La riqueza y características en

los pelajes del caballo criollo

De la Redacción de El Litoral

Fernando Romero Carranza (Buenos Aires, 1935) es un profundo conocedor de nuestros caballos criollos. Lo prueban sus precisos retratos de estos animales, en los que atiende y destaca hasta los últimos detalles. Ahora suma a su creatividad una “Guía de pelajes del caballo criollo”, que se suma con autoridad a otro texto clásico del tema, “Pelajes criollos”, de Emilio Solanet, ambos libros publicados por Letemendia.

En su guía, Carranza presenta una clara descripción (literaria y gráfica) de las variantes cromáticas del pelaje del caballo criollo argentino. El volumen se abre estudiando históricamente a este animal “español nacido en tierras americanas” (definiéndose así al término “criollo”, diferenciándolo de lo indígena o autóctono). La génesis de la raza equina en nuestras tierras “es uno de los ejemplos más notables de adaptación al medio ambiente ya que, proviniendo de otro origen, superó ampliamente las dificultades de su nueva vida y las dominó finalmente”.

Carranza señala el error de atribuir el origen del caballo español (que a su vez sería ancestro del caballo criollo) al equino de la Península Arábiga, basándose en la conquista árabe de España. “El error surge de confundir a los árabes con los moros o con los bereberes del norte de África, que fueron quienes invadieron y conquistaron la Península Ibérica y que, aunque eran musulmanes, no eran ni ellos ni sus caballos precisamente “árabes’ ni asiáticos, sino sencillamente africanos”.

Carranza nos recuerda que el caballo, como especie zoológica, es originario de América, pero que a la llegada de Colón a nuestro continente ya no había caballos en él. Colón los introdujo en su segundo viaje, en 1493. Desde Santo Domingo, los animales pasaron a la isla de Jamaica, y en 1511 Diego de Velázquez los llevó a Cuba, donde se expandió la cría en escala americana.

“La génesis del caballo criollo de las llanuras del Plata se atribuye a la introducción que hizo en 1535 el adelantado Don Pedro de Mendoza en la primera Fundación de Buenos Aires, por ser también la primera aparición del caballo español en tierras de praderas inmensas, sin límites ni horizontes alcanzables, hábitat extraordinario para la adaptación de este animal que había consolidado su morfología y sus aptitudes y condiciones en España y que aquí las perfeccionó al máximo”.

En sendos capítulos se estudia la reproducción de los caballos salvajes (cimarrones o baguales), el gaucho como jinete de excelencia, la adopción del caballo por parte de los indios, el eclipse y la recuperación del caballo criollo, algunas marcas de yeguas criollas registradas, la acción de la Sociedad Rural Argentina y de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos y los logros durante 80 años de estricta selección.

De su estirpe española el caballo criollo habría heredado y mantenido una de sus características esenciales y únicas: la gran diversidad de sus pelajes, que es lo que especialmente se detiene en analizar Carranza. Por pelaje se entiende la variedad de colorido que presentan los pelos del caballo. La definición del pelaje tiene en cuenta las capas o coloridos básicos del cuerpo -gateado, zaino, colorado, etc.- como guía diferencial, adjuntándose luego las variantes o los detalles que complementan o adornan esa capa básica -overos, manchados, calzados, etc.-.

“Todas las posibilidades cromáticas de la paleta del artista plástico pueden entonces encontrarse en el pelaje del caballo criollo, partiendo del blanco casi puro hasta llegar al negro absoluto, sin encontrar nunca el verde, que es sólo patrimonio de las aves, los reptiles y otras especies animales menores. Sí se incluye la tonalidad azul en el pelaje, que aunque no es la resultante de la aparición de pelos de ese color en el caballo, es consecuencia del reflejo del cielo sobre ciertas capas de conjunciones de pelos blancos y negros o manchas en el cuero bajo el pelo. De esta manera se crean efectos celestes como en el pelaje “azulejo’ o violáceos como el “azulejo overo’ o en el “entrepelado’ ”.

Carranza describe e ilustra, sin afán de agotarlas, la mayor parte de las denominaciones pampeanas y mesopotámicas de pelajes: el pelaje blanco (palomo, plateado, porcelano, porcelano rosado, sabino, mosqueado, albino, tordillo, tordillo azafranado, tordillo negro, tordillo rodado y tordillo overo); el pelaje bayo (bayo blanco, amarillo, huevo de pato, ruano, anaranjado o naranjo, cabos negros, encerado, cebruno o cervuno, rosillo, rodado y overo), continuando de la misma manera con las distintas variaciones de los pelajes gateado, lobuno, alazán, colorado, zaino y rosillos y moros (mezcla de pelos blancos).

Finalmente, Carranza describe e ilustra la aparición de manchas blancas sobre la capa básica (overos, tobianos y manchados), las otras denominaciones debidas a manchas blancas en el cuerpo, en la frente, cara, hocico, calzaduras y los detalles oscuros o negros sobre el cuerpo o extremidades.

Respecto de la importancia de estas denominaciones, en las que el gaucho, tan parco en su conversación, ha sido extremadamente preciso y generoso para encontrarle términos a las características cromáticas del caballo criollo, basta recordar una anécdota referida a la traducción de un texto de Jorge Luis Borges. En él se habla de que “llegó en el oscuro”. El traductor de ese texto al alemán escribió: “Llegó en la noche”.

La riqueza y características en los pelajes del caballo criollo

Dibujo de F. Romero Carranza.

3.jpg

Variaciones de pelaje colorado: doradillo, malacara y overo colorado. Dibujos de F. Romero Carranza.