EDITORIAL

Hilda Molina y las agresiones en su contra

La doctora Hilda Molina vive en la Argentina desde hace unos meses. Para que ello fuera posible resultó indispensable realizar una gran movilización internacional que la arrancara de las garras de la dictadura castrista, la más antigua del continente y la más antigua del mundo. El delito de Molina fue discrepar con algunas de las disposiciones del régimen en políticas de salud. Concretamente, planteó que las conquistas que se lograban en materia científica priorizaran a la sociedad cubana y no a los turistas extranjeros.

Semejante petición de principios le valió de hecho la muerte civil. Inmediatamente, fue despojada de todas sus responsabilidades y funciones y, como era de esperar, se le prohibió salir del país. En Cuba, supuestamente no existe la propiedad privada, pero los cuerpos pertenecen a la dictadura y también los cerebros. Según la dictadura, Molina no podía salir de Cuba porque debido a sus conocimientos puede poner en peligro la seguridad nacional.

La naturaleza solidaria de sus reclamos y su prestigio intelectual no le impidieron ser acusada de agente del imperialismo y funcionaria pagada o inspirada por la CIA. En estos temas, como en tantos otros, la dictadura cubana no ha renovado ninguno de los clásicos recursos del stalinismo, la bestia negra del totalitarismo del siglo veinte, tan criminal y genocida como la dictadura nazi.

Lo cierto es que Hilda Molina pudo salir de Cuba, poco importa en este caso el argumento legal que le permitió eludir la prisión civil, lo cierto es que se instaló en Buenos Aires para vivir con su madre, su hijo y sus nietos. En general, su comportamiento fue discreto. Rehuyó las noticias sensacionalistas y dedicó todas sus energías espirituales a atender a su familia y amigos. Ello no le impidió que cada vez que fue consultada diera a conocer su opinión sobre el régimen de los hermanos Castro, pero no ha hecho de su condición de exiliada un pretexto para ganar prestigio de mártir.

Valgan estas consideraciones para señalar que días pasados, Hilda Molina fue invitada al Congreso de la Nación por un grupo de legisladores para conversar sobre las gestiones que se están realizando para que obtenga la ciudadanía argentina, gestiones que, dicho sea de paso, ella no comparte. Fue en esa ocasión que un grupo de militantes de izquierda y algunos cubanos relacionados con la embajada de ese país se dedicaron a agredirla verbalmente acusándola -cuando no- de agente del imperialismo y de enemiga jurada de los procesos revolucionarios.

El hecho merece comentarse porque, en este caso, la agresión fue contra una persona que se ha refugiado en la Argentina, una persona que por razones familiares recurrió a la hospitalidad de nuestro país. Se puede aceptar que los izquierdistas criollos no estén de acuerdo con ella, que discrepen con sus puntos de vista, lo que resulta inaceptable es que agredan a una mujer mayor, la insulten y la presionen para que hable a favor de quienes ella considera con buenos motivos, sus verdugos.