Llegan cartas

La fragilidad de la vida

Clary Miroznik German.

Señores directores: En medio de un mundo oscuro y peligroso, violento y destructivo, de pecadores y necios, somos simples comediantes, servidores de Dionisio, dios de la Tragedia. Son tiempos en que hay un eclipse de solidaridad y una etapa regresiva.

Los argentinos tienen una cultura social que admira al chanta, al transgresor, al canchero, al coimero, al piola. Hasta sostiene con ironía que es mejor ser una persona con suerte que una gran persona. El mundo de hoy atraviesa una crisis de confianza; nos está quitando el respeto, la salvación, el bienestar, la seguridad, la paz verdadera y nos acerca miedos, ingratitudes, emociones negativas. Si reflexionamos sobre la existencia, el absurdo y el grotesco son constantes y aun en nuestra política la justicia hoy tiene sabor a injusticia. En un mundo a mil, el hombre pasa de la curiosidad al escalofrío, encontrando en los museos sus grandes creaciones, pero también sus errores en pinturas de guerras y combates.

La Biblia en el Antiguo Testamento dice que el fin no justifica los medios. Nos debemos abrir a los planos más elevados del mundo interior; hay que tener la fuerza necesaria para poner armonía en la turbulencia. En otros tiempos Alberdi le confesaba a Sarmiento: “Creo que usted es el gaucho malo de la Literatura” y dice Sarmiento: “Usted amigo no sabe andar a caballo, confunde con sus modales y le faltan aspiraciones políticas”. El humor grotesco es un arma de doble filo, hace reír y clava un puñal.

La vida del hombre se debe transformar en una continua educación de sí mismo, el amor hace que el camino merezca la pena; hay algo de divino en el aprendizaje. Los tropiezos suelen ser estimulantes, hay seres que buscan la verdad para hacer el bien, para servir a esa verdad; un individuo responsable es alguien que siempre se está buscando a sí mismo. Transitar con calma también es un aprendizaje valioso, el costo de nadar contra la corriente puede ser intolerable.

A pesar de la fragilidad de la vida hay que bastarse a sí mismo. Para vivir en calma basta con poco, ese “poco” se llama libertad; en este siglo ya es incomprensible no comprender el mal, el dolor, el caos. El hombre contento contribuye a la dicha de los que lo rodean y los empuja también a realizar obras útiles.

El sueño de un mundo mejor se encuentra al menos temporalmente suspendido. Las personas deberían tolerarse más en lo temporal de la vida donde el hombre va perdiendo su corazón y voluntad y es posible que también su alma.