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“La democracia en 30 lecciones”

El gran ensayista italiano Giovanni Sartori se había ocupado en numerosas ocasiones de la democracia, en densos y voluminosos estudios. De manera que dudó mucho cuando la periodista de la RAI Lorenza Foschini le propuso dar breves lecciones sobre la democracia en televisión. El proyecto se cumplió con éxito y ahora se han compilado esos discursos en “La democracia en 30 lecciones” (Taurus).

Sartori empieza por definir a la democracia, terminológica, histórica y prácticamente. Subraya que, gobierno de la mayoría, “la democracia tiene que inspirarse en el principio de mayoría limitada o moderada. Si no, vivirá un día y empezará a morir al día siguiente”.

Luego se centra en una cuestión esencial: “¿Cómo hay que hacer para atribuir al pueblo, titular del derecho, el derecho-poder de ejercerlo?”. Insiste sobre la importancia de los ideales en la democracia (“¿Qué es un ideal? Obviamente, es una reacción a lo real”), como forma de constante progreso y perfeccionamiento. Insiste también sobre la importancia de la libertad de prensa y de opinión (“Un pueblo soberano que no tiene nada que decir de sí mismo, un pueblo sin opiniones propias, cuenta menos que el dos de copas. Por lo tanto, todo el edificio de la democracia se apoya en la opinión pública y en una opinión que surja del seno de los públicos que la expresan”).

A todas las nociones establecidas o no, siempre sensatas y loables, Sartori suma algunas pocas veces atendidas, por espinosas. Así, a propósito de lo políticamente correcto: “El ideologismo habitúa a la gente a no pensar; es el opio de la mente; pero es también una máquina de guerra concebida para agredir y “silenciar’ el pensamiento ajeno. Y con el crecimiento de la comunicación de masas también ha aumentado el bombardeo de los epítetos: una guerra de palabras entre “nombres nobles’, nombres apreciativos que el ideólogo se atribuye a sí mismo, y “nombres innobles’, descalificatorios y peyorativos, que el ideólogo endosa a sus adversarios. Lo malo es que para el ideólogo el epíteto exime del razonamiento y lo sustituye. La descalificación ideológica no necesita explicación ni motivación. El ideologismo concede certeza absoluta y, por tanto, no requiere de pruebas ni presupone una demostración. Las ideologías —y en grado sumo la ideología marxista— ya están muertas, pero de ellas ha sobrevivido lo “políticamente correcto’: una ideología sin metafísica ni filosofía que la respalde, que se reduce a ser una forma de matar el pensamiento sustituyéndolo con epítetos peyorativos”.

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