Al margen de la crónica

El último referente de una época

Se enamoró de Vivien Leigh en “Un tranvía llamado deseo”, defendió a los trabajadores portuarios junto a Marlon Brando en “Nido de ratas”, participó en “La conquista del Oeste”, luchó en la Segunda Guerra Mundial y patrulló, ya veterano, “Las calles de San Francisco” junto a un todavía jovencito Michael Douglas. Todo eso y mucho más hizo Karl Malden: forjó una carrera formidable, que lo convirtió en uno de los engranajes esenciales del cine norteamericano durante las décadas del cincuenta y del sesenta. Y tuvo incluso una significativa proyección en los setenta y, en menor medida, en los ochenta.

Con su enorme nariz -que fue uno de los rasgos más sobresalientes de su rostro- y su bondadosa mirada (que podía muy bien tornarse furibunda, dada su capacidad para lograr matices) compuso personajes memorables a fuerza de muchísimo talento. Como aquel Harold “Mitch” Mitchell de “Un tranvía llamado deseo”, que lo hizo merecedor de un Oscar de la Academia por Mejor Actor de Reparto en 1951, el obstinado cura irlandés obsesionado con desentrañar la madeja de corrupción en los muelles neoyorquinos, o el implacable director de la prisión en “El hombre de Alcatraz”.

Tuvo una trayectoria impresionante: a lo largo de cuatro décadas, trabajó bajo las órdenes de directores de primera línea como Elia Kazan (quien lo eligió como uno de sus actores fetiches), Alfred Hitchcock, Richard Brooks, King Vidor, Otto Preminger, Henry Hathaway, y otros artífices esenciales de la historia del séptimo arte.

Días atrás este gran intérprete falleció, a los 97 años de edad. Hacía ya mucho tiempo

que estaba retirado de las cámaras, pero no por eso su partida deja de conmover. Es que con Karl Malden se fue uno de los últimos referentes de una época de esplendor. De una forma de comprender el arte cinematográfico, hoy ya desaparecida.