Ahora se revelan al público

Los secretos del búnker de Churchill

El legendario premier británico, que gobernó su país durante la II Guerra Mundial, dirigió las acciones a salvo en un refugio subterráneo ubicado en pleno centro de Londres. Ahora, setenta años después del comienzo de la contienda, se abre al público.

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Winston Churchill, junto a uno de sus colaboradores, en el escritorio que ocupaba en su refugio subterráneo del centro de Londres. El búnker era lo suficientemente amplio como para alojar a las más de 500 personas que trabajaban allí.

Foto: Agencia EFE

Pedro Elonso

Agencia EFE

Ante la amenaza de las bombas nazis en la II Guerra Mundial, Winston Churchill dirigió el Reino Unido desde un búnker en Londres que cobijó muchos secretos, algunos de los cuales ven ahora la luz, 64 años después del fin del conflicto.

El refugio subterráneo, construido bajo el Ministerio de Hacienda en pleno centro de la capital británica, entró en funcionamiento hace siete décadas, el 27 de agosto de 1939, sólo cinco días antes de que la Alemania de Adolf Hitler invadiera Polonia.

Con motivo del septuagésimo aniversario del estallido de la contienda (1939-1945), una exposición organizada en el búnker revela la atmósfera que se respiraba en aquel subsuelo mientras el país soportaba -en palabras del propio Churchill- su “hora más negra”.

Gracias al refugio, conocido en inglés como “Cabinet War Rooms” (Gabinete de Guerra), el carismático primer ministro conservador pudo ejercer la labor de gobierno durante el llamado “Blitz”, el bombardeo sostenido que padeció el Reino Unido por la implacable Luftwaffe (fuerza aérea germana) entre 1940 y 1941.

Aunque la “guarida” de Churchill ocupó 12.000 metros cuadrados de pasillos laberínticos capaces de albergar a 528 personas, la sección abierta al público no es más que una porción del refugio original.

Con todo, varios habitáculos siguen casi igual que antaño, como la Sala de Mapas, en cuyas paredes cuelgan todavía los planos con las marcas del curso de la guerra y en cuyas mesas reposan aún los teléfonos desde los que se hicieron y recibieron llamadas cruciales.

El aparato de comunicación radiofónica que daba conexión directa a Churchill con el presidente Franklin Delano Roosevelt en la Casa Blanca también continúa en el búnker, en silencio por el desuso pero tan ruidosamente evocador de las urgencias de la época.

La exposición

En ese rompecabezas de recuerdos históricos, la exposición, que se titula “Secreto: La vida en el búnker de Churchill” y puede visitarse hasta el 27 de agosto de 2010, encaja de maravilla. La muestra recoge objetos de la vida cotidiana en el refugio (pases de seguridad, telegramas, señalizaciones de puertas, máscaras de gas y hasta un inodoro), así como cartas del personal del búnker y textos de discursos con los que Churchill levantó la moral nacional.

Uno de los artículos más curiosos es una misiva del alto funcionario Patrick Duff remitida en septiembre de 1940 a Edward Bridges, secretario del Gabinete, que revela el enfado de Churchill al descubrir la precariedad del búnker para resistir un ataque nazi.

“El primer ministro -mecanografió Duff- dijo que le habían engañado al hacerle pensar que este lugar realmente era un refugio a prueba de bombas, cuando no se parece en lo más remoto”.

Según la correspondencia, el jefe del Gobierno se quejó de que Duff “le había vendido la moto” al “hacerle pensar que este sitio es un verdadero refugio a prueba de bombas”.

La verdad es que el búnker de Churchill, edificado a poco más de tres metros de profundidad y reforzado con una capa de tres metros de hormigón, difería bastante del que protegía a Hitler en Berlín, excavado a diez metros bajo el suelo.

De cualquier manera y pese a que una bomba enemiga abrió un cráter cerca del refugio en una ocasión, no existen pruebas de que los nazis supieran del escondrijo del primer ministro.

Si bien el enemigo acechaba en la superficie, el “premier“ británico también corrió allí dentro ciertos riesgos, como los que provocaba la vena salvaje de Smokey, el gatito persa al que dejaba dormir en su cama.

Según el testimonio de una secretaria desvelado en la muestra, la paciencia de Churchill con Smokey se agotó un día durante una charla telefónica con Alan Brooke, jefe del Ejército, que el minino aprovechó para asestarle un buen mordisco en el dedo gordo del pie.

El líder conservador le espetó al gato un “¡Retírate, idiota!” que, al parecer, causó gran consternación al otro lado de la línea.

Churchill, considerado en este país un héroe a la altura del almirante Horacio Nelson, protagoniza la exposición de cabo a rabo, pero a veces merece la pena zambullirse en los relatos del personal que trabajó a su lado, para comprender el ambiente del búnker.

El oficinista Ray Smith, por ejemplo, habla de la pesadilla de dormir en aquel refugio, un sitio “no propicio para una buena noche de sueño”, pues casi no corría el aire y resultaba “claustrofóbico”.

No cabe duda de que el “Cabinet War Rooms” marcó la vida de ciudadanos corrientes que vivieron allí hechos extraordinarios, como la mecanógrafa Myra Cooper: “Nosotros -cuenta- odiábamos la guerra. Todos la odiábamos, pero nos hizo crecer. Fue nuestra universidad”.

Tras rendirse Japón en 1945, el búnker cerró hasta 1984, cuando la entonces primera ministra Margaret Thatcher aprobó su apertura al público, subrayando que “sin la total dedicación de las personas que trabajaron aquí, la libertad propiamente dicha habría muerto”.

 

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Un grupo de militares británicos trabaja en la sala de mapas del búnker, en 1939. Setenta años después, el recinto no ha tenido casi cambios.

Foto: Agencia EFE

El personaje

Nacido en 1874, descendiente del séptimo duque de Marlborough e hijo de una americana descendiente de un acaudalado emprendedor llamada Jennie Jerome y de Randolph Churchill, destacado político conservador, tras ser internado en Ascot por su padre y estudiar luego en Harrow, Winston Churchill se alistó en el ejército británico. Combatió en la India, en Sudán y en Sudáfrica. Aprovechó sus sucesivos destinos para trabajar como corresponsal, lo que le permitió financiar sus viajes. La popularidad que alcanzó le permitió dedicarse a la política.

En 1911 fue nombrado primer lord del Almirantazgo. Durante la Primera Guerra Mundial fue considerado uno de los responsables del desastre del desembarco de Gallípoli. Marchó al frente donde comandó una unidad de combate en primera línea. Tras ser eximido de su culpa por el Parlamento, pasó a ser ministro de municiones. Hacia el final del conflicto sería ministro de Guerra y ministro del Aire.

Durante el período de entreguerras fue nombrado ministro de Hacienda por Stanley Baldwin. Sin embargo, en los años treinta caería en desgracia debido a su oposición a la política de apaciguamiento seguida por los gobiernos conservadores y laboristas. El advenimiento de Hitler al poder no hizo más que aumentar sus advertencias.

Al empezar la Segunda Guerra Mundial volvió al gobierno. Fue nombrado de nuevo primer lord del Almirantazgo y, en mayo de 1940, fue elegido Primer Ministro, en sustitución de Neville Chamberlain, que dimitió tras el desastre de Noruega. El ejemplo de Churchill y su magnífica oratoria le permitieron mantener la cohesión espiritual del pueblo británico en las horas de prueba que significaron los bombardeos sistemáticos de Alemania sobre Londres y otras ciudades del Reino Unido. Finalmente, aunque los aliados ganaron la guerra, Churchill perdió las elecciones de 1945 ante el laborista Atlee.

En 1951 Churchill volvió a ser Primer Ministro, si bien delegó cada vez más tareas en sus ministros. En enero de 1955 dimitió por motivos de salud. Le sucedió en el cargo Anthony Eden. Al morir, en 1965, el pueblo británico le rindió un gran homenaje. Se celebró un funeral de Estado, honor que durante el siglo XX solamente recibieron Frederick Roberts y él.