Opinar

Luis Guillermo Blanco

Cuando George Orwell aseveró que “si la libertad tiene algún significado, éste es precisamente el derecho de decirle a la gente lo que no quiere escuchar”, se pronunció claramente contra la censura que se estilaba imponer a algunas cuestiones públicas (políticas) en la Inglaterra de su época. Mal que continúo practicándose en diversas épocas y países del mundo, absolutamente contrario a la libertad de pensamiento, de expresión y de prensa que, en un Estado Democrático Constitucional de Derecho, no pueden ni deben padecer cortapisa alguna. Pero que, a nuestro parecer, requieren de un requisito ético indispensable: opinar con un adecuado conocimiento del tema de que se trate y con seriedad (El Litoral, 25/4/08 y 24/5/08).

Mao Tse Tung señaló al respecto que “si usted no ha investigado un problema, se le priva del derecho a opinar sobre él. ¿Es esto demasiado brutal? No, en lo más mínimo. Puesto que no ha investigado el estado actual del problema ni sus antecedentes, e ignora su esencia, cualquier opinión que exprese al respecto no pasará de ser un disparate. Decir disparates, como todo el mundo sabe, no resuelve nada; así, ¿Qué habría de injusto en privarlo del derecho a opinar?” (Contra el culto a los libros, mayo de 1930). Agregando más adelante que “la gente más ridícula del mundo son los “sabelotodo’ que, recogiendo de oídas conocimientos fragmentarios y superficiales, se las dan de “máxima autoridad en el mundo’, lo que testimonia simplemente su fatuidad. El conocimiento es problema de la ciencia y ésta no admite ni la menor presunción, lo que exige es ciertamente lo contrario: honestidad y modestia” (Sobre la práctica, julio de 1937). Y acotando luego que: “Quien no ha investigado no tiene derecho a opinar”. Aunque esta afirmación ha sido ridiculizada como “empirismo estrecho’, hasta la fecha no me arrepiento de haberla hecho, al contrario, sigo insistiendo en que sin haber investigado nadie puede tener derecho a opinar. Hay muchos que, “apenas descienden de su carroza” comienzan a vociferar, a lanzar opiniones, criticando esto y censurando aquello; pero, en los hechos de cada diez personas así, diez fracasan, porque sus comentarios o críticas, que no están fundamentados en una investigación minuciosa, no son más que charlatanería” (prefacio a las investigaciones rurales, 17/3/1941).

No compartimos las ideas del estadista chino referentes a esa suerte de censura, ni su concepto neopositivista de ciencia, pero no nos parecen incorrectos sus apreciaciones críticas acerca de los “sabelotodo”, la charlatanería y el disparate al que alude. Personajes y desaciertos que la gran mayoría de las personas padecemos casi a diario. Entre las cuales suelen encontrarse el nefasto “amigo que sabe” y el meterete. Individuos que padecen de una suerte de incontinencia verbal, que gustan repetir alegremente lo que otros han dicho sin el menor análisis (hablar por boca de ganso), y, lo que es peor, opinar o “aconsejar” en materias en que son neófitos.

Y así, guste o no, la generalidad de los argentinos “somos” -entre otras habilidades innatas- experimentados analistas políticos, geniales ministros de economía, eficaces directores de la selección nacional de fútbol, y, como si fuera poco, sagaces peritos en leyes, ingeniosos psicólogos silvestres y diestros en diversos etcéteras. No así, por caso, en física cuántica o química inorgánica. Porque para hablar de esas ciencias sí hay que “saber”. O limitarse a decir: “¡Ah! ¡Que interesante!” (o sea: “no entendí nada”). Una actitud más honesta que chacharear necedades. Conteste con la proverbial frase española “Zapatero, a tus zapatos”. Con la cual se critica la actitud de quienes pretenden opinar sobre materias que desconocen o no entienden o juzgar asuntos ajenos en los que no se es experto.

Ciertos charlatanes lo hacen por gusto (una manía) y otros, “para no ser menos” (complejo de inferioridad invertido), obrando algunos entrometidos bajo una suerte de complejo de “salvador”. Siendo asombroso “el daño que pueden causar las personas agradables” que quieren “ayudar”, anhelando -más bien-, conscientemente o no, su aprobación por los demás que prestar auxilio o cooperación (Albert Bernstein). Porque ayudar no significa decirle a otro “lo que tiene que hacer” (o inmiscuirse en quehaceres que no le competen), “sino darle una idea que pueda acercarlo a una solución posible” (Bernardo Stamateas).

Pero no nos preocupemos, pues esos vicios son universales. Un buen ejemplo lo ha dado el afrancesado búlgaro Tzvetan Teodorov (Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, 2008) cuyas ideas humanistas carecieron de aplicación práctica-, quién en su obra “Introducción a la literatura fantástica” (1970) cometió la osadía -un sarcasmo- de considerar al psicoanálisis como literatura fantástica (Carl Jung dijo que “uno tiene que preguntase muy a menudo cómo un hombre de alguna cultura científica puede llegar a ideas tan fantásticas” acerca del psicoanálisis). Olvidando (o ignorando) la evidencia empírica (y estadística) de la gente que debe su mejoría, su salud, su mejor calidad de vida y aún su vida al psicoanálisis. Un saber al parecer insoportable para quienes siempre tienen “algo” que decir. Quizá para no saber por qué padecen de esa verborragia pulsional.

Opinar

“Der Agitator”, de George Grosz.