EDITORIAL

Oponerse a toda

carrera nuclear

El canciller israelí, Avigdor Libermann, no vaciló en calificar al régimen iraní como demencial y como un verdadero peligro para la humanidad. Puede que haya exagerado un poco, pero, conociendo los antecedentes del caso y las recientes declaraciones del señor Ahmadinejad, hay que admitir que las apreciaciones de Libermann no están muy lejos de la verdad.

Una bomba atómica en manos del régimen iraní sin duda que alarma a los judíos, quienes históricamente han aprendido a no tomar a la ligera las amenazas acerca de su extinción como pueblo. La respuesta que den ante esta amenaza es hoy motivo de preocupación para los observadores y las cancillerías de Occidente, pero, más allá de las decisiones que se tomen, está claro que el peligro que se cierne sobre Medio Oriente con un Irán propietario de una bomba atómica incluye la posibilidad de una aceleración de la carrera armamentística, ya que las otras naciones de la región no admitirán que sólo Irán tenga poderío nuclear.

Es más, las naciones árabes que no practican el credo chiíta seguramente ya están inquietas por el posible poderío nuclear del régimen de Irán. Las declaraciones de los jefes políticos de Siria, Jordania y Arabia Saudita así parecen confirmarlo. En Egipto, Mubarak sabe desde hace rato que su principal enemigo es el fundamentalismo musulmán.

Una carrera nuclear en la región es la peor noticia para la paz del mundo y el peor escenario para desarrollar la estrategia fundada en el diálogo, la multilateralidad y la coexistencia pacífica que ha programado Obama.

Ya en estos momentos existe una gran alarma por el desarrollo de los acontecimientos en Pakistán, donde existe la posibilidad -remota pero no muy lejana- de que los talibanes tomen el poder. Las últimas noticias al respecto no son tranquilizadoras para nadie.

Como se sabe, Pakistán es una potencia nuclear y la bomba atómica en manos de fanáticos no puede ser un motivo de tranquilidad para nadie.

Digamos que la situación del mundo se ha hecho más compleja y las señales que se observan en el horizonte no son alentadoras. La visita de Libermann a países de América Latina se inscribe en esta estrategia tendiente a ganar aliados en un escenario donde los conflictos regionales tienden a globalizarse.

Israel está preocupado por la ofensiva diplomática -y algo más que diplomática- de Irán sobre América Latina. Sus relaciones carnales con Chávez, sus contactos con líderes nacionalistas abren espacios para una penetración militar y cultural que sólo los ciegos pueden desconocer o subestimar.

Por último, es verdad que lo ideal para defender la causa de la paz hubiera sido que la persona que encabece la delegación de Israel fuera un político prestigiado y reconocido en el escenario mundial como Shimon Péres, por ejemplo. Lamentablemente, el canciller Libermann es una figura controvertida y muy cuestionada por representar a los halcones de Israel.