EDITORIAL
EDITORIAL
Acercamiento de la
Argentina al FMI
Después de tantas consignas y eslóganes, el gobierno nacional ha decidido reanudar las relaciones con el FMI en razón de que, como se sabe, “la necesidad tiene cara de hereje”. Como se recordará, el gobierno de los Kirchner presentó como una de las hazañas políticas de su gestión el haber prescindido del FMI, decisión que fue considerada un acto de soberanía nacional.
Como se suele decir en estos casos, “cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia “ sobre todo cuando tomó estado público que la ayuda crediticia de la solidaria Venezuela pagaba intereses superiores a los del FMI. Sobre ese tema los Kirchner no dijeron una palabra, pero seguramente registraron ese dato de la realidad que trasciende las lecturas ideológicas a las que se muestran afectos.
De todos modos, es evidente que hablar hoy en contra del FMI produce buenos dividendos políticos y, entre otras cosas, permite a los gobiernos encontrar un responsable externo de sus problemas. No obstante ello, cuando la situación financiera se torna delicada, esos gobiernos suelen recurrir a ese auditor y prestamista incómodo que se llama FMI.
Por lo pronto, los Kirchner se han preocupado por aclarar que la reanudación de relaciones con el FMI no significa ninguna hipoteca a nuestra soberanía nacional; y, mucho menos, que la tramitación de créditos conlleve la imposición de recetas económicas.
Más allá de la retórica, el organismo que preside el socialista francés Dominique Strauss-Kahn estaría dispuesto a no dar sus habituales consejos, pero sí a evaluar técnicamente el funcionamiento de la economía nacional. Es en este punto donde los Kirchner manifiestan sus recelos, sobre todo porque no se les escapan las diferencias existentes entre las cifras oficiales de la economía nacional y la impiadosa realidad. En este sentido, una auditoria del FMI podría señalar ese desfasaje o, por lo menos, hacerlo evidente, riesgos que el actual gobierno nacional no está dispuesto a correr.
En principio, en la reunión de Estambul el ministro Amado Boudou insistió en que la Argentina no necesita créditos y, por lo tanto, no estaba dispuesta a someterse a una auditoría exhaustiva. Nadie, o muy pocos, le creyeron. Es posible que ahora la Argentina no necesite un crédito abultado, pero, hasta tanto no se haya normalizado la relación con el FMI, no se podrá reestructurar la deuda de alrededor de siete mil millones de dólares que mantenemos con el Club de París. Por las mismas razones, no podremos reconectarnos con los mercados de capitales que podrían alimentar inversiones productivas, darnos acceso a créditos de menor costo y afrontar con mayor holgura los vencimientos de la deuda pública. Es probable que, por el momento, el FMI prescinda de sus habituales monsergas, pero nadie duda de que la actual performance económica nos llevará tarde o temprano a sincerar distintas variables, no sólo por exigencias externas, sino porque así lo reclama el funcionamiento real de la economía.