al mediodía del día de San Juan.

Con precisión, al mediodía de esa fecha se celebró la boda. Fue una fiesta bellísima, porque hombres, plantas, flores, animales, rocas y aguas amaban a Marugiana. Es que ella deseaba el bien a los demás, y estaban felices por la dicha de su singular amiga.

Ese día, para aumentar la alegría reinante, las plantas florecieron con las flores más bellas. El cielo se esmaltó de azul, adornándose con pequeñas guirnaldas de nubes. Los hombres se vistieron con sus mejores ropas, los animales lustraron su pelaje y las aves sus plumas. El aire se llenó de ecos de voces risueñas y cánticos.

Llegaron también dos enanos del bosque, que pensaron en formar un árbol con todas las flores. Así lo hicieron, y dieron a este nuevo árbol el nombre de alerce, inspirándose en una palabra antigua que designaba sagradas la casa y la boda.

Pero súbitamente se dieron cuenta de que este árbol formado por un manojo de flores no podía vivir con los demás. Marugiana entonces se acercó y cubrió a la nueva especie con su verde velo de boda, y la planta comenzó a cubrirse de brotes verdes y a florecer en conitos rojos y perfumados.

Todos se maravillaron de la cualidad del nuevo árbol, que recordaba el emblema de la boda feliz. El alerce se conserva como en la noche de su nacimiento: es verde y florido en primavera y verano, luego se torna rojo oro y oro en el otoño; mas si en el invierno ninguna novia le coloca el velo de la esperanza y del amor, se seca y se deshoja. Es por eso que suelen verse alerces adornados con velos nupciales, ya que la tradición indica que el colocárselos trae felicidad y seguridad al matrimonio que se inicia. Otro simbolismo -el más utilizado- es el fuego que, como agente detersivo, purifica tanto a los hombres como a los animales y a las plantas, abrasando y consumiendo los elementos nocivos, sean estos materiales o espirituales, que se constituyen en permanente amenaza sobre todo lo viviente, en forma de enfermedades o muerte.

Subyace la idea de que las fogatas y antorchas, como así también las ruedas incendiadas, se destinan a quemar o ahuyentar a brujas, a los hechiceros y a todo espíritu maligno que deambule invisible por los aires, constituyéndose en poderosos protectores del ganado, los sembrados y las personas.

En América

La fiesta religiosa de San Juan llegó a América con los conquistadores, tomando sabor local en las distintas poblaciones. En Paraguay caminan descalzos sobre brasas, como en el NO de Argentina y Perú.

En el departamento peruano de Loreto se celebra una fiesta muy alegre, donde la risa, la música y el bailen reinan fomentando un júbilo contagioso.

Las leyendas son abundantes en esa región. Una de ellas cuenta que hace muchísimos años, en un poblado cercano a la ciudad de Iquitos, un aborigen se internó en el bosque para cazar. Al alejarse escuchó una y otra vez el agudo silbido de un paujil (faisán americano), miró hacia todas partes pero no logró verlo. De pronto el silbido se transformó en palabra y alguien misterioso pronunciaba su nombre. Su corazón comenzó a latir aceleradamente, y un gran temor se apoderó de él. De pronto divisó entre las ramas de un viejo árbol la figura de un santo. Instantáneamente cesó su miedo, trepó al árbol y recogió la imagen. Volvió a su pueblo y relató lo sucedido.

Esa noche, mientras estaba durmiendo, la imagen se reveló en su sueño como San Juan Bautista. Le dijo que había sido designado por Dios para ser el patrono de toda esa región y que debían venerarlo y construir un templo.

El pedido fue hecho realidad; se le erigió una iglesia y hubo grandes festejos en su honor. El fervor, la obediencia y el esfuerzo de los humildes pobladores fue recompensado: San Juan, a través de sus apariciones, les indicaba los mejores lugares para sembrar y la época propicia para cosechar, por lo cual el rendimiento de las tierras mejoró la vida de todos ellos.