Triste y revelador espectáculo en oficina pública

El incidente que contó como protagonista principal a la jueza Rosa Parrili puso en evidencia comportamientos y conductas que requieren una reflexión. No es novedad que personas que ostentan alguna cuota de poder reclamen privilegios que no corresponden. Esto ocurre con políticos, empresarios, sindicalistas y funcionarios judiciales. Lo sucedido no es nuevo, no hace falta exhumar archivos para saber que existe una larga historia de privilegios ejercidos por personas que actúan como si las leyes no los incluyeran.

La novedad en este caso, es que la sociedad reaccionó no a favor del poderoso sino de las modestas empleadas públicas que fueron insultadas y discriminadas por una funcionaria.

En una sociedad tradicional, en las que las jerarquías se imponen, jamás se le hubiera ocurrido a un trabajador reclamarle a una jueza que cumpliera con la ley por haber cometido una infracción flagrante. Por el contrario, el reflejo hubiera sido el sometimiento, la aceptación -impregnada de miedo reverencial-, o el temor, caso contrario, de perder el empleo o algo parecido.

Que estas situaciones todavía mantienen vigencia en la Argentina lo demuestra el hecho incontrastable de una tercera empleada que resolvió, por cuenta propia, eximir a la jueza de la multa que le correspondía por haber estacionado mal su auto. En este caso, se mantuvo vigente el comportamiento tradicional, motivo por el cual esa empleada también está sumariada.

Estos episodios son factibles en la Argentina porque la democracia como hecho social, no institucional, está razonablemente incorporada en la conciencia de la mayoría de la población. Es una democracia inorgánica, tal vez caótica e imprevisible, pero democracia al fin. Su principio básico es la igualdad, principio reconocido por la ley pero que de un tiempo a esta parte se ha internalizado en la conciencia de la sociedad.

Justamente, a mediados del siglo XIX, Alexis de Tocqueville reflexionaba sobre estos temas en sus libros “El antiguo régimen y la revolución” y “La democracia en América”. Lo que a Tocqueville admiraba y le preocupaba era la presencia inevitable de la democracia en las sociedades modernas, de este irresistible movimiento hacia la igualdad.

Esto tiene un costado político, pero al mismo tiempo incluye riesgos. Para el autor francés estaba claro que la democracia en Occidente había surgido para quedarse y que se hacía imposible pensar la sociedad y la política sin este dato histórico.

Lo sucedido hace una semana en Buenos Aires es una concreta manifestación de ese espíritu democrático que permite que ante un atropello de este calibre todos los sectores, con independencia de su posición económica o cultural, expresen su solidaridad con el humilde, dueño de derechos básicos que la prepotencia del poder no puede ni debe avasallar.

EDITORIAL