El Cabildo abierto del 14 de agosto de 1806

Rogelio Alaniz

Las efemérides escolares ilustran con sus pinceles algunas fechas. No está mal que así lo hagan. El Billiken fue un excelente divulgador de fechas y batallas. El emprendimiento editorial estaba orientado a niños de seis a doce años. Fue eficaz y necesario y no es responsabilidad de sus editores que, luego, personas de treinta o cuarenta años siguieran pensando la historia con los parámetros de esa publicación.

El 12 de agosto, por ejemplo, los fastos escolares recuerdan un aniversario de la denominada “Reconquista de Buenos Aires”. Las imágenes registran el momento en que el general inglés Beresford se rinde ante Liniers. Los historiadores coinciden en que se trata de un momento clave de la política en una ciudad que no superaba los cuarenta mil habitantes. Es posible.

Más interesante son las especulaciones de políticos e historiadores planteando que después de todo no hubiera sido ruinoso para nuestro destino nacional si los ingleses efectivamente hubieran incorporado, no a la Argentina, porque para 1806 la Argentina no existía, sino a esta región conocida como virreinato del Río de la Plata a sus dominios.

Por supuesto que los nacionalistas de todo pelaje rechazan indignados esta insinuación. Para ellos, resultaba más cómodo, más deseable y, sobre todo, más rentable ser un súbdito de España -y, muy en particular de la España feudal, inquisitorial y absolutista-, que abrirnos a una alternativa moderna y liberal representada en aquellos años por Gran Bretaña. El proyecto, entonces, no era descabellado. Miranda lo alentaba. En Buenos Aires, todo el grupo carlotista, cuyos principales integrantes se sumarán a la Primera Junta, pensaban más o menos lo mismo.

Escribir sobre lo que no ocurrió en historia se denomina ucronía, también historia contrafáctica. Es un buen ejercicio intelectual, una buena manera de pensar la política. Imaginar qué hubiera pasado si los ingleses en lugar de ser rechazados se hubieran quedado, pone en discusión temas interesantes, temas que incluyen a la política, la economía, la religión y las bases y fundamentos de una cultura nacional.

No, no era un sueño descabellado buscar el acuerdo con el Reino Unido, y a veces algo más que el acuerdo. Después de todo, a Australia, Canadá y Nueva Zelanda, por no mencionar lo más evidente -Estados Unidos-, mal no les fue con el colonialismo inglés. Los súbditos de España no pueden jactarse de lo mismo, más allá de los lamentos y requiebros nacionalistas de capa y espada que, al decir de otro historiador, fundan la escuela revisionista como una coartada para legitimar su nostalgia por los tiempos coloniales e hispánicos. A un revisionista habría que pensarlo como un anciano español que nunca se resignó a aceptar que hubo fechas como el 25 de Mayo y el 9 de Julio que fueron irreversibles.

Volvamos a los hechos y dejemos de soñar sobre lo que no fue. El 12 de agosto de 1806 los ingleses se rinden. Hay festejos. Liniers es llevado en andas por la gente constituyéndose así en el primer caudillo popular de Buenos Aires. Sobre ese acontecimiento es mucho lo que se ha escrito y no está mal que así se haga. Lo que a mí me importa destacar en este caso es otra fecha, sobre la cual algo se ha hablado pero que para el ciudadano común carece de relevancia o no tiene la importancia que se merece. Me refiero al 14 de agosto de 1806, el día que se celebró en Buenos Aires el primer Cabildo abierto de nuestra historia.

Conviene detenerse en este acontecimiento. Para que se haya convocado a un Cabildo abierto es porque el clima político estaba espeso y los niveles de exigencia eran cada vez más altos. Buenos Aires dejaba de ser la aldea dormida para transformarse en un ámbito de debates, movilizaciones y exposición de ideas. La correspondencia de la época es ilustrativa. Se habla de una ciudad donde se discute en los bares y en las esquinas, en las tertulias y en la plaza. Las cartas hablan de preocupación por este clima. Ellos no lo dicen porque no tenían manera de saberlo, pero en realidad de lo que estaban hablando era de la opinión pública, es decir, de gente que opinaba sobre las cuestiones públicas. No es un detalle. En Buenos Aires había nacido el ciudadano y agonizaba el súbdito.

El Cabildo abierto se convocaba para decidir lo que se iba a hacer porque la segunda invasión inglesa era inminente. Dos decisiones se tomaron en esa reunión que fueron trascendentes y que, para más de un historiador, no sólo anticiparon las jornadas de Mayo, pusieron de manifiesto la revolución que se iniciaba con esas decisiones.

En aquel Cabildo abierto se dice que participaron noventa y seis personas. No eran pocas. Las crónicas aseguran que en la plaza la gente seguía con atención los hechos. Dos decisiones se tomaron en esa jornada: quitarle el poder militar al virrey Sobremonte y convocar a la organización de las milicias populares. La pregunta a hacerse por lo tanto es obvia, o casi obvia: ¿de qué colonia o de qué régimen colonial se puede hablar luego de tomar semejantes decisiones? No es una mala pregunta. Sobre todo si se coincide en que el oficio de un historiador más que dar dudosas respuestas consiste en hacer peligrosas preguntas.

Si en agosto de 1806 a Sobremonte lo despojaron del poder militar, el 10 de febrero de 1807 lo iban a despojar del poder político. No sólo se lo depondría, en su lugar instalarían un virrey que ya no sería impuesto por España sino por el Cabildo. Hay que prestar atención al detalle: su fuente de legitimidad no era la Corona sino una institución comunal.

Ese virrey se llamaba Santiago de Liniers, el mismo que cuatro años después sería fusilado por la revolución que él había contribuido a desatar. Sigamos. Para febrero de 1807, se estima que alrededor de ocho mil milicianos estaban organizados en diez batallones, cinco de criollos y cinco de españoles. Esas milicias populares contaban con mayoría numérica criolla. Sin esas milicias, sin esos regimientos de patricios, pardos y morenos, y arribeños, hubiera sido impensable la jornada del 25 de Mayo de 1810.

Cuando ocurren este tipo de hechos es importante saber qué opinan los perjudicados. Una carta de Sobremonte a un funcionario español amigo es muy representativa del humor del viejo funcionariado español respecto de ese Cabildo abierto . “El abogado Joaquín Campana y dos o tres mozuelos despreciables fueron los que tomaron la voz y con una furia escandalosa intentaron probar que el pueblo tenía autoridad para elegir quién le mandase a pretexto de asegurar su defensa”. A esta carta Sobremonte la escribió el 27 de octubre de 1806. Estaba indignado y furioso. Como todos los funcionarios depuestos por una revolución, no entendía por qué le habían quitado el poder.

A efectos de disponer de una mirada más amplia de los acontecimientos, digamos que la crisis revolucionaria se inició en el Río de la Plata con la llegada de los navíos a nuestras costas. El 14 de abril de 1806 salió de El Cabo la flota inglesa y el 14 de agosto se celebró el Cabildo abierto. Cuatro meses necesitó el proceso revolucionario para expresarse con toda su fuerza quebrando más de dos siglos de siesta colonial.

Las invasiones inglesas eran inevitables. Su existencia se explica a partir de los conflictos que afectaban a España, Francia y Gran Bretaña. En verdad, las guerras napoleónicas y el control del Reino Unido sobre los mares, crearon el contexto en el que habría de ocurrir el desenlace en el Río de la Plata.

El Cabildo abierto del 14 de agosto es entonces el antecedente inmediato del Cabildo del 22 de mayo de 1810. De aquél surgieron las instituciones que harían posible la revolución de Mayo. A los ingleses, entonces, les debemos nuestra emancipación política, aunque más no sea como una consecuencia no querida por ellos mismos. El segundo acto de agradecimiento se lo debemos a Napoleón, ese hombre extraordinario que en condiciones extraordinarias desparramó por toda Europa y América los ideales de la Revolución Francesa y puso de rodillas a las monarquías absolutas.

El Cabildo abierto del 14 de agosto de 1806

Virrey Sobremonte