Con voz de agua

Por Santiago Sylvester

“Permanencia”, de César Bisso. Ediciones Juglaría. Rosario, 2009.

En la última poesía argentina hay, disuelta, una cierta desconfianza por el lirismo que no siempre tiene justificación. Supongo que proviene de algún abuso del misterio o de la exaltación en la poesía de una época; pero aun así, aun teniendo en cuenta los excesos, siempre habrá que hacer una distinción evidente: hay lirismo a favor y lirismo en contra, y esto vale para cualquier escuela, movimiento o línea de la historia del arte.

César Bisso, en contra de ese viento de desconfianza, no concibe su poesía sin una dosis importante de lirismo. La suya es, en todo caso, poesía lírica que recoge conscientemente una remota tradición que sigue enviando sombra fresca: la que sirvió, por ejemplo, a Ricardo Molinari, no tanto para explayarse sino más bien para su poesía intimista; a Mastronardi para su “fresco abrazo de agua” que lo sigue nombrando para siempre, o a Juan L. Ortiz para casi toda su obra. Una tradición que fluye y es a la vez sólida, pendiente de los sucesos de la naturaleza y expresada con el tono de una confidencia: la que el propio Bisso usa, casi como un proyecto, en la dedicatoria de este libro: “A los que aún hablan con voz de agua”.

Es curioso que esta dedicatoria esté inscripta en un libro que se llama Permanencia, ya que expresa casi lo contrario, a menos que el autor piense, como Quevedo, que “solamente / lo fugitivo permanece y dura”. Y eso es, precisamente, lo que parece.

Este libro está precedido de otros que acercan asuntos parecidos: el río, sus motivos, la templanza que contagia y una cierta amabilidad en las conclusiones. El otro río, Isla adentro, Las trazas del agua, De lluvias y regresos son algunos de sus títulos declarativos. Bisso no trae en ellos (tampoco en éste) noticias tórridas ni truculentas: elude el expresionismo, lo subrayado, aun donde podría haberlo, y en cambio predomina la mirada del que quiere una armonía, tal vez porque sabe que existe.

El tema del agua manda mucho en la poesía del Litoral; pero hay que decir que este trabajo, estructurado en cuatro partes, reúne poemas de una temática más amplia, aunque en casi todas aparezca, de una u otra manera, lo fluyente, lo que caracteriza al movimiento. Esto sucede incluso en la sección más independiente del libro: la dedicada a mujeres de la historia. Incluso siendo estos poemas los más recortados del libro, los más nítidos, en el sentido de que comienzo y fin aparecen como más precisos, también en ellos predomina lo móvil, la sensación que deja lo que ya ha sido. Y también aquí, aunque muchas de estas historias sean fuertes, o directamente trágicas, sobresale el conocimiento, o su búsqueda, por sobre la tragedia.

Las partes propuestas están bien delineadas; y no parece casual, con la propensión por la naturaleza de este poeta, que se trate de secciones regidas por los elementos, que, como bien señala Leonardo Martínez en la contratapa, “aluden al orden de lo sagrado de la especie”. El fuego, el aire, la tierra y el agua organizan este libro cuyo intento, desde el título, es permanecer.

En el poema final, uno de los más intensos, Bisso afirma que nada ha perdido, y tal vez tenga razón. Pero ese enmarque lo dan dos versos fundamentales: “Lo que no pude ser también está aquí” y “Quien deja esta tierra abandona el mundo”. Como se ve, permanencia, pero en tránsito, con la conciencia que deja esa posibilidad de fluir; que más que posibilidad es certeza. Certeza buscada.

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