Un campo, los novios, reencuentros y emoción

Los novios llegaron a la capilla en sulky.

Un campo, los novios, reencuentros y emoción

TEXTOS MARIANA RIVERA FOTOS PABLO AGUIRRE

Una pequeña capilla en medio del campo, primaveralmente adornada para la ocasión, esperaba impaciente a los novios. Ya todo estaba listo para la ceremonia, a pesar de que unas nubes grises no dejaban de amenazar con una nueva llovizna. Pero todo salió como estaba planeado.

De repente comenzó a escucharse el lento andar de un caballo que tiraba el sulky, que trasladaba a Miguel y Rosanna Lavinia hasta el ingreso de la capilla. Era guiado por Carlos, su primo. El Ave María dio la bienvenida a los novios que llegaban desde Italia para renovar sus votos matrimoniales, compromiso ante Dios que habían hecho 25 años antes.

Tras la celebración de una bendición sacerdotal de los novios (y una especial para las alianzas, con agua bendita esparcida con unas ramitas de eucalipto medicinal y pino), el repicar de la campana de la cúspide de la capilla selló aquel emocionante momento vivido entre estos primos y sus familias argentinas e italianas.

De Raíces y Abuelos fue especialmente invitada para presenciar esta emotiva ceremonia, que concluyó en un delicioso almuerzo campestre en la estancia La Matuza, ubicada cerca de la localidad de Cululú, que cuenta con la capilla donde se celebró la bendición del matrimonio.

Un rato antes, Miguel contó su historia de vida y explicó cómo sus raíces se unen con los orígenes de Carlos, su primo. “Soy primo de Carlos Lavinia, Carlucho, como le decimos nosotros. Tenemos el mismo apellido y venimos de la misma estirpe. Carlos viene de la primera generación de emigrados, que vinieron hacia el interior. Pero yo soy el hijo de un emigrado de segunda o tercera generación, que se quedaron en Buenos Aires”, explicó.

Según mencionó, “éramos pobres como tantos otros italianos y por eso mis padres decidieron emigrar a la Argentina para progresar, adonde ya estaba un hermano de mi papá. Vinimos como trabajadores y teníamos una casa y un trabajo, lo que hoy no ocurre en Italia ni en Argentina”.

Y continuó: “Hablo español porque viví en Argentina entre 1965 y 1977 y después me fui a Italia para hacer el servicio militar. Vine a los 8 años, estudié y terminé la escuela primaria y la secundaria en la Escuela San José, una linda escuela (se emocionó). Tengo lindos recuerdos porque te dejan una enseñanza muy profunda. Después, en 1977, el destino quiso que me llegara la cartolina para hacer el servicio militar. Siempre tuve la ciudadanía italiana y estaba muy indeciso si tenía que volver a mi Italia. Allí estaba mi hermana, a quien no veía desde hacía 13 años y quise ir para allá”.

En este sentido, advirtió que “cuando estuve en Buenos Aires no conocí a Carlos. Sabía que tenía parientes desparramados por la Argentina pero sólo conocí a los que vivían en los alrededores de Buenos Aires; los que estaban en el interior era difícil encontrarlos”.

UNA DURA PARTIDA

Miguel continuó: “Cuando fui a Italia mi hermana me dijo que no regresaría más a la Argentina, que me tenía que quedar. Fue una decisión muy difícil de tomar porque mis padres habían hecho mucho sacrificio para poder comprar la casa. Mi papá trabajaba en la municipalidad a la mañana, a la tarde hacía de jardinero y a la noche era portero en el Club Deportivo San Andrés. Eran muchos los sacrificios que había hecho durante 15 años (él había venido dos años antes porque tenía un hermano, que falleció muy joven)”.

Aseguró que “vender la casa era muy difícil; la situación económica en Argentina iba cambiando muy velozmente. Vendiendo se podía comprar muy poco en Italia. Para mi mamá esa decisión fue muy fuerte y le afectó también psicológicamente, pero después se dio cuenta que si ella estaba en Argentina nunca iba a poder tener la jubilación. Primero me fui yo y después mis papás”.

Sin embargo, admitió que a pesar de esa difícil decisión “hoy mi mamá está contenta y lleva adentro de su corazón los años que vivió en Argentina. Incluso mantiene muchas costumbres como tomar mate y mate cocido, hacer empanadas, comer asado (aunque la carne allá no es igual). Además, pude mantener un poco el idioma porque cada tanto hablo español con mi papá y mi mamá, para no perderlo, y ella (mi esposa) al escucharnos, también lo entiende”.

En este punto, aseguró que “cuando me fui para mi pueblo en Italia, Pietragala, provincia de Potenza, haciendo las averiguaciones en la comuna y con otros parientes pude saber que había familiares en Santa Fe, Gálvez, Bernardo de Irigoyen y Rosario. Me emocionó mucho encontrar mis antepasados y ahora los pude conocer un poco a todos y fue muy lindo”.

Respecto de su regreso, Miguel contó que “cuando nos fuimos, mi hermana había emigrado con su marido a Alemania pero luego regresaron a Italia. Mi cuñado, empresario de la construcción, comenzó a construir el 80% de la parte nueva del pueblo. Cuando volví me pidió que me quedara a trabajar con él. Pero me fui a Torino a estudiar en la universidad e hice dos años. Como insistió para que le diera una mano, dejé los estudios, desafortunadamente, y regresé a mi pueblo. Ahí trabajé con él algunos años y luego dejé ese trabajo de la construcción porque me gustaba el del ferrocarril, en la parte del transporte”.

Desde 1986, Miguel trabaja en los ferrocarriles y pudo progresar: actualmente es inspector y trabaja en Potenza, a 25 kilómetros de Pietragala. Además, es concejal de la comuna, elegido en junio de este año.

SUEÑO HECHO REALIDAD

Después de 33 años, Miguel volvió a la Argentina, pero en este caso junto a la familia que él había formado: Rosanna, su esposa, y sus hijos Donatina, de 23 años (quien viajó con su novio); Carmine, de 16; y Donato Francesco, de 12.

Su intención era “ver nuevamente a los parientes, amigos y visitar Buenos Aires y los alrededores. Es la primera vez que volvía a la Argentina. Por muchos motivos no tuve posibilidades de hacer el viaje: iban naciendo mis hijos y después tenía ocupaciones con el trabajo. Mi esposa también está feliz de haber hecho este viaje y se dio cuenta de lo que yo le contaba, al igual que lo que escuchaba de mi mamá, sobre todo del afecto y de los amigos, que no hay en Italia o es diferente”.

Nuevamente con la voz quebrada, Miguel recordó que “en Buenos Aires pude ver la escuela abierta nuevamente y a la bandera argentina, además de los amigos y compañeros de esa escuela, quienes me hicieron algunas fiestas para agasajarme. Fui abanderado en el último año (se emocionó) y fue muy fuerte poder vivir todo éto. Haber llevado la bandera argentina había sido un honor para mí, que era un tano, como me decían.

Respecto de esta decisión de viajar, en coincidencia con sus bodas de plata, explicó que “mi idea era venir para acá pero fue una coincidencia de la que nos dimos cuenta cuando estábamos armando el viaje. Le dijimos a nuestro primo Carlos y enseguida él se puso a disposición y me dijo que hasta encontraba un cura para hacer una ceremonia en la capilla. Le contamos que en Italia tenemos la costumbre de bendecir los segundos anillos, durante una misa tradicional. Estamos muy felices de haberlo podido hacer acá junto con los primos”.

EN CONTACTO

Miguel pudo conocer a su primo Carlos gracias a que uno de los hijos de éste, que vive en Inglaterra, había viajado hace unos años a Italia y fue a Pietragala a conocer a sus parientes. “Pudo conocer a mi mamá y tomar mates media hora y después se fue, por los compromisos que tenía en Inglaterra”, aclaró Miguel, y continuó: “A través de él pudimos conocer a Carlos y a Susana, su esposa, quien después nos vino a conocer luego el pueblo, que data del año 1.000 y cuyo santo protector es San Teodosio. Conocieron la casa donde vivían los bisabuelos y los Lavinia que quedaban. Para él fue una emoción enorme ver el pueblo de sus antepasados”.

Los primos permanecieron en contacto gracias a Internet y el teléfono, pero quedaba pendiente el viaje de Miguel y su familia, que pudo concretarse finalmente. Sus padres también pudieron volver al país en 1987, pero no acompañarlos en esta oportunidad “porque son muy viejitos: él tiene 88 años y está paralizado en una cama y mi mamá 82 años. Pero están muy contentos de nuestro viaje”.

Agradecido por la entrevista, Miguel y Rosanna abandonaron la sala de la estancia adonde estábamos charlando, para terminar de prepararse para ir a la capilla, que los esperaba con una alfombra roja y hermosas rosas, seguramente como cuando ellos contrajeron matrimonio en Pietragala.

deraíces&abuelos

El día previo al Día del Inmigrante, EL PASADO JUEVES 3 DE SEPTIEMBRE, un emigrado italiano -que luego volvió a su tierra natal- decidió renovar su compromiso matrimonial junto a sus familiares argentinos.

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Un sacerdote bendijo los anillos del matrimonio italiano.

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Carlos Lavinia (izq.) agasajó a sus familiares italianos en su estancia.

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Miguel y Rosanna junto a sus hijos en la capilla de La Matuza.

En Pietragala

Carlos Lavinia recordó cuando conoció Pietragala, el pueblo de sus bisabuelos: “Fui al pueblo hace 40 años y me acuerdo como si fuera hoy. Estaba en Nápoles con un grupo de contadores. Ellos se iban a Roma, pero yo fui a Pietragala. Salí en un tren y llegué a la plaza del pueblo. Fui al bar y pregunté por los Lavinia y conseguí estar con un tío nuestro, pero no con ellos (Miguel y su familia). Cuando volví se perdió el contacto con la familia porque no había -como hoy- Internet ni mails”.

Y advirtió: “No los había encontrado porque hace 40 años él estaba en Argentina estudiando. El tío que conocí después se fue a vivir a otro pueblo y luego falleció. Pietragala tiene los alrededores modernos y el centro es bien antiguo, con callecitas angostas de piedra, por donde pasaban las mulas. Después los fui a visitar y siempre los invité para que vinieran”.