SOCIEDAD

“Les doy seis horas  de libertad semanales”

En noviembre de 2006, luego de siete meses de intenso trabajo, nueve internos se transformaron en actores y estrenaron “Bar Cacho”.

“Les doy seis horas de libertad semanales”

Desde 2006, Walter Alemandi dirige el taller de teatro de la cárcel de Las Flores. El proyecto, que busca humanizar la reclusión a través del arte, se inspiró en una iniciativa chilena. Nosotros profundizó en los sueños del grupo La Reja.TEXTOS. AGUSTINA MAI. FOTOS. MAURICIO GARÍN Y gentileza grupo la reja.

La primera vez que Walter pisó un penal fue en el 2005, cuando la Red Cultural Mercosur -que reúne elencos de teatro de Chile, Uruguay, Paraguay y Brasil- vino de gira a la cárcel de Las Flores. La particularidad de uno de estos grupos era que parte del elenco estaba conformado por ex presidiarios; su directora, Jacqueline Romeu, se había especializado en clases de teatro para presos. De allí la idea de improvisar un escenario en la cárcel de nuestra ciudad. “Nunca había entrado a una cárcel. Fuimos con los chilenos a hacer la obra al penal y se produjo un momento mágico dentro de la capilla. Cuando terminó la obra, que fue muy fuerte, se armó un debate muy interesante porque tres de los actores eran ex presidiarios. Los internos del penal se me acercaron y me dijeron de hacer un taller de teatro”, cuenta Walter Alemandi, actor, director y al frente del teatro La Abadía.

“Yo nunca había hecho algo así, pero me sentí comprometido. Cuando me lo pidieron, les dije ‘voy a hacer lo posible’ y ellos me respondieron ‘todos nos dicen lo mismo y después no hacen nada porque nosotros no podemos salir’. Es así: todos prometen cosas y cuando salís de ahí, te olvidás. ¿Quién te va a exigir algo? Esa respuesta me hizo sentir comprometido y evidentemente estaba en un momento de mi vida que me interesó hacerlo”, confiesa.

A partir de ese pedido, Walter armó el proyecto “Teatro humano”, con el objetivo de “humanizar la vida cotidiana de los internos”. Se reunió con el director del penal, conversaron, planteó su idea y, después de “pasar por mucha burocracia”, empezó a dar clases en la cárcel.

UN ESPACIO DE LIBERTAD

El 2006 comenzó con una novedad para Las Flores: los interesados en hacer teatro podían anotarse en una lista. Fueron seleccionados 14 y así empezaron los primeros encuentros con “el maestro”, como lo llaman -cariñosa y respetuosamente- los presidiarios. “Nunca habían hecho teatro y yo tampoco tenía demasiada idea de qué se trataba esto de hacer teatro en la cárcel. Se produjo un encuentro muy lindo, hablamos mucho y después empezamos a improvisar”, recuerda Alemandi.

En ese primer encuentro hubo una pregunta disparadora: “¿Por qué quieren hacer teatro?”. Walter tomó nota de las respuestas de sus alumnos. Esos deseos pasaron a convertirse “en una carta fundadora del grupo”. Algunas de las motivaciones fueron “expresar algo”, “volver a empezar”, “sentirse útil”, “disponibilidad para compartir”, “salir del pabellón”, “demostrar a los de afuera que somos personas”, “revivir los valores apagados”, “hacer saber que uno vive y es capaz”.

Así nació el grupo La Reja, cuyo nombre surgió de una votación en la que participaron psicólogos, terapistas, otros internos y los integrantes del taller.

DEL DRAMA AL HUMOR

Walter recuerda que los primeros encuentros fueron un poco a tientas. Ni él ni ellos sabían bien cómo iba a ser la dinámica. Los primeros ejercicios fueron improvisaciones, en las que “había mucha catarsis”.

“Cualquier consigna que tirara como disparador, salía el penal, el celador, la denuncia, la violencia, la cosa fuerte. Después de dos meses y muchas horas de estar juntos, se planteó un ejercicio con una violencia tan excesiva y prolongada que me empecé a reir y ellos también. Es que los extremos siempre se tocan: fue tan excesivo el drama que apareció el humor. A partir de ahí empezó a aparecer el humor en muchos ejercicios”, explica el docente.

CREAR UNA OBRA

Una vez que “pudieron sacar lo que tenían dentro” y empezaron a reirse, se pusieron a trabajar sobre la posibilidad de una puesta en escena. Walter tomaba nota de las ideas que tiraban sus alumnos y le pareció que “el bar era una lugar interesante”. Ése fue el germen de “Bar Cacho”, la primera obra realizada por presidiarios.

“Se trata de un bar de buscavidas, donde se encuentra gente de toda calaña: un abogado trucho, un vendedor de baratijas, el dueño del bar -un ex combatiente de Malvinas que alquilaba el sótano para eventos extraños-, su sobrino ‘El Tucu’, un representante de cantantes y actores... eran todos bastante truchos, siempre al salto para enganchar algún negocio, pero todos personajes muy queribles”.

Como director, Walter se planteó la necesidad de que “ese bar tuviera conexión con el exterior”. Por eso está frente a la terminal -lugar de partida, llegada y tránsito-, cuenta con una gran ventana que da a la vereda -por la que los actores pueden ver la gente pasar- y tiene varios medios de comunicación al alcance de la mano: televisión, radio, diarios, revistas y teléfonos. “Ellos se instalaron en ese bar y se lo creyeron absolutamente; creyeron que estaban en un bar. Nos reímos muchísimo con esta obra y fue un grupo hermoso”, sostiene orgulloso.

ACTUAR ADENTRO Y AFUERA

“Bar Cacho” fue estrenada en el penal de Las Flores y al año siguiente comenzaron una gira por cárceles de la provincia. “Lo emotivo fue que ellos no sólo se hicieron actores, sino que fueron reconocidos por sus compañeros. Se sintieron queridos y envidiados... muchos de ellos lograron otro perfil frente a las autoridades. Eso me empujó a seguir”, explica el director.

Pero las expectativas de los actores-internos no terminaron ahí. Muchos de ellos tenían condenas que ya estaban por cumplirse y salieron en libertad. “El sueño de ellos era hacer ‘Bar Cacho’ afuera. En septiembre del 2008 hicimos una función en la Abadía con la sala llena. Se cumplió el sueño y fue el cierre de este grupo”, recuerda.

VOLVER A EMPEZAR

Fue tal la repercusión que tuvo este primer grupo de teatro que cuando al año siguiente se abrió la convocatoria para el taller, “hubo un aluvión de gente”. Así se armó un segundo grupo, en el que la mayoría no supera los 30 años y tiene condenas bastante largas.

Alemandi implementó otra forma de trabajo: llevó libros. Los reclusos fueron eligiendo los que les gustaban y había dos temas que eran recurrentes en todas las charlas: el fútbol y las mujeres.

“¿Por qué no hacemos una obra que hable de fútbol y minas?”, les sugirió Walter. Sus alumnos quedaron fascinados con la idea y empezaron a leer relatos sobre estos temas: desde Fontanarrosa, pasando por Saavedra y Cherep hasta Benedetti.

Así nació “Sportivo Libertad”, un encuentro de amigotes que hablan de fútbol. “Al no tener actrices, la mujer aparece en el deseo o en la pérdida. Uno se casó con la que había sido el amor del otro, un amigo es separado, está el que se pelea con la ex mujer por teléfono, otro está casado hace 30 años con la Porota. Cada uno aparece con su deseo de mujer”, detalla el director y continúa: “El fútbol lo pongo en el centro. Sportivo Libertad es el club de un pueblo que se llama Villa Esperanza y hace más de 40 años que no sale campeón. Se generan idas y vueltas, hay cruces, se lesiona el goleador, el presidente del club es candidato a intendente del pueblo... se mezcla todo”.

VIVIR CADA DÍA

El trabajo de Walter y del grupo crece día a día. Ahora están armando una salita de teatro en el penal para las funciones que hacen para los otros internos y para quienes quieran ir a verlos.

“Me pregunto qué es lo que motiva a un tipo que sabe que va a estar 20 años ahí dentro. Ellos dicen que se trata de vivir cada día. ‘El jueves sabemos que viene el maestro y que durante tres horas nos olvidamos de que estamos presos y la pasamos bien’. Les doy seis horas de libertad semanales y me las doy a mí mismo. Yo disfruto mucho lo que hago y se los digo: ‘El día que deje de disfrutar de venir a tomar un mate con ustedes, comernos una torta con chicharrón y cagarnos un rato de risa, no vengo más’”, concluye “el maestro”.

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El grupo pudo cumplir el sueño de presentar “Bar Cacho” fuera del penal, en el Teatro La Abadía, en setiembre de 2008.

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“Antes de esta experiencia, yo no tenía demasiada idea de qué era hacer teatro en la cárcel”, confiesa Walter Alemandi.

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más info

PROYECTO

Los integrantes de La Reja propusieron invitar un martes al mes a “gente de afuera” -un futbolista, un mago, un periodista- “a tomar un mate o un café, comer facturas y charlar sobre distintos temas”.

CONTACTO

Momentáneamente las funciones de “Sportivo Libertad” fueron suspendidas para evitar la propagación de la gripe A, pero posiblemente se retomen durante agosto. Los interesados en asistir, pueden comunicarse con Julio Monzón (154-405298) o Walter Alemandi (154-483448) para hacer las reservas. Asimismo hay funciones previstas en las cárceles de Mujeres de Rosario, la de Pinero -de máxima seguridad-, de Santa Felicia -cerca de Vera- y de Entre Ríos.

COLABORACIÓN

Alemandi expresó su agradecimiento a las autoridades del Servicio Penitenciario y muy especialmente a las autoridades de Las Flores -al director Walter Streu y al coordinador de actividades Julio Monzón- por las facilidades y el apoyo para trabajar.

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Compartir, expresar y sentirse útil motivaron a los internos a formar parte del taller.

UNA MIRADA DE ADENTRO DESDE AFUERA

Walter confiesa que cuando empezó a dar clases en la cárcel, “no salía bien”. “Algo me hacía mal, pero no eran ellos porque se desvivían por atenderme por temor de que no volviese más”, recuerda.

Un día logró descifrar qué era lo que le provocaba esa sensación que lo acompañaba un largo rato cada vez que dejaba el penal: la mirada. “El preso mira de otra manera, la fuerza de su mirada es increíble. La gente no mira; el preso sí. Ahora me parece común, pero yo también aprendí a mirar distinto. Y el preso habla despacio, que para teatro es terrible. ‘¡No sean maricones! ¡Hablen fuerte, griten!’, les decía. Después entendí. ‘Maestro, no hablo fuerte porque acá las paredes escuchan’, me dijo un interno. Fue una de las tantas cosas que me enseñaron. Recién ahora estoy captando algunos movimientos que para nosotros, los de afuera, no tienen significado; pero hay un código de miradas y movimientos que sólo ellos entienden”, relata el docente.

Más allá de su arte, Walter se permite reflexionar sobre el sistema carcelario: “De los que salieron del primer grupo, sólo uno volvió a caer. El resto la está re peleando y se cagan de hambre porque hay gente que sale con cincuenta y pico de años. Si no conseguís laburo a esa edad con una excelente conducta durante toda tu vida, ¿te imaginás un tipo con antecedentes? El sistema es bastante perverso: te largan sin un mango y está todo preparado para que vuelvas a caer, es como un embudo del que es muy difícil salir”.