Medicina preventiva
Medicina preventiva
Jorge Taverna Irigoyen
Nuestro país, hoy, adolece de una medicina preventiva. En ciertos aspectos -quizá en respuesta a influjos mediáticos políticamente rentables- se exagera con medidas populistas. En muchos otros, en cambio, se aguarda a que la enfermedad -determinado morbo, zoonosis o endemia- alcancen una peligrosa difusión, para que recién entonces se generen acciones de lucha y se propendan medidas profilácticas. En general, las políticas sanitarias que se implementan a nivel nacional y provincial, distan de ser las que aconseja puntualmente la OMS. Y no porque estén mal aplicadas (nuestros sanitaristas tienen una excelente formación), sino simplemente porque no se aplican o se lo hace tardíamente. Este sombrío panorama que no deviene del último gobierno, es tan patético que hasta numerosas estructuras que otrora fueran orgullo del país en el plano latinoamericano y aún internacional, han sido prácticamente desmanteladas y hoy cumplen sólo agónicas funciones. El Instituto Malbrán puede constituir un ejemplo al respecto.
Quien esto firma, trabajó en la provincia de Santa Fe durante veinticinco años en un programa sanitario, como director provincial de Lucha Antirrábica que, posteriormente, se transformó en Dirección de Zoonosis. Eran tiempos en que la medicina preventiva -tuberculosis, lepra, enfermedades de transmisión sexual, etcétera- ocupaban un capítulo fundamental y casi prioritario en las estructuras. No se hacían campañas, sino programas sanitarios. Y existía un aporte muy importante en la faz educativa a todo nivel, a través del Departamento de Educación para la Salud, de la provincia.
Épocas en que se conformaban equipos que salían a la calle y recorrían la provincia palmo a palmo, en los 365 municipios y comunas. Existía coordinación, y entonces, frente a cualquier brote o aparición de una enfermedad infecciosa, la profilaxis aplicada contribuía al mejor control y dominio de la misma.Otras regiones del país cumplían estas mismas metas, respondían a estos mismos objetivos.
La existencia de otra medicina (lo expresado corresponde a 30 ó 40 años atrás) no invalida de ninguna manera la aplicación de procedimientos y acciones sanitarias que pueden ser tan antiguas como el hombre mismo, pero que por algo existen. La epidemia de dengue nos mostró en un desconcierto patético. Años atrás, el cólera nos devolvió al medioevo. Y así cabría seguir con infecciosas como el Chagas (este año, en el centenario de su descripción, tenemos todavía el triste privilegio de un registro de más de dos millones y medio de argentinos infectados), el mal de los rastrojos, la hidatidosis, etcétera.
Con una masa profesional debidamente adiestrada y noblemente dispuesta a conformar avanzadas de lucha, no es comprensible que la Argentina posea en pleno siglo XXI índices en infectología que alarman y avergüenzan. La influenza A, hoy difundida a casi todo el mundo, comenzó en México, país que reconoce estadísticamente la morbimortalidad más pronunciada. Después le siguen los EE.UU., su país vecino. Y tercero somos nosotros, como una evidencia que algo funcionó muy mal. Una vez más. O no funcionó como debiera.
¿Ha llegado la hora de asumir decisiones que, tal vez, no están solamente en el marco político y sí en el de una sociedad mal cuidada, mal informada y, sobre todo, sin la protección que por su condición de ciudadanía, le corresponde?