etcétera. toco y me voy

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¿Se fueron las visitas?

Esto puede funcionar como una suerte de derecho a réplica si no fuera porque ellos, el Cejas ese y el Dlugozsewski -¿tú también, hijo mío? hicieron la réplica la semana pasada, al osar escribir el Toco y me voy. Cometieron varios delitos, empezando por la asociación ilícita.TEXTO. NÉSTOR FENOGLIO. DIBUJO. LUCAS CEJAS Y LUIS DLUGOSZEWSKI.

La semana pasada, dos “ocupas” se instalaron en mi quinta y no es nada que dibujaron a su antojo, su especialidad al fin y al cabo, sino que encima escribieron por mí el Toco y me voy, con lo cual demostraron dos cosas: que el artículo se puede entregar a tiempo y verse igualmente muy bien; y, dos, imprescindible no hay nadie. Literalmente, cualquiera puede escribir.

A los dos dibujantes les cabe, prima facie (no sé si tienen primas pero deberían tener, todos tenemos tías en Paiva y primas iniciáticas) el delito de asociación ilícita, pues se juntaron, planificaron acciones, inhibieron cualquier oposición, buscaron los medios para llevarlas a cabo y finalmente lo hicieron: ellos escribieron y dibujaron el Toco y me voy la semana pasada, demostrando además que indispensable no hay nadie, carajo.

Mientras hago un curso acelerado de dibujo y caricatura (que no dictarán ellos) que encontré en internet, donde hay cursos para todo y todos, ya les digo también que han ocupado espacio aéreo ajeno, usurparon derechos de autor, aunque se trate en este caso de un autor torcido, hay lucro y locro cesante (no puedo reclamar pago alguno la semana pasada, porque no trabajé), además de cierta capciosa línea interpretativa mediante la cual se sugiere que soy un vago, que trabaja sólo de a ratos y el resto del tiempo se la pasa morfando o haciendo sebo. Calumnias e injurias, entonces, también.

Por otra parte hay gente que ya denunció que no se trataba de un verdadero Toco y me voy: fue entregado ¡el lunes! cuando este servidor lo entrega el jueves mismo sobre el recontramismísimo cierre y un poquito más también, porque creo en esa máxima sagrada para mí que dice que no hay que hacer hoy lo que se puede hacer mañana.

Tampoco es un toco y me voy porque su advenedizo y ocasional autor, creo (no quiero nombrarlo para no darle entidad ni reconocimiento alguno a esa persona), no lo escribió de una, sino progresivamente, madurándolo. Y lo que es peor e imperdonable para alguien para quien los renglones -los renglones son tiempo- son sagrados: escribió de más y debió luego cortar su libelo.

Tampoco el dibujo es enteramente de mi ex amigo Dlugo, porque la caricatura de la cara pertenece a Cejas y el resto al traidor que le abrió la puerta de la casa, lo cual es semi plena prueba de la conspiración previa, no espontánea ni atribuible a emoción violenta alguna. No señor: aquí hubo premeditación y alevosía también: yo no estoy ni tan gordo ni tan viejo. ¿o sí? ¡¡¡¡Ahhhhhhh!!!!

Más tranquilo, puedo entrever alguna suerte de negocio en esto de alquilar o subalquilar el espacio en el que habito desde el nacimiento mismo de la revista Nosotros hace ya quince años por lo menos. Bien puedo cobrar unos manguitos extras sin laburar, algo así como un director técnico corrupto que percibe un porcentaje del jugador que incluye en la cancha, porque si no, no juega.

Así, contracarga de la prueba, se demuestran varias cosas: que el fenoglio ese es un versero reemplazable como todo el mundo, una idea muy sana; que el artículo se puede entregar bien y a tiempo, que no hay ningún divo con plumas a las vueltas, y que la especialización es sólo cosa de insectos: estamos llenos de renacentistas capaces de escribir, dibujar, sacar fotos, pintar, cocinar, hacer malabarismos y todo aquello que demuestre una flexibilidad necesaria para los tiempos que corren, discurren y sobre todo se estrolan entre sí, los tiempos.

Y nos vamos, carajo. No dejo de sentir cierta cosa de violación y de utilización indebida del espacio propio, como si se tratara de dos amigos o parientes que uno invitó y que se quedan más de la cuenta, te sacuden la heladera (y ni quiero averiguar qué otra cosa) y te usan todo. Me demoro más de la cuenta, miro y remiro, toco (y no me voy tan rápido) para ver si las cosas están en su sitio, miro las letras y los temas habituales para sopesar que tan inverecundamente tocados fueron y no termino de estar a gusto aquí, porque “han echado basura en mi verde jardín”.

Siento hasta un principio de ahogo, de asfixia, una sensación rara y me dan ganas de huir, de no escribir, de salir a campo traviesa (hay gente que sale con una traviesa al campo) a beber los vientos (con tal de chupar gratis...). Y se me da por entregar tarde y mal el toco y me voy, justo sobre la hora, cuando aparecen carteles ominosos que certifican que estamos al horno. Y a los dos dibujantes, ahora en serio: muchas gracias, guachos. Vengan cuando quieran.

No dejo de sentir cierta cosa de utilización indebida del espacio propio, como si se tratara de dos amigos que uno invitó y que se quedan más de la cuenta, te sacuden la heladera y te usan todo.