Crónica política

La Argentina en la encrucijada

Rogelio Alaniz

“Están decididos sólo a ser indecisos, resueltos a ser irresolutos, obstinados en la inacción, omnipotentes para la impotencia.” Winston Churchill.

Se dice que el camino hacia la locura tiene la forma de un plano inclinado: nos deslizamos hacia ella casi sin darnos cuenta. Algo parecido nos está pasando a los argentinos. Políticamente, los trastornos son evidentes pero no los registramos, y en el camino nos vamos acostumbrando a todo, incluso a lo peor. A la titularidad del Poder Ejecutivo la tiene Cristina Kirchner, pero el que manda es su marido, quien ha transformado a la presidencia en una suerte de inofensiva monarquía con una persona que reina pero no gobierna.

No terminan acá las anomalías. Uno de los principales dirigentes opositores es el vicepresidente de la Nación, Cleto Cobos. No conozco ni en la Argentina ni en el mundo un caso parecido, es decir, un vicepresidente que se beneficia con todos los atributos de su investidura y todas las gangas de la oposición. Muchos opositores están contentos con Cobos, pero convengamos que, si el objetivo de la Nación es alguna vez afianzar la cultura republicana, el antecedente de un vice radical opositor a la presidencia es por lo menos confuso, cuando no vidrioso.

No termina allí la curiosidad con Cobos. Quien probablemente sea el candidato de la UCR para las elecciones de 2011 suma a su patrimonio el extraordinario y exclusivo antecedente de haber sido el único dirigente radical en la historia expulsado de por vida de su partido. Los radicales perdieron la oportunidad de decir: “El que se va sin que lo echen vuelve sin que lo llamen”. Ahora la taba cayó al revés. Muchos radicales, algunos que levantaron la mano para expulsarlo, hoy hacen antesala en su despacho o tienden hilos para que los reciba aunque sea en la estación de servicios mientras carga nafta.

Tal como se presentan los hechos, da la impresión de que, con relación a Cobos, los radicales se equivocaron antes o se están equivocando ahora; pero lo seguro es que en algún momento se equivocaron. En lo personal preferiría que se hayan equivocado antes y que sobre todo hayan aprendido que nunca un partido de masas toma decisiones disciplinarias irreversibles.

Sigamos con la Argentina. La dirigente que atacó con más dureza a este gobierno, la que lo denunció casi desde el primer día como un régimen autoritario y corrupto, está acusada por los mismos opositores de “loca”. Me refiero a Elisa Carrió. Lo más lindo de todo es que la imputación tal vez tenga algo de verdadero, pero, convengamos, a la hora de pasar en limpio las cuentas, que la que siempre dijo de Kirchner lo peor fue ella. La última locura de Carrió fue negarse a asistir al diálogo. Todos la criticamos por eso y ahora todos admitimos que no estaba equivocada o, por lo menos, que no estaba tan equivocada.

Los socialistas suelen ser buenos políticos opositores cuando las instituciones funcionan y lo que se impone es la cultura cívica. El problema de los socialistas es que en tiempos de tormenta se les achica la cancha. Su gran mérito es ser moderados y su gran límite es que con personajes como los Kirchner la moderación es una debilidad o una tontería.

En el caldero del peronismo también se cuecen habas. Los principales dirigentes opositores internos, Reutemann o Scioli, no tienen pinet para enfrentarlo a Kirchner. Scioli, a esta altura, está más cerca de la condición de felpudo que de líder alternativo. Reutemann no ha salido bien parado de su percance con su principal colaboradora y por ahora ha preferido hacer lo que mejor sabe hacer: quedarse callado.

Los silencios de Reutemann siempre le han dado buenos resultados. El tema es que los problemas del ex corredor no aparecen cuando se queda callado, sino cuando habla. El problema es que se hace muy difícil ser presidente o aspirar a serlo recurriendo al oficio mudo. Reutemann podría ser el candidato alternativo a los Kirchner si los peronistas de todo el país marcharan en procesión a Guadalupe y no precisamente para arrodillarse ante una virgen. Todo puede suceder en esta Argentina bendita, pero se me ocurre que antes de iniciar la procesión el peronismo necesita ajustar cuentas internas y ese ajuste no lo va a realizar el célebre “filósofo de Guadalupe”.

Tampoco lo hará Solá. Es un político inteligente, culto, ingenioso, habla bien, pero, como suele ocurrir en estos casos, Solá gusta más a los no peronistas que a los peronistas. Solá cuenta, además, con experiencia parlamentaria y ejecutiva, conoce los problemas del campo porque de alguna manera viene de allí y más o menos sabe lo que hay que hacer. El problema que tiene Solá es que no maneja el poder real y efectivo del peronismo.

En realidad, el hombre fuerte del peronismo se llama Eduardo Duhalde. Hoy es el único político peronista que dice cosas sensatas y el único que se ha hecho cargo del pasado peronista, pasado que incluye a Menem y Kirchner, ambos inventados por él. A diferencia de otros peronistas, Duhalde admite que la oposición puede gobernar y que, además, en algún momento es necesario que lo haga. Se dirá que no cree en lo que dice o que lo dice porque políticamente está amortizado. Todo puede ser, pero también puede ser que crea en esas verdades y no esté amortizado.

Por lo pronto, Duhalde es uno de los políticos que expresa el poder real del peronismo, el poder que incluye a punteros, caudillos y sindicatos; negocios limpios y negocios sucios, ángeles y mafiosos; Duhalde es todo eso y, tal vez, algo más. Ése es su límite pero también su virtud. El mismo ha llegado a decir que Menem y Kirchner han sido inventos suyos y que, así como ha saldado cuentas con “la comadreja de Anillaco”, ahora saldará cuentas con el “pingüino glotón”.

¿Podrá hacerlo? Con Menem lo hizo y no está escrito que no pueda lograrlo con los Kirchner. El problema de Duhalde es que él es el primer convencido de que no puede ser el candidato para las elecciones de 2011. Por lo menos, eso es lo que ha dicho porque, a decir verdad, yo no creo del todo en su renunciamiento. Conozco a los políticos y, sobre todo, a los políticos de raza, y ninguno de ellos renunciaría por anticipado al premio máximo de la política, que es ser presidente de la Nación.

De todos modos, de aquí al 2011 hay mucho trecho a recorrer. Entre tanto, lo que hay que resolver no es qué se hace con los Kirchner en el 2011, sino qué se hace con los Kirchner ahora. En condiciones normales, esta pregunta sería innecesaria o inoportuna; hoy, es inevitable por más que muchos no se la quieran hacer.

Hace un tiempo, Natalio Botana me decía que es necesario apostar con fuerza a la institucionalidad -que en este caso incluye la permanencia en el poder de la pareja gobernante-. Siempre estuve de acuerdo con esa postura, en tanto y en cuanto la pareja gobernante haga algo, no mucho, pero algo a favor de ese equilibrio institucional.

Tal como hoy se presentan los hechos, no sólo no están haciendo nada para distender los ánimos, sino que están haciendo todo lo contrario. Todas sus palabras y todas sus decisiones apuntan en la misma dirección. Como el general Custer, Kirchner quiere vivir o morir con las botas puestas. A diferencia de Custer, Kirchner marcha a su singular combate, pero todos corremos el riesgo de ser las víctimas de su crispada marcha hacia el poniente.

El problema de la Argentina es que el kirchnerismo está agotado, pero dispone de recursos para seguir haciendo daño. Lo sensato sería que el gobierno se dedicara en el último tramo de su período a hacer la plancha, atendiendo al hecho de que su modelo de liberación nacional -por buenas o malas razones- no es aceptado por la sociedad. Lo que correspondería, entonces, es hacer tiempo; después, dar un paso al costado y aguardar que en el futuro sea la historia la que los juzgue. Ningún gobierno responsable sacrifica a su pueblo en nombre de una idea abstracta.

Si esto no ocurre, la alternativa que se presenta en el marco de la ley es, como le gustaba decir a Sabattini, “galoparle al costado”, es decir, marcarlo de cerca e impedir que provoque más perjuicios. Por fin, la otra posibilidad es la del juicio político a la presidenta. Esta figura está reconocida por la ley, pero además del reconocimiento legal, para hacerse efectiva, requiere votos, votos que hoy la oposición no tiene o no se anima a tener.

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