/// opinión
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Rogelio Alaniz
El lugar de la señora presidente es la Argentina, el país que la eligió para que conduzca su destino, el país que hoy padece una pandemia y el país que hace una semana se pronunció en las urnas con un veredicto muy crítico a su gestión y a la de su marido.
No hay ninguna retórica solidaria que justifique su ausencia del país y mucho menos la exposición -en cierto punto patética, en cierto punto ridícula- en las turbulencias caribeñas de un país cuya democracia es un mamarracho y cuya clase dirigente -Zelaya y Micheletti incluido- ha demostrado con sus torpezas y venalidades que no en vano Honduras es uno de los países más pobres y atrasados de América Latina.
El golpe de Estado, constitucional o no, ha sido condenado por la OEA, por las Naciones Unidas y por cada uno de los países de América Latina, incluida la Argentina. ¿Qué más hacía falta para demostrar vocación democrática? Seguramente la misma pregunta se hicieron Bachelet, Tabaré Vázquez, Lula, Calderón, es decir los principales jefes de Estado de América Latina. La respuesta de ellos fue clara y coherente: firmeza desde el punto de vista de los principios constitucionales y discreción desde el punto de vista de la exposición personal. Es lo que corresponde en estos casos. Sobre todo cuando el tema es confuso porque los valores a proteger son diversos y contradictorios.
Los Kirchner no pensaron igual. El mismo papelón protagonizado por Néstor Kirchner peregrinando extraviado por las selvas del trópico, buscando un rehén que no existía, lo reproduce ahora su esposa sobreactuando una solidaridad con el Estado de Derecho que para más de un observador es en realidad un acto solidario con la diplomacia de Hugo Chávez. El ridículo de la señora presidente nos involucra a los argentinos. Ese es el problema de fondo. No es la señora Cristina Fernández la que se expone en una aventura tropical y bananera, es la Argentina como nación civilizada la que se compromete indebidamente en un escenario confuso protagonizado por personajes infames.
El ABC de la diplomacia enseña que en las crisis los jefes de Estado deben actuar con prudencia, medir los pasos que dan y no exponerse innecesariamente. Esa verdad la practicaron al pie de la letra la mayoría de los mandatarios de América Latina, es decir, todos aquellos que exhiben con orgullo títulos democráticos y republicanos. Esa verdad es la que una vez más desconoció nuestra presidente.
Bolero caribeño
Cristina Fernández de Kirchner volvió esta mañana al país procedente de Washington y El Salvador, y al mediodía recibió al ministro de Salud, Juan Luis Manzur.
Foto: AFP